El 17 de febrero de 1673, el dramaturgo, actor y director de escena Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière, se encontraba interpretando a uno de los personajes de una de sus creaciones más conocidas, El enfermo imaginario, que versaba, una vez más, sobre la codicia y la absoluta falta de ética que, a su juicio, poseían los médicos. De repente, Molière sufre un mareo y se desploma, para asombro de los presentes.
A pesar de los rumores y las leyendas que han corrido acerca de la muerte del autor, Molière no falleció en el escenario, sino unas horas más tarde, cuando fue llevado a su casa. Tampoco murió “vestido de amarillo”, como quiere afirmar la superstición teatral, sino que llevaba un camisón amaranto, es decir, rosa-morado, que en la versión española de la noticia de su óbito se tradujo como amarillo.
Hablar de Molière es hablar de escándalo y de misterio. De escándalo porque sus obras tuvieron siempre una sonada polémica, al retratar sin piedad al estamento eclesiástico, a la burguesía y a los médicos de la época. Misterio, porque se desconoce si, verdaderamente, Jean-Baptiste Poquelin fue el verdadero autor de sus comedias o si, por el contrario, habría contado con la ayuda de un ghostwriter: nada menos que el mismísimo Corneille.
Breve biografía de Molière, el autor más importante del Gran Siglo francés
Su teatro iluminó la Francia de Luis XIV, conocida como Grand siècle, igual que Jean-Baptiste Lully (1632-1687) lo hizo con su música. Molière está considerado el padre de la famosa Comédie Française, puesto que dispuso las bases de lo que más tarde será el teatro de comedia en Francia.
El mismísimo Rey Sol lo protegió durante toda su vida, a él y a la compañía teatral que dirigía. Esto, por supuesto, despertó los celos y las envidias de las demás agrupaciones teatrales, que empezaron a diseminar ciertos bulos sobre su biografía que todavía se mantienen, a pesar de no contar con ninguna prueba al respecto. Uno de estos rumores habla de que Molière se casó con su propia hija. La realidad es bastante morbosa (pero no tanto): su esposa era veinte años más joven que él y la madre de la muchacha, Madeleine Béjart, había sido amante de Molière en su juventud.
El libertino que escandalizó a Francia
Y es que, durante toda su vida, Molière sembró pasiones y odios a partes iguales. Su carácter abierto, inclinado al hedonismo y a los placeres, invitaba a sentir simpatía hacia su persona; pero, por otro lado, su profunda animadversión hacia el estamento eclesiástico y el tono irreverente de algunas de sus obras le valió la persecución del ala más conservadora Francia, reunida en la denominada Compañía del Santo Sacramento, fundada en 1630 y auspiciada nada menos que por la reina madre, Ana de Austria.
Este sector ultracatólico lo tachó siempre de obsceno y libertino. Parte de razón no le faltaba, pues la vida de Molière fue bastante disipada y siempre se mantuvo alejado de los dogmatismos oficiales. De joven, había pertenecido al círculo epicureísta de Pierre Gassendi (1592-1655), en el que también se contaban autores de la talla de Cyrano de Bergerac (1619-1655) o Charles Coypeau de Assoucy (1605-1677). Sin embargo, no debemos confundir el concepto de libertinismo de la época con el que podemos tener hoy en día; en los tiempos de Molière, se trataba de una corriente europea que impulsaba el adogmatismo y, entre otras cosas, un nihilismo moral y una indiferencia hacia los preceptos de la Iglesia.
Nuestro “libertino” había venido al mundo un 15 de enero de 1622, hijo del matrimonio formado por Jean Poquelin y Marie Cressé. Cuando el futuro Molière tiene solo diez años, su madre fallece y se ve obligado a vivir con su padre en un piso de la rue Saint-Honoré, en París. Monsieur Poquelin es tapicero real, y todo apunta a que el pequeño Jean-Baptiste seguirá sus pasos.
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El teatro como vocación
En 1633, Molière ingresa en un colegio de jesuitas, y en 1640 lo encontramos estudiando derecho en la Universidad de Orléans. Pero, a pesar de graduarse en Leyes y de colegiarse durante los seis primeros meses, el joven tiene muy clara su verdadera vocación: el teatro. En consecuencia, empieza a relacionarse con la familia Béjart, una familia de comediantes con los que constituye, en junio de 1643, una compañía de teatro llamada L’Illustre Théâtre, de la que llegará a ser director.
Sin embargo, en los inicios del grupo la directora es una mujer, Madeleine Béjart, de la que el joven está enamorado y que, según los testimonios, acabará siendo su amante y compañera hasta que un ya maduro Molière decida casarse con Armande, la hija de Madeleine (o hermana, según algunas fuentes).
Las finanzas de la compañía no van bien, puesto que las obras representadas (algunas escritas por él mismo) no tienen apenas éxito. Las deudas acumuladas hacen que nuestro personaje sea encarcelado en 1645, prisión de la que le salva el príncipe de Conti, que se erige, a partir de 1653, en protector de Molière y de su compañía. A pesar de ello, los éxitos siguen sin llegar; nada parece indicar que ese actor, director y dramaturgo de treinta y dos años pueda llegar a consagrarse algún día como autor teatral.
