En 1897, en plena época de revival del relato gótico o de terror, aparece el Drácula de Abraham ‘Bram’ Stocker (1847-1912), la novela que consagra definitivamente el personaje del vampiro rumano sediento de sangre y venganza. A pesar de que el argumento contenía elementos suficientes para hacer las delicias de un público ávido de historias oscuras y terroríficas, la obra no obtuvo el éxito esperado. No fue hasta las primeras décadas del siglo XX que, gracias a las versiones cinematográficas que de ella se realizaron, la historia de Drácula alcanzó fama internacional.
Algunos siglos antes, sin embargo, la leyenda del siniestro personaje que empalaba a sus enemigos y comía entre sus cadáveres (lo de beber su sangre es un “invento” del escritor) había trascendido por toda Europa. Después de la aparición de la imprenta aparecieron numerosos libros que explicaban con detalle todas las atrocidades cometidas por Vlad III Draculea, un príncipe de Valaquia que había pasado a la posteridad por sus encarnizadas luchas contra el imperio otomano y sus diversos adversarios cristianos.
En esta biografía de Vlad Tepes nos sumergimos en la fascinante historia de Vlad el Empalador, el personaje histórico que se oculta tras el Drácula literario.
Breve biografía de Vlad Tepes, el príncipe empalador
En los países hispanos se le conoce como Vlad el Empalador, traducción de su denominación en rumano, Vlad ţepeş, Vlad Tepes. El funesto apelativo surgió de las sangrientas acciones que este príncipe de Valaquia, en la actual Rumanía, cometió durante el siglo XV, una época convulsa para el este de Europa. ¿Por qué recibió este nombre? ¿Qué hay de verdad en la leyenda? Acompáñanos a este viaje por la fascinante historia de Vlad III Draculea, el príncipe empalador.
El “hijo del Dragón”
La biografía de Vladislaus (Vlad) Draculea no se entiende sin conocer cuál era la situación de los Balcanes a principios del siglo XV. Situémonos; al este, el imperio otomano empuja sin tregua para expandirse por Europa. Los estados cristianos, atemorizados, intentan por todos los medios hacerle frente. Especialmente importante en esta empresa es el reino de Hungría, por su proximidad a la frontera turca, que tiene en Valaquia (en la actual Rumanía) su centro personal de operaciones. Así, el principado gobernado por el padre de nuestro personaje es zona de guerra, disputada tanto por húngaros como por otomanos.
En medio de esta vorágine, los reyes de Hungría intentan hacerse con el apoyo de los valacos, del mismo modo que los turcos otomanos pretenden atraerse a los príncipes de la región a su favor. Es en este delicado contexto en el que nace Vlad, en una fecha desconocida que podemos situar entre 1428 y 1431. Su padre es Vlad II Dracul, príncipe de Valaquia, que ha recibido el apelativo de la Orden del Dragón, una hermandad de caballeros de origen húngaro que tiene como misión frenar el avance del imperio otomano y proteger la fe cristiana en el este de Europa. De esta forma, el hijo de Dracul recibe el nombre de Vlad Draculea, es decir, el “hijo del Dragón”.
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Juego de tronos
Como se puede deducir, el principado de Valaquia se encuentra en una posición que tanto puede ser ventajosa como perjudicial. Porque del apoyo de Vlad II Dracul dependen las fuerzas húngaras, y lo mismo puede decirse del ejército otomano. Valaquia es, pues, una pieza clave en el juego de poder que son los Balcanes del siglo XV, pero no por ello su situación deja de ser extremadamente delicada. Se encuentra, literalmente, entre dos fuegos.
A todo ello hay que sumarle que los húngaros son cristianos católicos, pero los valacos siguen la ortodoxia eslava y griega. Estas diferencias, así como las diferentes estrategias de poder, van a caracterizar la dinámica de la región durante todo el siglo, y Vlad Tepes no permanecerá indiferente a ello.
Poco sabemos de la infancia de nuestro personaje. Lo que sí es seguro es que permaneció durante muchos años en la corte otomana, en calidad de rehén del sultán. Según las fuentes, tanto Vlad como su hermano Radu fueron bien tratados por los turcos, e incluso compartieron educación y juegos con el hijo y heredero del sultán, el futuro Mehmet II.
La inestabilidad política y las intrigas consecuentes hacen que su padre, Vlad II Dracul, traicione su alianza con el sultán y se posicione con los húngaros. Esta decisión pone en peligro la vida de sus dos hijos que, como rehenes de los otomanos, pueden ser ejecutados. Sin embargo, parece ser que Vlad no guardó rencor alguno a su padre, puesto que, una vez sentado en el trono del principado de Valaquia, se dedicó a eliminar a los boyardos (es decir, los miembros de la nobleza local) que habían conspirado y asesinado a Vlad II.
