Las Sinsombrero: 5 mujeres artistas que es necesario recordar

Te contamos la historia de algunas de las mujeres desconocidas de la Generación del 27.

Las Sinsombrero: 5 mujeres artistas que es necesario recordar

Fueron recuperadas recientemente por el reportaje Las Sinsombrero, presentado en el Festival de Cine de Málaga de 2015 y que rescató la memoria de estas mujeres. Sin embargo, durante décadas permanecieron literalmente olvidadas; a pesar de haber pertenecido a una de las generaciones artísticas más representativas del panorama cultural español, la famosa Generación del 27, las antologías nunca habían incluido a estas artistas femeninas como parte del grupo. Y es que, a pesar de que no todas se dedicaron a la poesía, “Las Sinsombrero” fueron extraordinarias creadoras que mantuvieron una estrecha relación con la intelectualidad española de las primeras décadas del siglo XX.

¿Quiénes fueron “Las Sinsombrero”? En este artículo recuperamos los nombres y la historia de estas mujeres olvidadas por la historiografía tradicional.

“Las Sinsombrero”: el origen del apodo de estas mujeres artistas

Cuenta Maruja Mallo (1902-1995) en unas entrevistas que realizó para Televisión Española al volver de su exilio que, un día de la década de 1920, paseaba por la Puerta del Sol de Madrid en compañía de Margarita Manso, Salvador Dalí y Federico García Lorca. En algún momento decidieron quitarse el sombrero, en principio, “para descongestionar las ideas”.

Sin embargo, los transeúntes se lo tomaron muy mal. Despojarse de un elemento tan básico como era el sombrero, especialmente si se trataba de mujeres, era un símbolo de rebeldía que la rancia sociedad española no estaba dispuesta a tolerar. En el caso de Dalí y Lorca, y según cuenta la misma Maruja en sus declaraciones, era un “claro” indicio de su homosexualidad. El resultado: los cuatro fueron insultados y apedreados mientras cruzaban la emblemática plaza madrileña.

Este episodio, aparentemente sin más trascendencia que poner de relieve la rebeldía de los y las artistas españoles de principios del siglo XX, fue usado por los productores del documental Las Sinsombrero, estrenado en el Festival de Cine de Málaga de 2015 y emitido posteriormente en Televisión Española, para nombrar a este grupo de mujeres. Así, el nombre quedó para siempre unido a ellas. Su memoria se empezaba a rescatar por fin.

¿Quiénes eran “Las Sinsombrero”?

Las Sinsombrero fueron mujeres artistas cuyos nacimientos se comprenden entre 1898 y 1914, coincidiendo de esta forma con el lapso que también engloba la venida al mundo de los representantes masculinos de la Generación del 27. Aunque muchas de ellas no se dedicaron a la escritura, sí destacaron por ser excelentes pintoras, escultoras y actrices, entre otras muchas dedicaciones, y mantuvieron una relación muy cercana con los intelectuales varones de su época.

Estas mujeres compartían una ideología liberal y republicana, apostaban por la emancipación de la mujer y se mostraban rebeldes y rompedoras respecto a la tradición, que encorsetaba a la mujer en los roles de madre y esposa. Ello no quiere decir que estas artistas se olvidaran de los muchos siglos de tradición cultural española, pues, y de forma parecida a lo que hicieron sus homólogos masculinos del 27, muchas de ellas se inspiraron en la historia y el folclore españoles para crear su obra. Es el caso, por ejemplo, de la ya citada Maruja Mallo, cuyas pinturas toman motivos tradicionales como las fiestas populares, los toros y las manolas.

Como sus compañeros, estas mujeres recibieron gran influencia de las vanguardias del siglo XX y, a su vez, aportaron mucho a la expresión vanguardista española. Marga Gil Roësset, por ejemplo, fue una de las más destacadas escultoras del momento, cuya trayectoria profesional se truncó por su trágico suicidio. Por otro lado, Mallo y Margarita Manso fueron pintoras sobresalientes, cuyos lienzos cosecharon enorme éxito. No son pocos los críticos que consideran a Mallo la “Frida Kahlo española”, por la rotundidad y el colorido de sus pinturas.

Las protagonistas del movimiento

Son muchos los nombres femeninos asociados al movimiento de “Las Sinsombrero” y al panorama cultural español de las primeras décadas del siglo XX. A continuación, reseñamos brevemente a 5 de estas artistas y su trayectoria.

