Está claro que la felicidad es un concepto central en el modo en el que muchas personas deciden cómo quieren vivir el día a día. En determinados momentos, pensar en lo que se suele entender por felicidad nos puede ayudar a decidir qué hacer con tal de involucrarnos más en un proyecto de vida que nos haga sentir plenos, que conecte con nuestras inquietudes, intereses y valores.
Ahora bien, que la idea de "felicidad" sea importante en la cultura popular no tiene por qué significar que esta deba ser usada para fijar objetivos terapéuticos cuando se va al psicólogo. Es decir... ¿Realmente cuando asistimos a psicoterapia la meta final ese ser feliz, tal cual? Suena bien, pero... ¿Resulta efectivo y útil plantearse eso en el contexto de la salud mental, de la terapia de pareja o de la terapia familiar?
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Empecemos definiendo la felicidad
Tal y como ocurre con prácticamente todos los términos de uso popular que hacen referencia a ideas abstractas, existen varias definiciones de lo que es la felicidad. Es más: plasmarla en palabras ha dado lugar, en las últimas décadas, a una de las discusiones más interesantes en el ámbito de la Psicología y de la Filosofía.
No sorprende que sea así. A fin de cuentas, la felicidad no es simplemente una idea que pueda o deba ser estudiada científicamente; también es un concepto con una alta carga cultural, y concretamente moral. Dependiendo de lo que consideremos que es bueno o malo, veremos la felicidad como una u otra forma: no hay una manera objetiva de definirla, porque su propia existencia ya implica que la concebimos desde unos valores, creencias y prácticas culturales determinadas.
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El enfoque analítico y el enfoque holístico de la fecilidad
Pero más allá de estas distinciones que tienen que ver con la cultura a la que pertenecemos, también hay otros criterios que nos llevan a ver la felicidad de un modo u otro. Por ejemplo, el hecho de que la entendamos como una suma e partes más pequeñas, o, por el contrario, como un todo.
Así, muchas veces se opta por hablar de un tipo de felicidad que es la suma de momentos agradables, situaciones que nos sacian ya sea sensorial o intelectualmente: subir a cimas de montañas, cocinar, pintar cuadros, hacer ejercicio, etc. Este era, por ejemplo, el punto de vista acerca de la felicidad del filósofo Jeremy Bentham, uno de los mayores representantes de la corriente de pensamiento utilitarista en los siglos XVIII y XIX. Para este autor, la felicidad podía ser estimada a través de lo que dio a conocer como el "cálculo felicítico", en el que diferentes variantes de placer se enfrentaban a diferentes tipos de displacer (o dolor físico o emocional): el resultado de este choque de elementos positivos y negativos (en el que tenía en cuenta variables como la intensidad, la duración, etc.) expresaría el grado en el que somos o no somos felices.
Otra manera de entender la felicidad más alejada del enfoque hedonista de Bentham es el que entiende la felicidad como un estado mental que solo puede ser comprendido en su totalidad, sin detenernos a analizar cada una de sus partes por separado. De esta manera es más fácil comprender aspectos que van más allá del cortoplacismo y de las sensaciones ligadas al "aquí y ahora", algo en lo que se centraba la definición que hemos visto antes.
Si entendemos que somos felices cuando estamos haciendo de nuestra vida algo con un significado importante para nosotros, quizás incluso algo que nos sobrevivirá, no estamos hablando de lo agradable que resulta hacer una tarea en un determinado momento y lugar, sino de una felicidad que va más allá del espacio y del tiempo. Evidentemente, no podemos sentirnos felices o infelices fuera del momento presente en el que tienen lugar nuestros procesos mentales, pero este tipo de felicidad permanecería latente en nosotros, para hacernos sentir bien en el momento en el que dirijamos nuestra consciencia hacia él. Por ejemplo, para algunas personas es un gran motivo de felicidad saber que se ha criado, educado y amado a unos hijos que viven bien y se sienten apoyados y queridos por la familia, y esto no es una actividad concreta. Hoy en día, existen recursos diseñados en el ámbito de la Psicología para estudiar y registrar en la medida de lo posible esta clase de felicidad, como por ejemplo la Escala de Satisfacción con la Vida creada por Emmons, Diener, Larser y Griffin.
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La importancia de la estabilidad emocional
Tal y como hemos visto, hay una manera de entender la felicidad que consiste en sumar o restar momentos que nos hacen felices o que nos hacen infelices. Esta manera de abordar el tema de qué nos hace felices tiende a poner énfasis en los eventos específicos, y sobre todo en los grandes logros que nos aportan placer, así como en las crisis que hacen que todo lo que dábamos por seguro se tambalee a nuestro alrededor.
Esta manera de ver las cosas implicaría que para ser felices debemos intentar implicarnos activamente en acciones que nos aporten disfrute hedónico; sin embargo, la investigación científica revela que esta clase de comportamientos, si bien pueden aportar mucha satisfacción a corto y medio plazo, a largo plazo nos fatigan mucho e incluso nos lleva a obsesionarnos con encontrar nuevas metas que nos hagan sentir tanto o más que las que ya alcanzamos.
Y es que todo parece indicar que la felicidad tiene que ver más bien con nuestra manera de evaluar nuestra existencia en su totalidad, y en concreto, con la posibilidad de hacerlo gracias a que disponemos de estabilidad emocional. Si no nos volvemos esclavos de la constante consecución de nuevos momentos de gran placer o de situaciones muy excitantes, seremos más capaces de ver nuestras vidas con perspectiva y dejar que los sentimientos acerca de lo que somos y lo que hemos ido haciendo nos inunden completamente, sin necesidad de poner mucho esfuerzo en ello.
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¿Es la felicidad una buena meta terapéutica?
Ahora que ya hemos hecho un breve repaso al concepto de la felicidad, toca regresar a la pregunta clave: es adecuado que los psicólogos ofrezcan sus servicios con la finalidad de hacer que los pacientes sean felices al final del proceso?
Lo cierto es que no debería ser la meta a alcanzar, por varias razones.
En primer lugar, porque la felicidad es un fenómeno básicamente subjetivo, y prometerla a través del sector servicios implicaría tomar el control absoluto de la subjetividad del paciente, algo que además de ser imposible, iría e contra del código deontológico de los psicólogos.
En segundo lugar, porque la felicidad no es un estado mental que las personas se puedan "llevar puesto" tras acudir a un lugar: tiene que ver mucho con el contexto y con lo que se hace en el aquí y ahora, y nadie es feliz de manera ininterrumpida durante varios días seguidos.
Y en tercer lugar, porque la felicidad es, en el fondo, la consecuencia de un conjunto de fenómenos psicológicos sobre los que sí se puede llegar a tener un nivel significativo de control: son estos los que deben constituir la meta de la psicoterapia, y los que quedan planteados en las primeras sesiones con el psicólogo. Fijarse metas objetivas y que puedan ser explicadas en palabras es la manera de controlar y detectar avances o posibles fallos en el transcurso de la psicoterapia, mientras que limitarnos a poner como finalidad "ser feliz" nos dejaría sin referentes para saber si lo estamos haciendo bien o no.