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De una crueldad infinita
Así define el cronista italiano Antonio Bonfini a Vlad Tepes, en su Historia Pannonica, publicada en 1495, más de veinte años después de la muerte del empalador. En efecto; a finales del siglo XV, las historias acerca de la brutalidad de Draculea han trascendido las fronteras de los Balcanes.
Se habla de más de doscientos boyardos ejecutados junto a sus familiares durante la Pascua de 1459, poco después de que Vlad recuperara el trono de su padre, amén de otros muchos convertidos en esclavos. Por otro lado, las minorías privilegiadas siempre fueron el objetivo de las “purgas” de Vlad el Empalador; especialmente encarnizada fue su persecución de los sajones, que poseían privilegios y libertades fiscales. Vlad III se encargó de cambiar la situación y, además de cargarlos con impuestos desorbitados, inició un avasallamiento masivo hacia la población sajona de Valaquia.
Los católicos de su territorio también fueron objeto de sus persecuciones, pues no debemos olvidar que el sanguinario príncipe era ortodoxo.
Cansados de tantas vejaciones, los sajones, apoyados por los húngaros, conspiran contra él, y Vlad es obligado a abandonar el poder en Valaquia. Sin embargo, todavía reinará en la tierra de sus ancestros dos veces más, apoyado por los que la primera vez lo derrocaron.
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Tres veces príncipe
Si bien sus objetivos en materia de política interna variaron (aunque siempre se decantó por perseguir a las minorías extranjeras para potenciar a los locales), el gran enemigo de Vlad III fue el imperio otomano, para el que nunca ofreció perdón ni cuartel. Quizá en todo ello tuvo mucho que ver el rencor que había alimentado desde su época de rehén, algo difícil de entender si consideramos que tanto él como su hermano Radu fueron tratados como auténticos príncipes.
Fue precisamente contra este hermano, conocido como Radu el Hermoso, contra el que Vlad Tepes estableció una encarnizada rivalidad en sus últimos años de vida. Parece ser que Radu se había convertido al Islam y se había aliado con los turcos. Los nobles valacos también se acercaron a Radu, por lo que Vlad III había perdido a su mayor apoyo interno. El rey Matías Corvino de Hungría, que inicialmente se había posicionado en sus filas contra los turcos, también cambió sus preferencias y se unió a la conspiración. Vlad III fue capturado y conducido a una prisión húngara.
Sin embargo, en el tablero de juego que suponían los Balcanes en aquella época, nada era definitivo. En 1475, Matías Corvino decide volverse de nuevo contra los turcos tras expirar la tregua, y libera a Vlad Tepes para que inicie una campaña contra el imperio. Por tercera vez, Vlad Draculea se convierte en príncipe de Valaquia. Está será la última vez que ostente el poder.
El hombre y el mito
No se sabe con certeza cuándo falleció nuestro personaje; pudo ser en diciembre de 1476 o, como mucho, en enero del año siguiente. Sí se sabe cómo: durante la campaña contra los turcos, que Vlad había iniciado en favor de Hungría. Se desconoce también donde se hallan sus restos; todo ello no hizo sino alimentar el mito que surgió tras su deceso.
El personaje histórico se funde, pues, con el rumor y la leyenda. Porque, si bien existen documentos fehacientes de su crueldad (como el informe que se envió al papa Pío IV en el que se asegura que Vlad había asesinado a 40.000 personas), no es menos cierto que los hechos sangrientos se exageraron con el tiempo. Algunos de ellos, directamente, se inventaron, probablemente espoleados por sus enemigos, deseosos de dejar para la posteridad una imagen negativa del príncipe. La historia está llena de este tipo de “testimonios”.
Por otro lado, en Rumanía, su tierra natal, Vlad III fue durante muchos años una especie de “héroe nacional”, alimentada la leyenda “dorada” por el romanticismo del siglo XIX; un personaje que, supuestamente, luchó por su patria rumana y se enfrentó a todos los enemigos que trataban de “apropiársela”, lo que incluye tanto a húngaros como a otomanos.
¿Dónde está la verdad? Desde luego, no en la novela de Bram Stocker. Vlad III Draculea no fue un vampiro retornado de la muerte, pero probablemente tampoco fue ni el héroe de las crónicas rumanas ni ejecutó todos los crímenes que le adjudicaron sus detractores. Puede que, como siempre, la verdad esté en medio.