No todas las heridas de la infancia cierran bien. Algunas no sangran, pero siguen abiertas por dentro. Se esconden, se silencian, pero no se van. Pueden quedarse años, disfrazadas de ansiedad, insomnio o cansancio constante.
Hoy sabemos que el trauma infantil no solo deja marcas emocionales: también puede inflamarse en el cerebro, afectar cómo pensamos, sentimos y reaccionamos. Suena fuerte, sí, pero entenderlo cambia la mirada y nos ayuda a conectar los puntos, a entender lo que a veces parece no tener explicación.
Qué es el trauma infantil y por qué no es algo “del pasado”
El trauma infantil no se refiere solo a algo grave o escandaloso; es cualquier experiencia que sobrepasa lo que un niño puede manejar solo. Y ojo, no se trata de ser “sensible” o no, sino de que hay cosas que simplemente no corresponden a esa etapa de la vida: vivir con miedo constante, ser testigo de violencia, sentirse ignorado, recibir maltrato, vivir una pérdida sin apoyo o estar rodeado de caos.
Aunque mucha gente piensa que “los niños olvidan”, el cuerpo y el cerebro no lo hacen tan fácil. Se estima que casi la mitad de las personas ha pasado por al menos una experiencia así en sus primeros años. No es poco.
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Cómo impacta el trauma infantil cuando creces
Pasar por una situación traumática en la infancia no siempre se nota de inmediato. A veces, los efectos aparecen años después. Puede reflejarse en la forma de pensar, en cómo te relacionas con los demás, en tu salud mental y hasta en tu cuerpo.
Hay quienes desarrollan ansiedad, depresión o dificultad para regular la rabia. Otras personas se aíslan, desconfían de todo el mundo o sienten que siempre tienen que estar en alerta, como si algo malo pudiera pasar en cualquier momento. También es común que aparezcan problemas para dormir, comer, concentrarse o simplemente disfrutar.
Y no es solo cuestión de emociones. De hecho, hay estudios que muestran que quienes vivieron traumas en la infancia tienen más riesgo de sufrir enfermedades como diabetes, problemas del corazón, dolores crónicos o defensas bajas. Como si el cuerpo se hubiera quedado atrapado en ese estado de emergencia.
Pero, lo que muchos no sabían hasta hace poco, es que este tipo de experiencias también puede provocar inflamación en el cerebro. Sí, así como lo lees.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el cerebro inflamado?
Un grupo de investigadores de la Universidad de Yale hizo un estudio que llamó mucho la atención. Tomaron a un grupo de personas adultas que habían pasado por situaciones traumáticas en su infancia y analizaron su cerebro usando una tecnología especial. Lo que encontraron fue que, años después del trauma, su cerebro todavía mostraba señales de inflamación.
¿Cómo lo notaron? Vieron que ciertas células encargadas de proteger el cerebro (las microglía) estaban más activas de lo normal. Esa activación es una señal de inflamación, como si el cerebro estuviera en modo “defensa” constante, incluso sin una amenaza real.
Esta inflamación era más fuerte en zonas clave como el córtex prefrontal, que es la parte del cerebro que ayuda a tomar decisiones, manejar emociones y mantener la calma en situaciones difíciles. Cuando esa zona está afectada, es más fácil que la persona se sienta sobrepasada, reaccione con intensidad o le cueste encontrar el equilibrio.
La parte impactante es que esto no se había descubierto con tanta claridad antes. Ya se sabía que el trauma podía cambiar la estructura del cerebro, pero ahora se entiende mejor que también puede tener consecuencias a nivel inmunitario, como si el cerebro se inflamase al recordar, de alguna forma, lo vivido.
¿Qué se puede hacer con todo esto?
Saber que el trauma infantil deja huellas por mucho tiempo es un llamado a mirar este tema con seriedad y sin tabúes. A veces no se puede cambiar lo que pasó, pero sí cómo se acompaña desde el presente.
Así que si hay niños en tu vida (ya sean hijos, sobrinos, alumnos o vecinos) estar atentos a sus señales, escucharlos sin apurarles, estar presentes cuando lo necesiten y darles espacios seguros puede ayudar muchísimo.
También es importante hablar más sobre este tema en familia, en las escuelas y entre personas adultas. Porque muchas veces, quien repite una conducta dañina también fue víctima antes. Romper con ese ciclo no se logra solo con buena intención: hace falta información, apoyo real y acceso a ayuda psicológica.
Y si eres alguien que vivió trauma en la infancia, eso tampoco define todo de ti. Hay formas de sanar. Buscar apoyo terapéutico puede ser muy útil, especialmente si es con profesionales que conocen de trauma. Además, existen enfoques como la terapia EMDR, la terapia cognitivo-conductual centrada en el trauma o técnicas que combinan cuerpo y mente. No todo funciona igual para todas las personas, pero hay opciones.
Además, hay cosas cotidianas que también suman: mantener rutinas, dormir bien, hacer ejercicio con regularidad, comer de forma equilibrada, rodearte de personas con las que te sientas a salvo y, si puedes, evitar sustancias que alteren tu estado emocional. Todo esto puede servir de base para que el cuerpo y el cerebro empiecen a confiar en que el peligro ya pasó.

Javier Ares Arranz
Javier Ares Arranz
Psicólogo especialista en Depresión, Ansiedad y Pareja.
En fin, hablar de trauma infantil no es solo mirar hacia atrás, sino también entender que lo que se vivió sigue influyendo hoy, pero que también hay formas de cuidar esa parte de nosotros que alguna vez no pudo con todo. Además, tener más información disponible sobre este tema también es una forma de darnos una mano, tanto a nosotros como a quienes vienen creciendo ahora.


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