¿Qué esperanza de vida tiene un paciente de Alzheimer?

Un resumen de la evolución de esta enfermedad, que deteriora el cerebro hasta causar la muerte.

Esperanza de vida tiene un paciente de Alzheimer
Veamos cuál es la evolución de esta forma de demencia.Unsplash.

La enfermedad de Alzheimer es probablemente una de las que mayor temor genera a la población en general, debido a su elevada prevalencia y a los devastadores efectos que tiene su avance sobre quien la padece. La mayoría de personas sabe que esta afectación provoca un deterioro progresivo de las facultades mentales, de entre las cuales la más conocida y destacada (si bien no la única) la de la memoria.

Asimismo, existe cierta noción de que además de dichas pérdidas el Alzheimer va generando cada vez una afectación mayor del sujeto hasta su muerte. En este sentido resulta habitual que muchas personas puedan preguntarse qué esperanza de vida tiene un paciente de Alzheimer. Responder a esta pregunta es complejo, pero a lo largo de este artículo vamos a intentar ofrecer un pronóstico aproximado en base a la media de la esperanza de vida de una persona con esta enfermedad.

¿Qué es la enfermedad de Alzheimer?

Conocemos como enfermedad de Alzheimer a una de las enfermedades neurodegenerativas más habituales, la cual sigue aún sin tener una causa conocida y que cada vez tiene mayor prevalencia, en parte debido al progresivo envejecimiento de la población. Esta enfermedad, la cual genera una demencia, se caracteriza por la aparición de un progresivo e irreversible deterioro y muerte de las neuronas que pueblan nuestro encéfalo, algo que a su vez genera una también progresiva pérdida de facultades cognitivas.

Esta demencia no aparece de forma súbita, sino que empieza a manifestarse de manera insidiosa, afectando primero a las cortezas temporales y parietales para con el tiempo expandirse al resto de la corteza y finalmente afectar también a las estructuras subcorticales.

A nivel funcional, el síntoma más reconocible en el Alzheimer es la pérdida de memoria episódica, junto con la presencia de amnesia anterógrada o incapacidad para retener nuevas informaciones.

Además de ello también aparecen problemas del habla (inicialmente anomia o incapacidad para encontrar el nombre de las cosas pero con el tiempo avanzando las dificultades en este sentido hasta llegar a la afasia), de reconocimiento/identificación de caras y objetos y de motricidad y secuenciación de movimientos, algo que termina por configurar el denominado síndrome afaso-apraxo-agnósico. También aparecen alteraciones perceptivas (como por ejemplo la pérdida del olfato) y conductuales (por ejemplo el vagabundeo o la pérdida del control de impulsos que puede llevar a cierta agresividad).

Asimismo es habitual que aparezcan ideas delirantes de perjuicio (algunos de los cuales pueden derivarse de problemas de memoria) y grandes dificultades atencionales, desinhibición o mansedumbre extrema o alteraciones emocionales.

Tres fases

El progreso de deterioro propio de esta enfermedad se produce a lo largo de tres fases. Inicialmente, en la fase inicial empiezan a verse dificultades como la amnesia anterógrada, problemas de memoria y rendimiento cognitivo y en el día a día, problemas para solucionar problemas y elaborar juicios, un cierto retraimiento y posiblemente sintomatología depresiva como apatía, depresión o irritabilidad. Esta primera fase suele durar entre dos y cuatro años.

Posteriormente se llega a una segunda fase, cuya duración puede ser de hasta cinco años, en la que empieza a aparecer el citado síndrome afaso-apraxo-agnósico. Dicho síndrome se caracteriza como hemos dicho por provocar cada vez más problemas a la hora de comunicarse, llevar a cabo secuencias de movimientos y ser capaz de identificar los estímulos.

Existe también desorientación espacio-temporal, pérdida ahora ya mucho más acusada de memoria reciente y disminución de la autoconciencia. Aparece apatía y sintomatología depresiva, así como también irritabilidad y es posible que se den ideas delirantes de perjuicio (en parte vinculadas a la pérdida de memoria) e incluso agresividad verbal o física. El control de los impulsos es mucho menor. También aparecen problemas en las actividades de la vida diaria, algo que hace al sujeto cada vez más dependiente y requiriendo ya de supervisión externa para la mayoría de actividades (aunque aún es capaz de realizar las más básicas).

