Tu hijo o hija anda más callado de lo normal. Se enfada por cualquier cosa. Parece que nada le interesa. Duerme demasiado… o casi no duerme.
Ves que se distrae, se desconecta de todos y se pasa el día con pocas ganas de hablar. Te preguntas si son cosas normales de la edad o si hay algo más detrás.
A veces, la idea que uno tiene sobre la depresiónn no encaja con lo que está viendo. Porque, claro, no siempre se trata de llorar o estar en la cama todo el día. En adolescentes, la tristeza puede disfrazarse de muchas formas. Y si no sabes a qué estar atento, puede pasar desapercibida.
La adolescencia no es sencilla, lo sabemos
En la adolescencia cambian tantas cosas que a veces no hay tiempo ni de entender una cuando ya llegó la siguiente. El cuerpo cambia, los vínculos se mueven, hay más presiones, más preguntas, más decisiones. Muchas personas adultas, desde fuera, lo viven como una etapa de rebeldía o drama, pero por dentro pueden estar pasando cosas mucho más intensas.
Y eso lo confirman los datos. Hoy, una de cada siete personas adolescentes vive con algún tipo de trastorno mental, según la Organización Mundial de la Salud. Y lo peor es que en muchos casos ni siquiera lo saben. O lo saben, pero no lo dicen. Porque piensan que “así es la adolescencia”, porque creen que no les van a entender o porque les da miedo que los juzguen.
¿Cómo se nota la depresión en los adolescentes?
Hay que empezar por esto: la depresión no se ve igual en todos. Y en las personas jóvenes, menos todavía. A veces aparece como cansancio permanente. O como una desconexión total de las cosas que antes les gustaban.
También puede mostrarse en forma de mal genio constante, sensibilidad extrema, o comentarios que antes no hacían y que ahora suenan alarmantes. Frases como “nada importa”, “para qué”, o “me da igual todo”.
En algunos casos se aíslan, en otros parecen más activos pero se les nota distintos, como si todo lo hicieran sin estar del todo presentes. También puede afectarles el apetito, el sueño, el rendimiento escolar o la relación con sus amistades. Es una serie de señales, más que una sola.
¿Y por qué cuesta tanto verlo?
Porque justo en esta etapa es esperable que estén más cambiantes, más sensibles, más cerrados. Es difícil saber si están tristes o si simplemente no quieren hablar. Muchas veces, ni ellos tienen claro lo que les pasa. Por eso, aunque la depresión esté ahí, puede quedar tapada por otras cosas.
Y, ojo, que no siempre lo van a mostrar igual en todos lados. Puede que en casa estén más irascibles, pero en el colegio no digan ni una palabra, y con sus amistades no quieran ni salir.
El punto es observar cuándo estos cambios duran más de lo habitual y empiezan a afectar distintas partes de su vida. Eso ya es un indicio de que algo importante está pasando.
Qué observar en casa y cómo acompañar
Aquí no hay recetas mágicas, pero sí algunas cosas que pueden ayudar. Lo primero es estar atentos, sin invadir. Fijarse si hay cambios en su rutina, si duermen bien, si comen como antes, si se interesan por lo que antes les gustaba.
Y no solo eso, sino también cómo hablan de sí mismos o del mundo. Frases negativas, desinterés general, sentirse culpables por todo… son señales que no conviene dejar pasar.
A veces también es importante mirar el entorno. El uso excesivo de redes sociales, el aislamiento, los problemas en el colegio, el bullying, la presión académica o incluso los conflictos en casa pueden tener un impacto grande en su salud mental. No siempre la raíz del problema es interna.
Entonces, ¿qué se puede hacer?
- Que se note que estás, pero sin invadir No hace falta estar hablando todo el día, pero sí mostrar disponibilidad. Que sepan que pueden contar contigo, sin sentir que los vas a juzgar o interrogar.
- Proponer, no decirle todo lo que debe hacer. Invitar a hacer cosas juntos. Cocinar, caminar, ver una película, ordenar un cuarto. A veces, lo más simple genera momentos para hablar o, al menos, para conectar.
- Poner atención a su rutina. Dormir bien, comer a horarios regulares, moverse un poco cada día… puede parecer básico, pero todo eso sostiene el equilibrio emocional.
- Hablar de emociones, sin armar dramas. No hace falta esperar a que haya un problema para hablar de cómo nos sentimos. Entonces, cuanto más natural sea, más fácil será que se animen a compartir.
- Pedir ayuda cuando lo necesiten. Si notas señales que se mantienen y te preocupan, busca a un profesional. Cuanto antes se intervenga, mejor. No hay que esperar a que esté todo mal para hacer algo.
- Supervisar su vida digital. Sin controlar todo, pero sí con interés. Saber qué consumen, qué les afecta, con quién hablan. Las redes sociales, aunque parezcan inofensivas, tienen mucho peso en cómo se ven a sí mismos.
Así también puedes ayudar
Acompañar a una persona joven cuando algo no anda bien no siempre es fácil. A veces vas a sentir que no sabes qué hacer, que todo lo que dices está mal, o que nada alcanza. Pero incluso en esos momentos, tu presencia importa. Saber que hay alguien ahí, disponible, que los escucha y que no los presiona, puede darles un poco de aire.
Nadie espera que sepas todo. Solo que estés. Que observes. Que preguntes. Que no minimices. Porque cuando alguien adolescente atraviesa una depresión, necesita a su alrededor personas que, sin tener todas las respuestas, estén dispuestas a acompañar el proceso.

Psicólogos Sevilla Cribecca Psicología
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Y eso no siempre se logra con grandes discursos, sino con cosas pequeñas: una conversación, un rato juntos, un “te noto distinto, cuéntame qué pasa si quieres”. Esas puertas abiertas son las que ayudan a que, cuando llegue el momento, puedan animarse a decir lo que sienten. Si crees que tu hijo o hija está `pasando por un mal momento y no sabes cómo ayudarlo, en Cribecca Psicología en Sevilla contamos con un área especializada en psicología para adolescentes. Nuestro tratamiento se basa en la intervención con el adolescente así como en la orientación a los familiares para conseguir una mejora inmediata y duradera. Infórmate sin compromiso.


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