En La traición de las imágenes, obra ejecutada en 1928, el pintor René Magritte (1898-1967) presentaba al espectador una enorme pipa. El cuadro no contenía nada más, sólo la imagen del objeto y una leyenda en la que se podía leer: Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa). Con este cuadro, Magritte hacía gala de su “realismo mágico” (estrechamente conectado con el surrealismo, pero, al mismo tiempo, muy diferente a él) y desafiaba al público a establecer una nueva conexión con la realidad.
Porque Magritte tenía razón y, a la vez, no la tenía. Ciertamente, lo que estaba representado en el cuadro era una pipa. Pero no menos cierto era que no era una pipa real, puesto que con esa pintura no se podía fumar ni hacer nada que se pudiera hacer con una pipa verdadera. La paradoja, el juego, el engaño, estaban servidos.
Si te ha parecido interesante esta anécdota, sigue leyendo. Aquí encontrarás una biografía del pintor belga René Magritte, uno de los artistas más importantes del “realismo mágico”:
Breve biografía de René Magritte, el surrealista que no quiso serlo
Y es que, aunque muchos de los libros de arte siguen incluyéndolo en el grupo de los surrealistas, en realidad Magritte nunca se consideró como tal, o no exactamente. Sí es cierto que, durante su etapa parisina, compartió ideas con André Breton y sus compañeros, pero más tarde se distanció decididamente de ellos y configuró un universo muy personal que, de hecho, nunca había abandonado. Porque René Magritte fue un artista totalmente independiente, al que no gustaba vincularse a un movimiento y que deseaba seguir su propio camino en la senda del arte.
Como suele suceder, una tragedia en la infancia
No son pocos los artistas que están marcados por un suceso doloroso ocurrido en su niñez. Magritte no es menos. Y es que su madre, Regina Berthinchamps, se suicidó cuando él tenía sólo trece años. No era la primera vez que la mujer intentaba quitarse la vida; de hecho, el padre, Léopold Magritte, se vio obligado a encerrar a su mujer en casa para que desistiera en sus intentos. Aquel 12 de marzo de 1912, Regina se escapó y se lanzó a las aguas heladas del Sambre. Dicen que el mismo René fue testigo de la recuperación de su cuerpo, que flotaba fantasmagóricamente en el río, con la cara oculta por los pliegues del vestido.
Mucho se ha dicho de la influencia nefasta que este recuerdo tuvo en la obra del Magritte adulto. Se comentó que una de sus pinturas más conocidas, Los amantes, ejecutada en 1928 y que muestra a un hombre y una mujer besándose con la cara completamente cubierta por lo que parece un saco, estaba directamente “inspirada” en el trágico suceso. Sin embargo, el mismo pintor negó esta relación. Quién sabe.
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Objetos yuxtapuestos, espacios desolados
En 1910, el joven René se encuentra estudiando dibujo y, más tarde, recibe clases de pintura en una academia de Chatelet. No será hasta 1916, con dieciocho años, que entrará en la Academia de Bellas Artes de Bruselas, donde recibirá su más esmerada educación pictórica. En estos años juveniles, las primeras obras de Magritte están completamente influenciadas por un impresionismo tardío. En 1920, un centro artístico de Bruselas exhibe algunos de estos trabajos, junto con los de Pierre-Louis Flouquet, que era, además, su compañero de estudio.
Pero será 1922 cuando la vida de Magritte cambie para siempre, tanto a nivel profesional como sentimental. Ese año contrae matrimonio con Georgette Berger (1901-1986), una antigua amiga, que será su compañera fiel hasta la muerte y la modelo de muchos de sus cuadros. Por otro lado, ese mismo año ve por primera vez la obra de Giorgio de Chirico (1888-1978); en concreto, su pintura La canción de amor, y queda vivamente impresionado por la atmósfera extraña e irreal de la obra. Tal es su obsesión por el trabajo del artista griego que, a partir de 1926, Magritte realizará sus obras inspirándose en su estilo.