En la tercera y última fase de esta enfermedad, el sujeto se encuentra profundamente deteriorado. La pérdida de memoria puede llegar a afectar incluso a episodios de la infancia, y puede ocurrir que el sujeto padezca una ecmnesia en que la persona crea que se encuentre en un momento de la infancia. Existe ya una dificultad severa de la comunicación (padeciendo una afasia grave en que la capacidad de comprender y expresar es prácticamente inexistente) y problemas para moverse y caminar.

Es habitual que también exista desinhibición de los impulsos, incontinencia, incapacidad de reconocer a los seres queridos e incluso autoreconocerse en un espejo. También la inquietud y la angustia son frecuentes, así como problemas de insomnio y la falta de respuesta ante el dolor o lo aversivo. El sujeto suele acabar encamado y con mutismo. En esta última etapa, que acaba con la muerte, el sujeto es totalmente dependiente del entorno de tal manera que necesita de alguien para llevar a cabo las actividades básicas de la vida diaria e incluso para sobrevivir.

La esperanza de vida en pacientes de Alzheimer

Hemos visto que el proceso de deterioro que sufre una persona con Alzheimer va sucediendo de manera progresiva, hasta llegar al encamamiento y con el tiempo a la muerte de ésta. El período entre el inicio de los síntomas y la muerte puede variar mucho de persona a persona, por lo que hablar de una esperanza de vida concreta puede ser complejo. Sin embargo la media de tiempo que ocurre entre uno y otro, la esperanza de vida que suelen tener los pacientes de Alzheimer, suele oscilar entre los ocho y diez años.

Ahora bien, también hay que tener en cuenta que esta cifra es únicamente una media que debemos tomarnos como una aproximación: existen casos en que la muerte se ha producido de forma mucho más temprana o, por el contrario, personas que han vivido hasta dos décadas más desde el inicio de los síntomas. Así, no podemos determinar totalmente cuánto tiempo va a sobrevivir una persona con esta enfermedad.

Son muchos las factores que pueden alterar el pronóstico vital. Uno de ellos lo encontramos en el hecho de mantener la mente activa y mantener a la persona estimulada contribuye a prolongar el tiempo en que esta mantiene sus funciones, algo que ayuda a ralentizar el progreso de la enfermedad y mejorar la calidad de vida de la persona. La falta de actividad tanto física como mental, por el contrario, facilitan su progresión. También existen algunos fármacos que en principio ayudan y favorecen el funcionamiento de la memoria.

Además de esto también es relevante el hecho de poder tener una red de apoyo social que pueda mantener una supervisión del sujeto y apoyarle (si bien también es importante que los cuidadores tengan también su propio espacio para sí mismos), o bien que puedan solicitarle las ayudas que precise.

Otro de los elementos que tiene que tenerse en cuenta a la hora de valorar la afectación de la enfermedad de Alzheimer respecto a la esperanza de vida es la edad de inicio de la enfermedad. Hay que tener en cuenta que si bien cuando pensamos en Alzheimer lo más habitual es hacerlo en una persona mayor, también existen casos en que aparece de manera temprana.

Por lo general aquellas personas que padecen formas precoces o preseniles de Alzheimer, es decir que empiezan a experimentar los síntomas y son diagnosticados antes de los 65 años edad, tienden a tener un peor pronóstico y las distintas fases de la enfermedad suelen sucederse a mayor velocidad. Por el contrario, a más tardío el inicio del trastorno menor el efecto que tiene a la hora de reducir la esperanza de vida.

Referencias bibliográficas:

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Psicólogo en Barcelona | Redactor especializado en Psicología Clínica

Barcelona

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Máster en Psicopedagogía con especialización en Orientación en Educación Secundaria. Cursando el Máster en Psicología General Sanitaria por la UB.

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