El 18 de octubre de 1905 se inauguraba en el Grand Palais de los Campos Elíseos de París el llamado Salón de Otoño. A pesar de que esta exposición se había iniciado en 1903, la del año 1905 fue algo especial. Y es que ese fue el año en que los artistas más innovadores, muchos de ellos provenientes de la escuela del simbolista Gustave Moreau, entraron en el catálogo de la exposición. Entre estos artistas, se encontraban los fauves, las “fieras”.
¿Por qué les llamaban así, y quién los bautizó con este curioso nombre? ¿Quiénes eran estos “fauvistas” y qué supuso su obra para las futuras vanguardias del siglo XX? En este artículo os proponemos un viaje al corazón del que es considerado el primer movimiento vanguardista: el fauvismo.
¿Qué es el fauvismo?
“Fauvismo” proviene de la palabra francesa fauve, que quiere decir “fiera, animal salvaje”. En verdad, el apelativo se ajustaba a la perfección a este grupo de artistas, puesto que sus lienzos, de colores chillones y estridentes, habían hecho tambalear a la encorsetada sociedad burguesa.
Esto no era nada nuevo. Unos pocos años antes, Van Gogh y Gauguin habían revolucionado el mundo de la pintura; también Cézanne, al que los fauvistas admiraban, había supuesto un antes y un después en el panorama artístico de fin de siglo. Pero lo que fue un verdadero choque para los academicistas fue encontrarse de pleno con las obras de estos artistas innovadores en el Salón de Otoño de 1905. Toda una cascada de colores brillantes y sin matices que, sin duda, impresionó al público.
Por supuesto, no todo el asombro fue positivo. Louis Vauxcelles, crítico de arte, fue el que consagró definitivamente al grupo a través de su famosa frase: “Donatello entre fieras”. El comentario hacía referencia a que, en la famosa sala VII de la exposición, se encontraba una escultura de corte clásico, rodeada de los cuadros de los pintores fauvistas. Vauxcelles quedó muy impresionado por el contraste que ofrecía la serenidad de las formas renacentistas de la escultura (que, por cierto, había sido realizada por Marquet, un fauvista) y la estridencia de los colores de los lienzos que la envolvían. Así, el nombre del movimiento, “fauvismo”, quedó establecido para la posteridad.
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La “primera vanguardia”
Comúnmente se ha denominado al fauvismo como la primera vanguardia del siglo XX. Esto, sin embargo, no es así. Y no lo es por un motivo esencial: los fauvistas, a diferencia de las vanguardias posteriores, no conformaron en ningún momento un movimiento sólido ni cohesionado. Ni siquiera tenían unas directrices claras para seguir (ni mucho menos un manifiesto teórico), por lo que cada uno de los artistas pertenecientes al grupo siguió su propio camino. Es por ello por lo que el fauvismo, estrictamente hablando, apenas duró un par de años (de 1905 a 1907), a pesar de que su influencia en los movimientos posteriores fue enorme, como veremos más adelante.
El origen de los fauvistas lo podemos encontrar en la Escuela de Bellas Artes de París, donde daba clases Gustave Moureau (1826-1898). Moureau fue uno de los grandes representantes del simbolismo y el decadentismo, e influyó poderosamente en la pintura de tres de sus alumnos: Henri Matisse (1869-1954), Georges Rouault (1871-1958) y Albert Marquet (1875-1947). Estos tres artistas serían el núcleo del posterior movimiento fauvista, al que se añadieron los pintores de la llamada escuela de Chatou (André Dérain y Maurice de Vlaminck) y los de El Havre (Othon Friesz, Raoul Dufy, Georges Braque y Kees van Dongen). Estos jóvenes pintores convergen en la famosa galería de arte de Berthe Weill, y allí entablan amistad y comparten impresiones acerca de la actualidad y el futuro del arte.
Características del fauvismo
Se puede decir que lo que en verdad unió a los fauvistas fue una sincera amistad y unas afinidades comunes, pero nunca una teoría artística sólida y estructurada, como sí la tuvieron los surrealistas o los futuristas. Los fauvistas compartían el entusiasmo por el color como medio principal de expresión, siguiendo los pasos de sus admirados Van Gogh y Gauguin, así como un amor por las manifestaciones artísticas de los pueblos primitivos y por el arte infantil. No en vano, el ya citado Louis Vauxcelles afirmó que los cuadros fauvistas se asemejaban a “un niño que juega con una caja de colores”.
Los fauvistas sentían una pasión incontrolable por la vida, por el placer y el hedonismo. La pintura era una exaltación de esa alegría, de esa belleza a la que deseaban cantar, lo que les unía estrechamente al movimiento esteticista del “arte por el arte”, al que, por cierto, pertenecía su maestro, Gustave Moureau. Esa alegría vital se expresa, principalmente, a través del color. Los fauvistas aplican directamente los colores desde el tubo; no existe mezcla previa ni estudio de tonalidades. Así, un árbol puede ser rojo, un río puede lucir un hermoso verde esmeralda y una montaña puede ser pintada de amarillo canario. En los fauvistas, el color ya no está supeditado a la realidad, y su liberación es la propia liberación del artista.
En el verano de 1905, pocos meses antes de la exposición que les dio nombre y fama, Henri Matisse y André Derain se encuentran en Colliure. Allí se dedican a reproducir en el lienzo las luces y las tonalidades alegres del Mediterráneo; el resultado son verdaderas explosiones de colores: las Vistas de Colliure de Dérain, donde los colores del puerto y de las casas se transforman y adquieren una personalidad propia; y, sobre todo, la famosa La ventana abierta, de Matisse, donde las manchas de color puro insinúan, a través del marco de una ventana, el mar y las barcas del pueblo.