Maruja Mallo (1902-1995), “la Frida Kahlo española”

Su amigo Salvador Dalí la describió de una forma casi inquietante; dijo de ella que era mitad ángel, mitad marisco. Su imagen es fácil de evocar; una mujer morena, de intensa mirada y profusamente maquillada. La pintura de la cara era, para Maruja Mallo, algo esencial en un rostro, tal y como comentó en una de sus entrevistas para TVE. Quizá era ese mismo colorido el que trasladaba a sus lienzos, que por sus formas contundentes y sus colores poderosos recuerdan a la obra de Frida Kahlo.

Como todas sus compañeras, Maruja Mallo (de verdadero nombre Ana María Gómez González) se formó en Madrid. En 1922, con veinte años, la encontramos en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde cursa sus estudios hasta 1926. Magnífica pintora, pero también escritora, durante la década de 1920 colabora en revistas como Almanaque Literario o Revista de Occidente, en cuyo espacio tuvo lugar precisamente la primera exposición de sus pinturas, organizada en 1928 por el mismísimo Ortega y Gasset, que quedó impresionado por su talento. La muestra fue un éxito rotundo y situó a Maruja en la vanguardia de artistas madrileños.

Mantuvo una relación amorosa con Rafael Alberti, con quien colaboró también intelectualmente. Con Miguel Hernández planeó un proyecto literario inspirado directamente en los trágicos sucesos de Asturias de 1934, cuando el ejército reprimió con inusitada violencia las protestas de los mineros. Todo ello es testimonio, por un lado, de la incansable labor intelectual de Maruja y, por otro, de su compromiso con los temas sociales, en paralelo a sus compañeros masculinos de generación, que en aquellos años se habían sumergido (en especial Alberti y Prados) en la llamada “poesía comprometida”.

Como la mayoría de los intelectuales de la época, Mallo tuvo que marcharse de España al estallar la Guerra Civil. No regresó hasta 1962, tras veinticinco años de exilio.

Margarita Manso (1908-1960), la musa de Lorca

Algunos aseguran que, además de musa, fue también uno de los amores del poeta. Lo que sí es seguro es que Margarita Manso y Federico García Lorca mantuvieron una amistad entrañable que se truncó con el asesinato del poeta granadino en 1936. La noticia desgarró a Margarita, pero la negra sombra de la Guerra Civil todavía le deparaba más desgracias. Porque la contienda fratricida se ensañó con esta mujer; al asesinato del amigo, hay que añadir el de su marido pocos meses después, en septiembre de 1936, justamente por el bando contrario que había asesinado a Lorca. Algunos días más tarde, su cuñado y su suegro eran también asesinados.

Margarita partió al exilio, pero estaba ya muerta en alma. Nunca se recuperó de la impresión que tantas muertes le habían causado. Regresó a España en 1938, se casó con un médico falangista y ocultó su pasado como intelectual y republicana bajo una actitud profundamente devota. ¿Fingía para protegerse, o sólo era una mujer devastada que buscaba consuelo en la religión? Margarita Manso es la viva imagen de las terribles consecuencias emocionales que conlleva una guerra. Como las demás “Sinsombrero”, su vida y su obra fue relegada al olvido. Sin embargo, y junto a Maruja Mallo (su compañera de estudios en la Academia de San Fernando), Manso es una de las pintoras más representativas de las primeras décadas del siglo XX español.

Marga Gil Roësset (1908-1932), la artista que murió por amor

Al menos, eso es lo que ha trascendido. De hecho, hasta hace poco era lo único que se sabía de esta genial escultora: su amor imposible por el poeta Juan Ramón Jiménez y su suicidio a los veinticuatro años. Es bastante habitual en la historia que mujeres extraordinarias sean recordadas solo por sus “sacrificios” por amor; otro caso famoso es el de Jeanne Hébuterne (1898-1920), la musa y amante de Modigliani que se suicidó un día después de la muerte del artista, pero que, además, fue una prometedora pintora.

El talento de Marga todavía resulta más excepcional si tenemos en cuenta que su formación fue autodidáctica. De hecho, Marga Gil era una niña prodigio. En 1920, con tan sólo doce años, realiza unas ilustraciones bellísimas para el cuento El niño de oro, un proyecto que tenía con su hermana Consuelo, que se convirtió más tarde en escritora. En los escasos diez años que duró su trayectoria artística, Marga pinta, dibuja, esculpe, escribe. A pesar de que se la recuerda especialmente por sus magníficas esculturas, su obra es polifacética, porque ella fue una artista total, de pies a cabeza.

