Las personas queremos sentir que formamos parte de una sociedad. Necesitamos ver satisfecho nuestro deseo de pertinencia y, para ello, a veces nos vemos “obligados” a hacer o decir cosas que, en realidad, no queremos.
La presión social es un fenómeno psicológico y social en el que los individuos cambian su conducta, actitudes e incluso opiniones con tal de gustar a los demás y evitar, de esta forma, ser rechazados o marginados.
Este fenómeno se puede dar a cualquier edad y son varios los factores que lo determinan, aunque es especialmente frecuente durante la adolescencia. A continuación veremos de qué se trata y por qué los jóvenes son más sensibles a la presión social.
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¿Qué es la presión social?
La presión social es la influencia ejercida por un grupo social que hace que la persona que la recibe cambie sus actitudes, sus pensamientos o, incluso, sus valores. Esta influencia, también conocida como presión de pares, si bien no tiene por qué ser negativa, puede influir tanto en la persona que la recibe que cambie incluso su personalidad y sistema de creencias con tal de satisfacer a los demás.
Esta presión se puede ejercer de forma consciente o inconsciente. Cuando se da de forma intencionada, la persona o conjunto de ellas que lo hacen pretenden cambiar un comportamiento o actitud en las personas que quieren influir. Este tipo de influencia suele darse mucho cuando se forma parte de formaciones políticas o movimientos religiosos y sociales, ejerciéndolo el líder o la élite de estas formaciones hacia su audiencia o seguidores.
Uno de los momentos en los que más presión social se puede llegar a experimentar es en la juventud, mayormente en la adolescencia aunque también está presente durante la infancia. Ya sea en la escuela, el instituto o incluso en la universidad, los jóvenes pueden sentir que los demás quieren que se comporten o piensen de una determinada forma, y temer que de no hacerlo acaben siendo unos parias y marginados.
En sí misma, la presión social no es ni buena ni mala, pero sí que puede ser el medio por el que se fomenten conductas negativas que pueden extenderse en la sociedad, especialmente entre los adolescentes. Una persona puede sentir que debe hacer algo o decir algo, aunque sea totalmente contrario a lo que su sistema de valores y ética le dice que es correcto, para poder encajar en el grupo de personas que consideran referentes o socialmente atractivos.
La presión social sigue presente a lo largo de nuestras vidas y condiciona, de una u otra forma, nuestros actos e ideas.
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La presión social y la toma de decisiones
Si bien podría pensarse que la toma de decisiones es un proceso individual, lo cierto es que las opiniones ajenas pueden condicionarlo mucho. A menudo, las decisiones están basadas en la influencia del grupo de referencia o de los referentes sociales. Cada uno actúa en función de lo que percibe del medio ambiente social y si considera que sus acciones u opiniones podrían ir en contra de ese medio, es probable que las suavice, modifique o directamente no las haga ni diga.
Son muchos los estudios que demuestran cómo las personas, como animales gregarios que somos, cambiamos nuestra opinión cuando vemos que todo el mundo tiene un punto de vista contrario al nuestro. Alteramos nuestra opinión con el objetivo de no sentirnos apartados de la sociedad, evitar el rechazo y conseguir permanecer en un grupo que se considera de referencia.
Uno de los científicos más importantes en el campo de estudio de la presión social es Salomon Asch, psicólogo conocido por llevar a cabo varios experimentos para comprobar cómo la presión social ejercida por compañeros puede influir en el juicio del sujeto experimental. En uno de sus experimentos, Asch reunió a ocho participantes, siete de los cuales eran actores. La prueba consistía en responder a una serie de preguntas sencillas que no tenían nada que ver con el tema de la investigación.
El experimento consistía en ver cuál era la reacción del único participante real del experimento cuando descubriera que los demás respondían de forma equivocada a las preguntas tan sencillas que se les hacía. Uno pudiera pensar que, como eran preguntas sencillas, el participante las contestaría bien todas las veces, al margen de lo que constestaran los demás. La realidad fue que el participante, tras varios intentos, prefería contestar de forma equivocada y estar en consenso con los falsos participantes que decir la respuesta que sabía que era la acertada.
La presión social es la responsable de que, frecuentemente, actuemos en consonancia con el grupo social de referencia, aunque sea radicalmente opuesto a lo que queremos hacer. Esto lo hacemos por, entre otros motivos, el miedo al rechazo, deseo de aceptación, falta de seguridad y temor a la crítica. La cognición social ocupa un papel fundamental en el grado de influencia de los demás sobre uno mismo.
Otros psicólogos importantes como Elliot Aronson y Leon Festinger también investigaron este fenómeno propio de la psicología social, comparando los valores sobre un grupo, emitidos previamente de forma individual y, posteriormente, frente al grupo social, los cuales variaron notablemente.