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El color como protagonista
Ya hemos comentado que estas innovaciones con el color y la luz no eran nuevas. Unas décadas atrás, los impresionistas habían revolucionado el panorama pictórico con sus pinceladas rápidas y sueltas. Pero la verdadera innovación fauvista es el color, que adquiere en sus lienzos una agresividad y una autonomía nunca vistas. El público de la época no está acostumbrado; los colores fauvistas “hieren” los ojos de quien los mira.
En el famoso cuadro Mujer con sombrero, también del verano de 1905, Matisse retrata a su esposa mediante gruesas manchas de color. El color es la forma; todo gira alrededor de él. El retrato de Madame Matisse, una auténtica orgía de colores, es aún más sorprendente si tenemos en cuenta que la dama iba vestida de negro…
Todavía más revolucionario es el lienzo La raya verde (1905), también de Matisse, donde vuelve a representar a su mujer. El nombre del cuadro viene dado por la mancha alargada de color verde que surca la frente y la nariz de la esposa. El color plasmado en el lienzo es atrevido e irreal, por un lado; por otro, el rostro de Madame Matisse está ejecutado siguiendo el estilo de las máscaras africanas, que tan en boga estaban en la época.
En Casas y árboles (1906), de Maurice de Vlaminck, la importancia que el fauvismo da al color queda patente en la maraña de pinceladas que pueblan el lienzo. Entre semejante nudo de colores, las casas del título quedan completamente escondidas y se confunden con el cielo, los árboles y el mar.
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Las etapas del fauvismo
J. Elderfield, conservador de arte, ha establecido dos fases muy claras en la evolución del fauvismo. La primera cubriría la etapa de 1905 a 1906, coincidiendo con la exposición de otoño y los meses siguientes, y tendría como característica la técnica mixta. Durante esta etapa, los fauvistas encuentran (o intentan encontrar) una síntesis entre el divisionismo (esa pincelada puntillista de pintores como Seurat) y la libertad cromática. Los citados trabajos de Colliure de Henri Matisse y André Dérain son claros ejemplos de esta técnica mixta, que combina pinceladas cortas y divididas con otras mucho más largas y gruesas.
La segunda (y última) etapa del fauvismo es la que va de 1906 a 1907. Coincide con la incorporación del grupo de El Havre (Friesz, Dufy, Van Dongen, Braque), y se caracteriza por una “estabilización” de las formas y las áreas cromáticas. Es lo que se ha denominado “fauvismo de colores planos”. Los lienzos siguen presentando colores brillantes y llamativos, pero no tan estridentes como los de la etapa anterior. Algunas obras representativas de esta etapa son La calle engalanada con banderas en El Havre (1906), de Raoul Dufy, o La curva de la carretera en l’Estaque (1906), de André Dérain.
El fauvismo en el resto de Europa
Hasta ahora nos hemos referido solamente al movimiento fauvista francés. Sin embargo, la influencia del grupo traspasó fronteras, y encontramos expresiones fauvistas en Alemania, en los países nórdicos e incluso en España.
En junio de 1905, algunos estudiantes de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura fundan en Dresde un grupo artístico: Die Brücke (El Puente). En él se incluyen nombres como Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938), Erick Heckel (1883-1970) y Karl Schimdt-Rottluff (1884-1976). Es especialmente Kirchner el que tendrá más renombre al convertirse más tarde en uno de los máximos exponentes del expresionismo alemán.
Si bien al mismo Kirchner no le agradaba que señalaran la influencia de los fauvistas franceses en su primera obra, la verdad es que este hecho no puede negarse. Las primeras obras de “El Puente” fundan sus raíces en los preceptos de la libertad del color como único vehículo de expresión. Lo vemos en obras como Muchacha bajo una sombrilla japonesa (1909), de Kirchner, o en Joven tumbada en un sofá (1909), de Heckel, si bien es cierto que el fauvismo alemán es mucho más contundente y expresivo que el francés. Los rostros de los personajes, por ejemplo, prefiguran el inminente expresionismo.
Por otro lado, en Munich encontramos a Alexej von Jawlensky (1864-1941) y, sobre todo, a Wassily Kandinsky (1866-1944) quien, mucho antes de decantarse por la abstracción, jugó con obras figurativas de clara influencia fauvista.
El fauvismo nórdico tiene en Emil Nolde (1867-1956) uno de sus máximos exponentes. Su Danza en torno a un becerro de oro (1910) tiene ya una innegable fuerza expresionista. Por su parte, en España es Francisco Iturrino (1864-1924) uno de los artistas con más influencia fauve. En los años 1911 y 1912 permaneció en Marruecos en compañía de Henri Matisse, donde estudió la luz y las nuevas posibilidades pictóricas.
La “muerte” del fauvismo
Como movimiento, el fauvismo duró apenas dos años, de 1905 a 1907. El Salón de Otoño de 1907 es crucial para los fauvistas: supone a la vez su consagración y su canto de cisne. A partir de esa fecha, sus miembros se dispersan y emprenden caminos distintos. Braque, por ejemplo, abraza finalmente el cubismo; otros, como Dérain y Matisse, se sumergen en el estudio del primitivismo y de la obra de su ídolo, Paul Cézanne. En este periodo inmediatamente posterior al desmembramiento del grupo fauvista, Henri Matisse pinta la que será una de sus obras maestras: La danza (1909). En ella ya se observa esa voluntad de regresar a esa Arcadia perdida y añorada que tanto caracterizará al Matisse de los años posteriores a 1907. La pasión fauvista se ha enfriado, y ahora el arte para él es algo que debe evocar calma y sosiego.
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