El matrimonio Arnolfini es la obra más conocida de Jan van Eyck y, posiblemente, una de las más famosas de la pintura flamenca. En un interior doméstico vemos a una pareja, un hombre y una mujer, que se toman de la mano (o, más bien, él la coge a ella). Ambos visten ropajes suntuosos al más puro estilo flamenco de principios del siglo XV, que denotan su condición de ricos burgueses.
Ante ellos, un simpático perrito nos mira fijamente y, detrás, en la pared del fondo (más allá de la cama y los cortinajes de terciopelo rojo) un espejo convexo nos devuelve la escena que sucede delante de la pareja y que, por nuestra posición, no podemos ver.
¿Qué escena es esta? ¿Qué está sucediendo en la alcoba? ¿Quiénes son los retratados? Y, lo que resulta más enigmático: ¿quiénes son los hombres que aparecen reflejados en el espejo? ¿Qué simboliza la (única) vela prendida de la lámpara, o las naranjas esparcidas por el alféizar de la ventana y sobre el arcón…? En el lienzo, todo es mucho más de lo que parece. Hoy analizamos los elementos de la pintura de Jan van Eyck que ha fascinado siempre a los espectadores: El matrimonio Arnolfini.
La pujante Brujas del XV
La obra que nos ocupa debe enmarcarse en la pujante Brujas del siglo XV, una ciudad flamenca rica y muy cosmopolita (perteneciente en aquellos años al Ducado de Borgoña) que constituía uno de los centros más importantes no sólo del comercio, sino también del intercambio cultural.
La urbe hervía de actividad comercial y artística, esta última espoleada por las actividades de mecenazgo que los ricos burgueses allí afincados ejercían. Además, la presencia de comerciantes italianos en la ciudad (como el propio Giovanni Arnolfini) contribuía a fortalecer un “corredor artístico” que traía y llevaba pinturas desde Flandes a la península italiana y viceversa. De esta forma, las importantes innovaciones que empezaron a surgir paralelamente en las ciudades italianas y en las flamencas fueron conocidas por ambos territorios e instigaron un diálogo cultural que dio como fruto un cambio drástico en la concepción de la pintura.
Los primitivos flamencos
Denominamos “primitivos flamencos” a los pintores de aquel Flandes del siglo XV que, a través de una serie de innovaciones técnicas (como, por ejemplo, la pintura al óleo y la aplicación de la óptica en la pintura) consiguieron un estilo absolutamente rompedor que, en paralelo a lo que estaba sucediendo en Italia (el inicio de la perspectiva matemática consignada por Brunelleschi), revolucionó el arte de la pintura.
Porque, a diferencia de lo que muchas veces se ha dicho, no sólo fueron los italianos los que encontraron una nueva manera de expresión en los albores de su Renacimiento. El efecto de profundidad, así como el mayor naturalismo de las figuras, también se estaba empezando a plasmar en las ciudades flamencas, si bien con métodos y técnicas distintos que no da tiempo a analizar en un solo artículo.
Jan van Eyck (1390-1441) es uno de los pintores más sobresalientes de estos primitivos flamencos, además de erigirse como uno de los pioneros del estilo. Si bien a menudo se ha especulado con que él y su hermano Hubert (también pintor) fueron los inventores de la pintura al óleo, actualmente se sabe que se limitaron a perfeccionar la técnica y exprimirla al máximo, si es que a esa maestría se le puede llamar “limitación”. En efecto; los cuadros de Van Eyck son vivos y extraordinariamente luminosos, en parte gracias a esta nueva técnica pictórica, que permitía una brillantez de tonalidades nunca vista hasta entonces.
Otra de las características de la pintura flamenca del XV y, por tanto, de Van Eyck, es la extraordinaria minuciosidad con que los artistas plasman los detalles. En el caso que no ocupa, los pelos del perrito en primer plano fueron pintados uno a uno con un pincel finísimo, lo que atestigua, una vez más, el detallismo que caracteriza a esta escuela. De hecho, los expertos en botánica pueden identificar sin problema las especies de plantas, flores y árboles que aparecen en los cuadros gracias a su exactitud.
Los protagonistas del cuadro
La pareja que aparece en el centro de la composición de El matrimonio Arnolfini son Giovanni Arnolfini, comerciante próspero nacido en Lucca y afincado en Brujas, y Giovanna Cenami, su esposa, también de orígenes italianos. La comunidad italiana (y, en concreto, la procedente de Lucca) era bastante numerosa en la ciudad, y las familias concertaban matrimonios entre sus miembros para asegurar, por un lado, la continuidad de su riqueza y sus propiedades y, por otro, la de su propia cultura. Giovanni y Giovanna contrajeron matrimonio en 1426, y es precisamente este momento el que está plasmado en la tabla.
La parte más importante de los esponsales era, sin duda, la procreación. Sin ella, el matrimonio carecía de sentido social. Los linajes continuaban la estirpe a través de la descendencia, y la falta de ella era vista como una calamidad o, directamente, un castigo divino. Hay muchos elementos del cuadro que nos hablan de ello, como la Santa Margarita tallada en el cabezal de la cama o las naranjas que reposan sobre el alféizar y el arcón. De todo este simbolismo hablaremos a continuación.
Los enigmas de El matrimonio Arnolfini
Aparentemente es un retrato familiar, hecho para guardar en la casa como recuerdo de un compromiso. Sin embargo, ya lo hemos comentado: en la tabla de Van Eyck todo es más de lo que parece. Lo analizamos a continuación.