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Presión social durante la adolescencia
El período vital en el que más presión social se recibe es la adolescencia. Es natural durante esta fase querer gustar a los demás, habiendo un deseo de encajar en un grupo muy intenso. Por este motivo, es frecuente que los amigos y compañeros de clase ejerzan una gran presión a estas edades. Los jóvenes sienten la necesidad de formar parte de un grupo, ya sea un grupo de amigos o algo con una cultura de equipo más influyente, como un equipo deportivo, una banda de música, un club de natación…
Desde los 12 años los jóvenes van formándose sus primeras opiniones acerca del funcionamiento del mundo. Surgen sus primeros puntos de vista sobre ciertos temas, posiciones políticas e ideas varias. El pensamiento va evolucionando durante toda la adolescencia. Como resultado de esto, los jóvenes pueden tener opiniones muy dispares, algo que dificulta su cohesión. Esto se da al mismo tiempo que la necesidad de pertenencia aumenta, lo cual genera conflicto, haciendo que los adolescentes tengan que escoger entre decir sus opiniones genuinas o cambiarlas para encajar, siendo esto último lo más habitual.
En otras palabras, la mayoría de los adolescentes, por miedo a ser rechazados, deja de lado sus convicciones personales a cambio de pertenecer a un determinado grupo social. Si bien esta situación no es permanente, pues con el paso del tiempo las personas terminan por respetar su ideología, durante la adolescencia el ansia de aceptación es tan intensa que hace que oculten cualquier opinión que crean que ponga en peligro su aceptación social.
Cabe decir que no son pocas las ocasiones en las que los jóvenes adoptan por completo los ideales del grupo y acaban sintiéndose bien con ello. Esto no es ni negativo ni positivo, pues la influencia social por sí sola no implica daño, solo que dificulta que una persona sea totalmente genuina. De hecho, dentro del núcleo familiar, los padres y hermanos mayores también ejercen su influencia, una que mayormente es positiva y va dando forma a la personalidad y sistema de creencias del adolescente.
La presión social es negativa cuando su influencia hace que se lleven a cabo conductas dañinas para el individuo. Entre estas conductas encontraríamos todas las que perjudicaran su salud, pusieran en riesgo su desempeño laboral y académico o le enfrentara con su familia, como pueden ser el consumo de drogas, las actividades delictivas, las autolesiones, las conductas de riesgo, la falta de respeto hacia los adultos.
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Causas
Las causas de la presión social suelen tener más relación con la persona influenciada que no con el grupo social que la ejerce. Un importante factor detrás de esto es la necesidad de pertenecer a un grupo social, necesidad muy elevada durante la adolescencia y que explica por qué a estas edades los jóvenes son tan influenciables. En la edad adulta, además de haber cierto deseo de pertenecer a un grupo social, uno de los factores que más explica la presión social sería el miedo al rechazo.
Los seres humanos tenemos una vida muy definida por los patrones sociales. Está muy extendido en la mayoría de culturas la idea de que, una vez alcanzada cierta edad, si no se han cumplido con ciertas demandas sociales se empieza a sentir angustia al creer que no se es válido socialmente. Ejemplos de ello son no haberse casado antes de cierta edad o no haber tenido hijos. Muchas personas llegan a sentirse rechazadas al ver que no están cumpliendo con lo socialmente establecido.
Es este miedo a quedarse atrás, unido con la presión social ejercida por personas de su edad y otras significativas como padres o hermanos, hace que uno se desespere y se comporte pensando más en la opinión ajena que no en sus deseos. Las personas que se sienten así hacen todo lo posible por buscar pareja y tener hijos, no pensando en si ellas quieren o no, sino por miedo a no ser un paria social. La presión social los empuja a casarse y formar una familia forzosamente, por el simple hecho de que creen es lo que la sociedad espera de ellos y, de no cumplirlo, no valen.
Otras de las causas que podrían explicar cómo la presión social llega a tener tanto poder en ciertas personas son:
- Inseguridad personal
- Autoestima baja
- Conflictos con la personalidad
- Deficiencias en el aspecto físico
- Sentimiento de inferioridad
- Falta de motivaciones
- Necesidad de reconocimiento
- Dificultad para relacionarse
- Sensación de rechazo social
- Carencia de afecto
Si se dan uno de estos factores que acabamos de mencionar, la presión social que siente el individuo más que un problema social es un problema de salud. Es recomendable acudir a un psicólogo para trabajar estos aspectos, ayudarla a que adquiera mayor autoestima, que no se comparte excesivamente con los demás y que entienda que lo importante es que sea él o ella el dueño de su vida, haciendo aquello que considere mejor para sí mismo.