¿Cuál es este estilo novedoso que tanto fascina a nuestro personaje? La obra de Chirico yuxtapone elementos que, aparentemente, carecen de relación entre sí, y los sumerge en paisajes desérticos, desoladores, casi asfixiantes. El silencio planea por toda la obra del griego, un silencio que zumba en los oídos como una colmena. Es entonces cuando Magritte se plantea la relación entre realidad y arte; en consecuencia, surgirá un nuevo estilo, el denominado “realismo mágico”, del que el belga será uno de los máximos artífices.
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¿Es Magritte surrealista?
Ya hemos comentado en la introducción cómo nuestro artista se acerca a los surrealistas franceses, pero, aún así, no acaba de encajar con sus ideas. En 1928, Magritte se encuentra en Perreux-sur-Marne, una localidad de los alrededores de París. Allí entra en contacto con André Breton y los demás surrealistas de la capital francesa y, por un tiempo, expone con ellos en diferentes galerías. Sin embargo, y a pesar de que, indiscutiblemente, su obra se impregna de cierto surrealismo, el artista siempre será un pintor independiente.
De hecho, y junto con otros artistas belgas, Magritte firma en la década de 1940 un manifiesto donde cuestiona las directrices del surrealismo “ortodoxo” del grupo de París; se trata del famoso El surrealismo a la plena luz del sol, que nos da una idea, pues, del distanciamiento existente entre los surrealistas franceses y los belgas una vez terminada la guerra.
Nos planteamos, pues, una pregunta: ¿era Magritte surrealista? En muchos sentidos, por supuesto que lo era. La obra de este artista se construye a través de paradojas y contrasentidos, en un perpetuo juego, a menudo inquietante, con el espectador. Algo parecido ideó Salvador Dalí con su método paranoico-crítico: confundir al público a través de imágenes completamente equívocas.
Sin embargo, y a diferencia de otros surrealistas, Magritte no basa su obra totalmente en los sueños. El pintor belga no estaba interesado en el automatismo de Breton y los otros, sino, más bien, en la realidad circundante y en el sentido que esta adquiere para el espectador. Así, en muchos de los cuadros de Magritte (La llave de los sueños, El imperio de las luces, Los paseos de Euclides) el artista interpela al público y le insta, casi con sorna, a establecer nuevas conexiones. La intención de Magritte es explorar la percepción humana, en todas sus facetas y en todos sus límites (si es que existe alguno): cuadros que no son cuadros, sino ventanas al exterior; días luminosos con cielos azules donde, sin embargo, aparecen casas a oscuras, con la única iluminación de una solitaria farola; engaños, ilusiones, trampantojos, acertijos. Eso es, en esencia, la obra de René Magritte.
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Una cómoda vida burguesa
Paradójicamente (no podía ser de otra manera, considerando su obra) la vida de este artista tan dado a lo misterioso fue del todo trivial. Felizmente casado desde muy joven, en 1930 decide regresar a Bélgica, donde pasará una existencia plácida y casi burguesa en Bruselas, la ciudad que le ve morir, a causa de un agresivo cáncer, en 1967. Nada bohemio, nada retorcido, nada “típico” del mundo de los artistas.
Lo verdaderamente trepidante del hombre se encuentra en su obra. En sus lienzos, Magritte presenta objetos cotidianos (que repite una y otra vez: el árbol, la paloma, el caballete, el famoso hombre del bombín…), pero, al plasmarlos sobre la tela, altera su significado. La navaja ya no es una navaja, sino un “pájaro”; la hoja, el cielo, y el maletín, una mesa. Solo la esponja mantiene su significado original, y el artista escribe, bajo su representación, la palabra relacionada: “L’éponge”.
Los mundos que propone René Magritte son, como indica claramente la denominación de su estilo, mundos mágicos. Allí nada es lo que parece en realidad. El espectador es arrancado, de esta forma, de una realidad que controla, y es introducido, a la fuerza, en lugares desconocidos. Quizá esta es la gran paradoja de la vida de Magritte: haber vivido una existencia tan plácida y serena y haber pintado unos cuadros tan dulcemente inquietantes.