1. Santa Margarita y las naranjas
Vayamos al cabezal de la cama, donde podemos ver, muy disimulada por la lejanía, una Santa Margarita tallada en la madera y, a sus pies (y como es característico de esta santa) un dragón. El simbolismo del santo o la santa que “pisa” a la bestia es en realidad muy antiguo, y vendría a significar la victoria del Bien sobre el Mal. Pero, por otro lado, Santa Margarita era la patrona de las mujeres embarazadas y de los partos; este dato, y su presencia en la cama conyugal, nos sugieren que su misión en el cuadro es simbolizar la esperanza de la procreación.
Con el mismo sentido de fertilidad y abundancia podría haber plasmado van Eyck las naranjas. Sin embargo, estas entrañan otras posibles explicaciones; dado que esta fruta era de importación y, por tanto, muy cara de obtener, podría plasmar el estatus social elevado de los contrayentes, o, como algunos historiadores sugieren, la procedencia de estos (el Mediterráneo).
2. Un perro, una escoba y unos zapatos
El perrito que parece sonreírnos desde el primer plano posee dos vertientes simbólicas. Primero, una bastante mundana, que sería la representación del estatus social de la pareja, pues estos perros pequeños eran animales bastante difíciles de conseguir y, precisamente por ello, todo un lujo. Segundo, no podemos olvidar la evidente alusión a la fidelidad que ejerce el animal; la fidelidad dentro del matrimonio, en el que se requiere un respeto mutuo.
En la misma línea, la escoba que pende cerca del cabecero se ha interpretado como símbolo de la castidad y la pureza de la esposa, y, sobre todo, de su papel como guardiana del hogar. Su situación, cerca de Santa Margarita, puede sugerir que la perfección se encuentra en la unión entre la vida espiritual y la familiar, siempre dentro del vínculo cristiano.
Finalmente, los zapatos tendrían, según el historiador y crítico de arte Erwin Panofsky (1892-1968), un significado parecido de división de roles. Los rojos, que se encuentran muy cerca de la cama, serían los zapatos femeninos, ligados, por tanto, al mundo doméstico. Los zapatos que vemos en el margen inferior izquierdo de la composición serían los del marido, más cercanos al mundo exterior, donde él trabaja. Finalmente, no debemos olvidar que los pies desnudos son un símbolo muy antiguo de respeto ante algo sagrado (y recordemos que estamos ante un matrimonio), y, por otro lado, en el Flandes de la época se creía que pisando descalzo el piso se garantizaba la fertilidad.
3. El enigmático espejo de la pared
Sin duda, lo que más llama la atención de los elementos del cuadro es el espejo convexo colgado en la pared del fondo. Su detallismo es impresionante; en cada uno de los clípeos del marco están representados con minuciosidad escenas de la pasión de Cristo (de nuevo, una clara alusión a la religiosidad y a la fe), mientras que el reflejo que nos devuelve el cristal hace presente la parte de la escena que no podemos ver. En él intuimos a dos hombres (uno vestido de rojo y otro de azul) que se encuentran delante de los contrayentes (de quienes vemos la espalda).
¿Quiénes son estos dos misteriosos personajes? De la identidad de uno de ellos no existe género de duda: el mismo Jan van Eyck que, además de pintar el retrato, ejerce de testigo del acto. Lo atestigua la inscripción en hermosa letra gótica que él mismo nos dejó en la tabla, justo encima del espejo: Johannes de Eyck fuit hic 1434 (Jan van Eyck estuvo aquí, 1434).
Al lado del espejo pende un rosario de cristal, cuya transparencia resulta increíble. No hay ninguna duda sobre la maestría de Van Eyck para captar la luz y las texturas de los objetos, incluso en casos como este en que los cuerpos son traslúcidos y no opacos. En el ámbito simbólico, por cierto, el rosario volvería a significar el deber de la esposa de ser devota y fiel, pues era un presente que, habitualmente, los maridos regalaban a sus mujeres.
4. La (única) vela encendida
Por último, detengámonos en la vela encendida de la lámpara que, en realidad, es la única que está colocada en ella. ¿Por qué habría de pintar van Eyck una suntuosa lámpara de latón, símbolo (de nuevo) de la riqueza de la pareja, sin velas? Lo lógico hubiera sido mostrarla llena de ellas, para acentuar así el mensaje de riqueza.
La explicación no está tan relacionada a que se trata de una escena a la luz del día como al simbolismo de la vela en sí. Recurrentemente se ha interpretado como la luz de Cristo, que, desde las alturas, contempla y bendice la unión. Por otro lado, las velas encendidas eran consideradas una especie de amuletos contra el mal, lo que podría explicar también su presencia en la estancia.
Conclusiones
Lo que aparentemente es un retrato de boda entre dos burgueses de Brujas se convierte, tras un análisis detallado, en una explosión simbólica de variado significado. Con todo, Van Eyck no dejó por escrito lo que pretendía con cada uno de estos elementos, así que lo único que tenemos son conjeturas que, si bien algunas son claras y apenas admiten discusión, otras son más complejas y permiten diversas interpretaciones.
Queda, además, una pregunta final. ¿Puede que estos objetos estén allí solo por casualidad, simplemente porque se encontraban en la estancia que Van Eyck captó en la tabla? Difícilmente. Su significado simbólico es claro. Ahora bien, ¿cuál?
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