Los gladiadores romanos se han vuelto especialmente famosos gracias al séptimo arte. En efecto, hoy en día, en virtud de las múltiples películas que nos hablan de ellos, no existe nadie que no sepa quiénes fueron estos luchadores de la antigua Roma. Pero ¿es cierto todo lo que se cuenta sobre ellos?
Como todas las épocas históricas, la romana también tiene sus propias leyendas y sus tópicos. Por ejemplo, la idea de que los gladiadores eran esclavos y prisioneros de guerra. Porque, a pesar de que muchos de ellos tenían esta condición, lo cierto es que los estudiosos coinciden en afirmar que la gran mayoría eran hombres libres que decidían dedicarse a esta “profesión”.
En el artículo de hoy os hablaremos de los gladiadores voluntarios de la Antigua Roma, o auctorati, y por qué esta dedicación resultaba tan atractiva.
¿Por qué existieron los Gladiadores Voluntarios en la Antigua Roma?
Podemos pensar que estos gladiadores voluntarios se ofrecían por el simple placer de saborear el éxito, muy ligado a una sociedad eminentemente marcial que bañaba de gloria al que luchaba con valor y arrojo. En parte, es verdad, puesto que los gladiadores voluntarios gozaban de una fama mucho mayor que la de los esclavos o prisioneros.
Sin embargo, existían otros motivos más “prosaicos” que detallamos a continuación. Pero primero, empecemos por explicar en qué consistía el espectáculo de gladiadores.
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De espectáculo funerario a entretenimiento de masas
Existen testimonios arqueológicos que demuestran que los antiguos etruscos practicaban combates singulares para conmemorar a los fallecidos, especialmente en recintos funerarios. Se trataba de un ritual que ofrecía el valor y el coraje de los combatientes al guerrero caído y, por tanto, homenajeaba su nombre.
Un poco más tarde, los romanos, herederos directos de la cultura etrusca, tomaron estas actividades y las adaptaron a sus propios rituales funerarios. La primera constancia que se tiene de un combate de gladiadores en Roma data del año 264 a.C., en el que se enfrentaron tres parejas de luchadores en el Foro Boario, entonces un mercado de ganado. El evento había sido financiado por los hermanos Marco y Décimo Bruto para las exequias fúnebres de su padre.
Con la llegada de la república romana, este tipo de combates empezaron a ser bastante corrientes, ya no ligados al ámbito funerario, sino más bien al de entretenimiento de masas. Es la época de los anfiteatros y los grandes espectáculos, que reunían a centenares de personas cuya única finalidad era olvidar durante unas horas su cotidianidad y evadirse con la distracción.
A pesar de que el espectáculo de gladiadores era para todos los estratos sociales, las demostraciones públicas solían estar circunscritas a las clases bajas. Las familias pudientes preferían costearse luchas privadas con las que agasajar a invitados y, de paso, ganarse algún favor.
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Sueldo fijo, carne abundante y comisiones por victorias
Este tipo de espectáculos, tanto los privados como los públicos, eran muy costosos para quien los encargaba, puesto que en el precio se incluía la inversión económica que el lanista (es decir, el entrenador del gladiador) había realizado. Esta inversión incluía un cuidadoso entrenamiento físico y una alimentación extraordinariamente calórica y abundante, lo que representaba uno de los principales atractivos de la profesión.
En efecto, entrar a formar parte de la casa del lanista y convertirse en gladiador profesional significaba notables ventajas con respecto a otros medios de subsistencia. Para empezar, y como hemos comentado antes, la alimentación de un gladiador se basaba especialmente en el consumo de carne, que para otros estratos de la población era algo prohibitivo. Por otro lado, el gladiador voluntario firmaba un contrato de cinco años (con posibilidad de renovación) durante los que cobraba un sueldo fijo, además de comisiones por victorias. El resultado era una situación económica bastante desahogada y, además, la posibilidad de acceder a un trabajo fijo.
Los que van a ¿morir? te saludan
Este es quizá uno de los mitos más extendidos acerca de los gladiadores de la antigua Roma: la idea de combates encarnizados en los que no se salvaba casi nadie. Nada más lejos de la verdad. En realidad, los historiadores estiman que menos del 10% de los combatientes moría en la arena, y que la gran mayoría de enfrentamientos eran a primera sangre, es decir, se terminaban cuando uno de los contrincantes infligía la primera herida. Tenemos que pensar que cada uno de los gladiadores voluntarios era una importante inversión de dinero para el lanista, por lo que lo último que le interesaba a este era perder a un hombre en cada pelea.
Los combates estaban cuidadosamente reglados. Como en los modernos partidos de fútbol, un árbitro (el Suma rudis), que siempre era gladiador retirado, observaba atentamente los movimientos de los luchadores con el objetivo de no permitir que se realizara ninguna infracción. El Suma rudis podía incluso parar el combate si detectaba alguna irregularidad.
De todo ello se deduce que convertirse en gladiador profesional entrañaba menos riesgo de muerte que ser, por ejemplo, legionario. A los escasos combates a muerte que se realizaban hay que añadir que generalmente, los buenos gladiadores “sólo” se enfrentaban dos o tres veces al año, durante las celebraciones de rigor. El resto del tiempo lo pasaban entrenando, comiendo e incluso fundando su propia familia, pues se les permitía casarse y tener hijos. Visto así, ni tan mal.
Auténticas estrellas mediáticas
A los tres motivos anteriores (la buena alimentación, el sueldo fijo y la baja posibilidad de muerte) hay que añadir el atractivo que representaba convertirse en una estrella. Porque los gladiadores eran, en la sociedad romana, algo parecido a nuestros futbolistas o actores actuales.
Aclamados por el pueblo, tenían sus propios “clubes de fans”, y sus admiradores les enviaban regalos, especialmente tras una victoria. Los gladiadores eran, además, auténticos símbolos eróticos, tanto para mujeres como para varones, y no era raro que acudieran a solicitarles favores sexuales. En una palabra, lo que hoy en día llamaríamos auténticas estrellas mediáticas. No hemos cambiado tanto, en realidad.