La mayoría de los discursos de los adultos mayores inicia con un «cuando yo tenía tu edad…». Y detrás de esa frase, en cascada, vienen los recuerdos de una vida repleta de anécdotas. Entre memorias aparecerá dibujado el imperativo de que la juventud se debe aprovechar al máximo para después tener historias que contar, algo así como vivir intensamente la plenitud de la vida. Qué bonito suena.
Los mayores saben bien que las historias rara vez se escriben en soledad. En sus recuerdos aparecen amigos, algunos que todavía los acompañan, otros que ya no están. Ahí es cuando predican la máxima de que uno de los pilares de ser joven es compartir esa etapa. Se es joven junto a otros. Pero, ¿y si en lugar de identificarse con tal regla, son cada vez más los jóvenes que se sienten apabullados por la soledad?
La vergüenza por sentirse solos durante la juventud
Desde quedar con amigos en algún sitio hasta compartir una charla pasajera con los compañeros del trabajo en el descanso, pareciera que las actividades ordinarias de la juventud no pueden escapar de la compañía de otro. Sin embargo, a pesar de estar en permanente contacto con los demás, el fantasma de la soledad atormenta cada vez más a los jóvenes. Para ellos, ese sentimiento no sólo es doloroso en sí, sino que se les añade un sentimiento de vergüenza por estar experimentándolo en una etapa que debería ser todo lo contrario.
El miedo ante la incomprensión de los pares podría generar este “desfase” etario; y, en consecuencia, los jóvenes que se sienten solos podrían tener dificultades para pedir ayuda a un amigo, familiar o terapeuta, aislándose todavía más. Existen ciertos factores que engrandecen este problema. Veámoslos a continuación.
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La falsa compañía de la proximidad virtual
La tendencia de los jóvenes a sentirse cada vez más solos no puede abordarse sin tener en consideración que la juventud actual no es la misma que la juventud de antes. Hoy en día estamos contenidos dentro de una red de conexiones las veinticuatro horas debido a un elemento que se nos ha vuelto indispensable: el smartphone. Los aparatos inteligentes que caben dentro de nuestros bolsillos nos ponen en un “adentro”, es decir, nos invitan a estar siempre juntos, aunque sin encerrarnos en un lugar físico compartido. Observa los tantísimos grupos de WhatsApp de los que formamos parte, ante los cuales nuestro celular siempre está disponible para recibir mensajes, en cualquier momento, anunciando con tildes azules lo que en otro momento diría una mirada.
Este contacto que ofrecen los celulares no hace más sólidos nuestros vínculos, sino todo lo contrario. La co-presencia de estar cara a cara frente a otra persona se ve erradicada por lo que Bauman llama proximidad virtual: sabemos del otro según lo que ha subido a su última historia en redes sociales. Creemos estar junto a él a la lejanía y hasta contamos con una cuota de imaginación que gira en torno a lo que el otro estará haciendo, o peor aún, en torno a cómo se siente. ¿La otra cara de la moneda?, la distancia virtual. Las relaciones conexiones que establecemos con los demás son superficiales, los mensajes son cortos y, para calmar ansiedades, tenemos la suerte de que si son de voz pueden acelerarse. Se premia el contacto breve. Con este panorama, no es extraño pensar que los jóvenes se sientan más solos que hace treinta años.
Las redes sociales pueden dar la falsa sensación a los jóvenes de que hay alguien junto a ellos todo el tiempo, y quizás sí, lo hay. Pero el contacto que ofrecen es superfluo en comparación a la contención que puede brindar un amigo o familiar —que, en lugar de inferir cómo se siente según su última publicación, deciden acompañarlo de manera más empática y atenta—. La soledad puede ser silenciosa, y las redes pueden encubrirla.
Eso sí, algo no menor es que es gracias a las redes sociales que los jóvenes de hoy en día construyen su propia identidad. En ellas pueden acceder a una voz propia al generar su propio contenido. También reciben y producen un conocimiento común y mediatizado, configurando una identidad generacional capaz de robustecer los lazos con otros y reducir el sentimiento de estar solos.
En la reciente pandemia, las redes sociales han sido fundamentales como sostén anímico cuando muchos de nuestros seres queridos se encontraban lejos; aunque también es cierto que, a raíz de ella, algunas personas han perdido la vida social que solían llevar. Quizás no se trate de desecharlas, sino más bien de hacer un uso consciente de ellas.
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Sociedad de consumo, empleo juvenil y soledad
Por otra parte, el hecho de vivir en una sociedad del consumo tiene sus incidencias en el problema de la soledad juvenil. Las actividades que son percibidas socialmente como propias de los jóvenes se ven atravesadas por ella. Por ejemplo, salir con amigos, trae consigo la necesidad de consumir en el sitio en el que han quedado. Esto produce mucha frustración en los jóvenes cuando las ofertas de trabajo disponibles son pocas y suelen ser mal pagadas, tentando a la posibilidad de escapar de estos eventos sociales. Además, tienden a requerir experiencia previa o una extensísima formación con la que aún no cuentan.
Esto explica que la tasa de desempleo juvenil roce el 15%, lo que se traduce en que la nueva generación de jóvenes queda eximida de la capacidad de ahorro e independencia que caracterizaba a aquella juventud movilizadora de los años 60. Cada vez se extiende más el tiempo que pasan en casa de sus padres: en algunos países de América Latina, como en México y Argentina, la media de emancipación es a los 28 años. En Perú —igual que en España—, es a los 29. Los estados de ánimo que experimentan los jóvenes ante su situación económica tienden a ser de impotencia o de tristeza, lo que conduce a llevar un estilo de vida pasivo y poco saludable, y, en definitiva, a reforzar el círculo vicioso del aislamiento social.
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Nombrar el silencio
Por tales motivos, la soledad no es un fenómeno que afecta a los adultos mayores únicamente, sino que son cada vez más los jóvenes que la experimentan en silencio a pesar de que por su parte se espere ruido. Poner a la luz su situación podría ser útil tanto para visibilizar su situación como así también para revisar la falta de prevención de esta problemática en las instituciones de las que participan.
En este sentido, la terapia de grupo ha demostrado ser una herramienta eficaz para ayudar a los jóvenes que sufren soledad no deseada. El hecho de implicarse en una actividad colectiva, tener un contexto de apoyo y honestidad en el que mostrar su lado vulnerable y sentirse comprendidos, es una muy buena panera de comprenderse y aceptarse a uno mismo yendo más allá del individualismo. Si te interesa este tipo de intervención psicológica, ponte en contacto conmigo: ofrezco sesiones de psicoterapi individual y de terapia de grupo.