La depresión es un trastorno del estado de ánimo muy frecuente, dado que hay muchos factores distintos que pueden hacer que surja en las personas.
En esta psicopatología se mezclan predisposiciones genéticas y experiencias que son tan variadas como la vida misma, es decir, prácticamente infinitas. De ahí que resulte tan compleja y difícil de entender, porque puede afectar a personas con vidas aparentemente muy diferentes, e incluso con estatus socioeconómicos claramente alejados entre sí.
Sin embargo, gracias a décadas de investigación, en la actualidad sabemos que existen una serie de vivencias más proclives que otras a dar pie a la depresión. Aquí vamos a centrarnos en una serie de patrones de comportamiento capaces de aumentar las probabilidades de sufrir depresión y que pueden ser englobadas dentro del concepto de la pasividad.
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Así es como la pasividad nos predispone a la depresión
Debe quedar claro que es imposible predecir quién desarrollará depresión y quién no. Cada persona es un mundo, y la Historia está llena de ejemplos en los que vemos cómo los menos privilegiados se sobreponen relativamente bien ante eventos catastróficos, y de miembros de la élite económica con vidas aparentemente perfectas que sin embargo se sienten muy desgraciadas.
Pero más allá de este hecho, tampoco se puede ignorar que hay evidencias acerca de hábitos, actitudes y modos de vida que nos encaminan hacia este trastorno psicológico, al menos desde el punto de vista de la estadística y las probabilidades. Por ejemplo sabemos que eso es lo que pasa con varios patrones e comportamiento asociados a la pasividad (física y psicológica). Son los siguientes.
1. Descuidar el horario de sueño
No preocuparse por llevar un cierto control sobre la cantidad de horas que dormimos y sobre cuál es el momento en el que nos vamos a la cama suele salirnos caro. Incluso aunque no nos demos cuenta, tras unos pocos días viviendo de esa manera, nuestra agilidad mental disminuye mucho, por lo que nos cuesta más concentrarnos y somos peores razonando (al menos, mientras no volvamos a dormir adecuadamente durante varios días seguidos).
Pero también se sabe que más allá del desgaste que produce en nuestras habilidades cognitivas, la falta de sueño de calidad nos vuelve más vulnerables a la depresión. Esto podría deberse a que a través del desgaste físico que genera en nuestro sistema nervioso, nuestro cerebro se expone más a los procesos inflamatorios, que se sabe que son una de las causas biológicas de la depresión.
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2. Los reparos a la hora de pedir ayuda
Para muchas personas, la idea de pedir ayuda a los seres queridos o a los miembros del círculo social cercano es algo casi imposible de concebir. Es lo que ocurre con quienes consideran que la manera de vivir por defecto es ser un ser humano totalmente autónomo, que solo recurre a pedir el apoyo de otros en situaciones extremas… y a fuerza de no hacerlo nunca, para cuando llega el momento de mostrarse vulnerable para que los demás le echen una mano, ya es una acción que rompe demasiado con la “zona de confort”.
En este sentido, seguir hacia adelante sin darse cuenta de que ciertos retos no están hechos para ser afrontados sin contar con ayuda es una actitud pasiva, aunque paradójicamente suela llevar a terminar física y/o psicológicamente agotados. Y con este desgaste de la salud, aparecen las grietas por las que pueden colarse los trastornos psicológicos más frecuentes, como la depresión.
De hecho, existen hipótesis científicas que buscan la utilidad evolutiva de la depresión y según las cuales esta psicopatología podría ser una manera de contar con la colaboración y la ayuda de los demás de una manera inconsciente e indirecta. Si por el motivo que sea no ponemos voluntad en reconocer abiertamente nuestras limitaciones, los procesos biológicos e inconscientes de nuestro cuerpo lo harían por nosotros… aunque claro está, a veces este mecanismo fallaría, activándose en momentos en los que no puede ser de ayuda y en los que supone de por sí un problema añadido, tal y como en ocasiones pasa también con la ansiedad, por ejemplo.
Se trata de una lógica llevada al extremo de lo que suele pasar cuando lloramos cerca de personas que nos conocen; no hay que olvidar que la acción más básica que solemos asociar a la tristeza y a la desesperanza, derramar unas lágrimas, es probablemente un mecanismo surgido para comunicar a los demás que no estamos bien.
3. Pasatiempos ligeros propios del estilo de vida sedentario
Las aficiones ligadas a un estilo de vida sedentario, como pasar largos tiempos en el sofá viendo la televisión, también se asocian a un mayor riesgo de desarrollar depresión.
Esto puede deberse a la falta de estímulos significativos que ofrecen, combinada con la ausencia de retos estimulantes en los que centrarnos: quien se limita a ver lo que emiten los canales de televisión u observa lo que otros cuelgan en las redes sociales tan solo consume contenidos ya terminados, que no se prestan a participar en ellos de ninguna manera.
4. Tendencia a aislarse
El aislamiento social, la falta de una costumbre de ir a buscar a los demás para interactuar cara a cara con ellos, también parece hacer aumentar las probabilidades de experimentar depresión. Esto puede deberse tanto a una mayor predisposición a vivir de una manera poco sana (falta de higiene, mala alimentación, uso de drogas legales o ilegales, etc.) debido a que existen menos incentivos por mantener una buena imagen y/o un entorno de vida saludable.
También puede ser debido simplemente a la falta de experiencias estimulantes o novedosas. Si estamos siempre solos, es más factible que terminemos viviendo siempre el mismo tipo de experiencias, y haciendo siempre lo mismo, hasta que llegue un punto en el que ya no esperamos nada bueno del porvenir. Y por lo que se sabe, la depresión se apoya en un círculo vicioso en el cual nos instalamos en un modo de vida marcado por la falta de estímulos y por nuestra incapacidad por “conectar” emocionalmente con proyectos que en otras circunstancias nos habrían interesado o incluso ilusionado.
Por eso, muchas formas de psicoterapia se basan en ayudar a la persona a volver a involucrarse activamente en actividades estimulantes, por sencillas que sean en un principio, para poco a poco ir ganando “inercia” y recuperar la capacidad de disfrutar.
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Referencias bibliográficas:
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