Cuenta la mitología griega que en Creta reinaba Minos, el rey que dio nombre a la histórica cultura minoica. Este rey tenía una esposa, Pasifae, que, castigada por los dioses con la locura, se unió carnalmente a un toro y tuvo de él un hijo, mitad bóvido mitad hombre: el Minotauro. Aterrado por el pecado de su mujer, Minos encerró a la criatura en un laberinto, de donde nunca pudiera salir. Para saciar al Minotauro, la ciudad de Atenas debía entregar de forma anual catorce jóvenes (siete muchachos y siete doncellas), entre los que se encuentra Teseo.
El mito narra cómo Teseo, hijo del rey de Atenas, consigue adentrarse en el laberinto y dar muerte al Minotauro con la ayuda de Ariadna, la hija de Minos, que le entrega un ovillo de lana para que lo desmadeje y encuentre la salida. La posterior ingratitud de Teseo es legendaria: abandona cruelmente a Ariadna en la isla de Naxos, donde la encuentra más tarde Dionisos, que finalmente se casa con ella.
Leyendas aparte ¿qué sabemos exactamente de la civilización cretense que dio origen al mito? ¿Existió realmente el rey Minos? ¿Existió un laberinto? ¿Qué relación tenían los minoicos con el toro? En el siguiente artículo, intentamos desentrañar los misterios de esta enigmática civilización, la cultura minoica.
La cultura minoica, el gran esplendor de la Edad del Bronce en el Mediterráneo
Durante siglos, la realidad de la cultura que inspiró la leyenda del Minotauro quedaba sumida en sombras. No fue hasta principios del siglo XX que Sir Arthur Evans (1851-1941) excavó en Knossos y descubrió unos interesantes vestigios. Lo que impulsaba al arqueólogo era, precisamente, confirmar las historias mitológicas, de forma parecida a lo que había hecho Schliemann unos años antes con el mito de la ciudad de Troya. Sin embargo, Evans no encontró rastro alguno de Minos ni del laberinto.
Lo que sí halló el arqueólogo fueron los restos de una civilización refinadísima, que mostraba evidentes signos de haber sido una de las más sofisticadas y poderosas del Mediterráneo de la Edad del Bronce. En honor al mito, Evans la llamó “minoica”, por su legendario rey.
Por toda Creta se encontraron vestigios de suntuosos palacios de carácter monumental, que parecían ser centros administrativos y religiosos. Alrededor de estos palacios asomaron restos de ciudades y de granjas, especializadas en el cultivo de la vid y del olivo, con cuyos productos derivados (el vino y el aceite, respectivamente) comerciaban los minoicos con el resto de los pueblos mediterráneos. También se hallaron restos de rica y elaborada cerámica, decorada con motivos variados que iban desde los simples motivos geométricos a la decoración de flores y animales.
Por la monumentalidad de cada uno de estos palacios, los expertos consideraron que Creta no poseía un núcleo central, sino que cada una de estas construcciones era la responsable de la población circundante. En ninguno de estos palacios se encontraron murallas de ningún tipo, por lo que se tendió a pensar que los habitantes de Creta de la Edad del Bronce vivían de forma más o menos pacífica. Aún así, las torres de vigilancia halladas en los caminos y las numerosas armas encontradas contradecían esta afirmación.
Knossos, el palacio del Minotauro
Algunos de los palacios minoicos más importantes fueron Festo, Malià y Khania, que estaban repartidos a lo largo y ancho de la isla. Pero, sin duda, el más espectacular es el de Knossos (también conocido como Cnossos), por cuyas características e influencia estilística en el resto de las construcciones han pensado los expertos que, en algún momento de la Edad del Bronce, se convirtió en sede central o de mayor influencia.
Es en Knossos donde el mito sitúa la historia del Minotauro, aunque, como ya se ha apuntado, ni Evans ni los arqueólogos posteriores han encontrado ningún indicio de la existencia de un laberinto en el lugar. Quizá encontremos una posible explicación en el origen de la palabra, que podría relacionarse con la labrys, es decir, la típica hacha cretense de doble hoja.
Se sabe que estas armas estaban esparcidas por todo el palacio, a menudo a modo de decoración (o relacionadas con algún ritual religioso), por lo que no es descabellado suponer que de la labrys minoica pudo derivar el laberinto del mito. La naturaleza laberíntica del palacio, que disponía nada menos que de 1.000 habitaciones, pudo colaborar en relacionarlo con un intrincado laberinto donde se conservaban criaturas misteriosas.
En todo caso, el palacio histórico fue una auténtica mole en la que confluían administración, política y religión. Construido alrededor de un enorme patio central que servía de área de actividades y también como principal fuente de ventilación, el enorme edificio estaba totalmente decorado con frescos, la mayoría de los cuales se conservan en el actual Museo Arqueológico de Heraclión. Se sabe que el palacio fue destruido hacia el 1700 a.C., posiblemente por un terremoto, y que, tras su reconstrucción, ejerció un papel preponderante en toda la isla.