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“Molière, la obra maestra de Corneille”
Es precisamente esta falta de ingenio en sus primeras comedias lo que ha llevado a muchos críticos a considerar la posibilidad de que Molière no fuera en realidad el autor de sus obras posteriores, aquellas que tantos aplausos cosecharon entre el público. En 1919, el escritor Pierre Louÿs (1870-1925) ya apuntó que podía ser el dramaturgo Pierre Corneille (1606-1684) el que estuviera detrás de las creaciones de Molière, y acuñó aquella frase de que Molière era “la obra maestra de Corneille”. Más tarde, en la década de 1950, la idea estuvo apoyada por el escritor Henri Poulaille (1896-1980) y, en 1990, por el abogado y dramaturgo Hippolyte Wouters (n. 1934).
Aunque pueda parecer descabellado, en realidad no lo es tanto. No se conocen manuscritos de las obras de Molière, lo que no deja de ser extraño. Por otro lado, se sabe que ambos autores se conocieron en 1658 en Ruan, y que, a partir de esa fecha, las creaciones de Molière empezaron a ser tremendamente exitosas. ¿Existió un pacto entre Jean-Baptiste Poquelin y Pierre Corneille, según el cual este último ejercería el papel de lo que hoy llamaríamos ghostwriter (escritor fantasma)? Si realmente fue así ¿por qué aceptó Corneille, undramaturgo respetado, semejante trabajo?
A principios de los 2000, Dominique Labbé, investigador del CERAT, sometió los textos de ambos autores a un estudio de estadística de textos. El resultado fue asombroso; el léxico coincidía en un 75%, lo que, según Labbé, podía ser una prueba de que, efectivamente, Corneille era el autor de las piezas atribuidas a Molière.
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El salto al éxito
Sea como fuere, es a partir del encuentro entre Corneille y Jean-Baptiste en Ruan, en 1658, que este inicia un trepidante ascenso hacia el éxito.
Primero protegido por Felipe de Orléans, el hermano del rey, y más tarde por Luis XIV en persona, el ya conocido como Molière se consagra rápidamente como el autor de comedia más importante del Gran Siglo francés, especialmente tras el estreno de Las preciosas ridículas (1659) que cuenta con toda la aceptación del Rey Sol.
La carrera de Molière es imparable. En 1661 se estrena en el Palais Royal La escuela de los maridos; al año siguiente, La escuela de mujeres, que tendrá un tremendo éxito y será tachada de obscena por la Compañía del Santo Sacramento. En el ínterin, y para aumentar su fama de libertino y descreído, Molière se ha casado con Armande Béjart, la hija de su amante Madeleine, de quien las malas lenguas dicen que es su propia hija.
En 1664 llega una de sus grandes creaciones: Tartufo, una sátira descarnada a la religión y a los fanáticos religiosos, que levanta, cómo no, verdaderas ampollas. La polémica es tal que Luis XIV se ve obligado a prohibir la obra, prohibición que no se suspenderá hasta cinco años después. Al año siguiente, inspirado en El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina, Molière presenta Don Juan, que se erige como una burla a su imagen al criticar a los hombres libertinos y mujeriegos. En 1668, y tras una recaída grave en su tuberculosis (que, a la postre, lo mataría) estrena El avaro, inspirada en La olla de Plauto y que constituye una crítica corrosiva a la burguesía.
¿Dónde están los huesos de Molière?
En 1670, Jean-Baptiste Poquelin toca el cielo con las manos, pues se erige, junto con el compositor Jean-Baptiste Lully, en el proveedor “oficial” de entretenimiento del rey y su corte. Pocos años de felicidad le quedan ya, sin embargo. En 1672 fallece Madeleine, su suegra y examante, y, en 1673, se estrena El enfermo imaginario, obra que será su canto de cisne.
Ya hemos comentado en la introducción que el dramaturgo falleció pocas horas después de desplomarse durante la representación de esta comedia. Lo que no hemos narrado todavía es el periplo que pasó su cadáver tras su muerte.
El óbito del gran Molière fue llorado por unos y celebrado por otros. La Iglesia denegó su entierro en suelo sagrado; primero, porque existía una ley por la que los actores y demás gente de la farándula, considerados personas de mal vivir, no podían ser inhumados religiosamente si no abjuraban en el lecho de muerte de su “vil” oficio. Y el caso era que la agonía de Molière había sido tan rápida que no dio tiempo a administrarle la extremaunción, por lo que el dramaturgo había muerto “pecador” a ojos de la Iglesia.
Al menos, así lo consideró el obispo que se negó en rotundo a darle sepultura. Su viuda, Armande, apeló al rey y consiguió de este la gracia de que su marido fuera enterrado furtivamente, de noche, sin pompa ninguna, en el casi abandonado Cementerio de los Inocentes de París, donde se daban sepultura a los niños que morían sin estar bautizados.
El periplo de los huesos de Molière no termina aquí. Parece ser que el obispo no se resignó, y consiguió desenterrar los restos del dramaturgo y arrojarlos con desdén a una fosa. Más de cien años más tarde, en 1792, los compatriotas revolucionarios pretendieron haber encontrado los huesos del gran autor y los trasladaron al cementerio del Père-Lachaise, donde supuestamente descansan actualmente. Dicen que en su epitafio reza “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”. Genio y figura.
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