¿Cómo era la religión minoica?
Se desconoce cómo era la religión minoica, puesto que sus escritos (el llamado jeroglífico cretense y el famoso Lineal A) no han podido aún descifrarse. Sin embargo, su maravilloso y sofisticado arte arroja cierta luz sobre sus creencias.
El amor al toro
Los minoicos eran grandes amantes de la naturaleza, que plasmaban sin cesar en sus pinturas al fresco y en la decoración de sus cerámicas. Entre los numerosos animales que aparecen, el más frecuente es el toro que, además, está vinculado a un curioso deporte, el “salto al toro”, practicado por jóvenes de ambos sexos. Una de las principales fuentes para conocer esta actividad cretense, probablemente relacionada con un rito sagrado, es el famoso fresco de la Taurocatapsia, procedente del palacio de Knossos.
En él podemos ver a tres jóvenes practicando el famoso “salto al toro”: dos de ellos (presumiblemente mujeres, puesto que aparecen con la piel blanca con la que los minoicos distinguían al sexo femenino en sus pinturas) se mantienen a los extremos (una de las mujeres sostiene al animal por las astas), mientras que un tercero (un hombre, representado con la piel rojiza) realiza acrobacias sobre su lomo.
La pintura contiene un dinamismo acentuado y muestra una clara preferencia por la curva, uno de los factores que diferencia al arte minoico del egipcio del que, sin embargo, es deudor. Al igual que las pinturas egipcias, los personajes están representados de perfil, pero los ojos, grandes y almendrados, se sitúan de frente. De Egipto, los minoicos recogieron también la diferenciación de los sexos a través del color de la piel, pues en el arte egipcio los hombres aparecen también representados con la piel mucho más oscura que la de sus compañeras.
La diosa-madre tierra
¿Qué significado tenía este “salto al toro” minoico? No lo sabemos. Podría ser un simple entretenimiento, aunque todo parece apuntar a que estaba estrechamente ligado con sus creencias religiosas, muy vinculadas a la fertilidad y, por tanto, a este bóvido. Otro de los testimonios que conservamos para conocer un poco las creencias de los cretenses son las diversas estatuillas que se han encontrado por toda la isla y que representan a mujeres portadoras de serpientes, por lo que se las ha bautizado como “diosas de las serpientes”.
Estas estatuillas pueden ser representaciones de sacerdotisas, aunque también podrían ser identificadas con una diosa femenina, una especie de diosa telúrica. La serpiente es, en muchas culturas, un animal relacionado con la tierra y el poder creador y destructor de la naturaleza; en Egipto, por ejemplo, la diosa Isis, relacionada también con esta diosa-madre primigenia, es la señora de la magia y de las serpientes.
Por otro lado, estas estatuillas son una fuente incalculable para saber cómo era el atuendo femenino de la Creta minoica. En realidad, es radicalmente diferente al de las civilizaciones circundantes; mientras que la mayoría de las culturas usaban telas y túnicas más bien holgadas, las mujeres cretenses se ceñían la cintura con una especie de jubón acartonado que, además, dejaba al descubierto los pechos, y se cubrían con una falda larguísima llena de volantes.
El asombroso parecido de este atuendo con el de las mujeres francesas de finales del siglo XIX (exceptuando el tema de los pechos, por supuesto), hizo que Edmond Pottier (1855-1934), un arqueólogo e historiador de arte francés, bautizara a uno de los frescos (donde aparece una mujer así ataviada) como La Parisienne (La Parisina).
¿Por qué desapareció la cultura minoica?
Otro de los grandes interrogantes de la cultura minoica es el porqué de su desaparición, hacia el 1450 a.C. Los expertos han barajado varias posibilidades, desde la erupción del volcán de la isla de Thera (actual Santorini) a las invasiones de los aqueos del continente.
La teoría de la destrucción volcánica tiene bastante peso. Se sabe que el volcán de Thera erupcionó a mediados del II milenio a.C., y sus efectos tuvieron que ser realmente devastadores. Desde terremotos a nubes tóxicas suspendidas en el aire, encontramos suficientes motivos para considerarlo como causa de la extinción de la cultura minoica.
Por otro lado, los movimientos de los pueblos del continente (especialmente de Micenas) pudieron tener también un papel significativo en la desaparición de la civilización cretense. De hecho, se conoce la influencia que Creta tuvo en la cultura micénica, por lo que no es descabellado suponer que esta absorbiera en algún momento de la Edad del Bronce a la primera.
Finalmente, existen eruditos que se inclinan por una mezcolanza de causas. Si la erupción debilitó a la cultura minoica, el terreno estaba mucho más abonado para la invasión de los pueblos del continente. Sea como fuere, esta fantástica civilización se extinguió hace más de 2.500 años, y nosotros nos seguimos preguntando cómo era exactamente. Quizá, cuando las tablillas “hablen” finalmente, podamos saber más sobre la exquisita cultura minoica.
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