Mucho se ha escrito sobre su “suicidio por amor”. Y, a pesar de que es cierto que su pasión por el maduro poeta no la ayudó a sobrellevar su escaso equilibrio emocional, podemos pensar que ese no fue el único motivo por el que Marga decidió apretar el gatillo esa tarde de julio de 1932. En el diario que escribió y que su sobrina Marga Clark rescató recientemente en una preciosa novela titulada Amarga luz, Marga Gil deja testimonio de su amor imposible y de sus vaivenes emocionales. Una triste pérdida, tanto humana como artística, pues Marga se iba de este mundo con tan sólo veinticuatro años y una prometedora carrera por delante.

Ernestina de Champourcín (1905-1999), la cultísima señorita

Educada en una familia conservadora, la poeta vitoriana Ernestina de Champourcín se trasladó muy joven con su familia a Madrid. Allí intentó estudiar en la universidad, pero, para su desgracia, se encontró con la rotunda negativa de su padre, un monárquico muy tradicionalista. A pesar de todo, Ernestina recibió de niña una educación muy completa, que la llevó a dominar varias lenguas, entre ellas el francés y el inglés.

El ambiente refinado y aristocrático de su familia (no en vano, su padre era barón de Champourcín) la introdujo desde muy jovencita en la lectura de grandes clásicos de la literatura, tanto francesa como española: Victor Hugo, Verlaine o Santa Teresa de Jesús. Pero Ernestina no era indiferente a la literatura contemporánea; leyó también a Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez y Rubén Darío. De todo ello, la joven sacó una conclusión indiscutible: quería ser escritora y, en concreto, poeta. Publicó sus primeros poemas en 1923, en revistas como La Libertad. La década de 1920 es prolífica para Ernestina; ven la luz sus primeros libros (En silencio, La voz en el viento), participa activamente en el proyecto del Lyceum Club Femenino, fundado por María de Maeztu y Concha Méndez, y establece contacto, a través de Juan Ramón Jiménez, con los otros grandes escritores del 27, entre ellos, Federico García Lorca, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre.

En su única novela, La casa de enfrente, publicada poco antes del estallido de la Guerra Civil (la gran tragedia de la generación) y de su exilio, realiza un retrato de la educación recibida por las niñas de clase burguesa. Probablemente, estuvo en parte inspirada por su propia infancia.

Josefina de la Torre (1907-2002), la “mujer-isla”

Josefina nació en las Palmas de Gran Canaria en 1907, en el seno de una familia de artistas: su abuelo materno, Agustín Millares Torres, era músico, novelista e historiador (famosa es su obra Historia General de las Islas Canarias); por otro lado, su hermano, Claudio de la Torre, se dedicó a la literatura (fue Premio Nacional de Literatura en 1924) y al cine.

Con semejante genética, no es de extrañar que Josefina sea otro ejemplo de mujer extremadamente polifacética, pues, además de escritora, fue cantante lírica y actriz. Su primer poemario, Versos y estampas, vio la luz en 1927, cuando Josefina contaba solo veinte años; en 1930, publicó un segundo libro, Poemas en la isla. El estilo de Josefina era muy cercano al del resto de poetas de la Generación del 27, y su talento poético le valió que Gerardo Diego la incluyera, junto con su contemporánea Ernestina de Champourcín, en su Antología de la poesía española (1934). Fueron las dos únicas mujeres que se incluyeron en el recopilatorio.

A pesar de su innegable talento como poeta, en la década de 1930 de la Torre se inclinó por su vocación lírica. Tras el estallido de la Guerra Civil volvió a su tierra canaria, donde escribió algunas novelas de folletín que le permitieron sobrevivir, a ella y a su familia, en la durísima posguerra. Más tarde, ya en pleno franquismo, apareció en varias películas, algunas dirigidas por su hermano, y también participó en numerosas obras de teatro. Incansable y tremendamente fecunda, Josefina volvió a la literatura durante su etapa de madurez.

En los años 50 publicó dos novelas, Memorias de una estrella y En el umbral, y en 1968 volvió a la poesía con Marzo incompleto. Murió en Madrid a la edad de 95 años; atrás dejaba una carrera completísima que abarcaba numerosos campos (incluso el del doblaje, pues prestó su voz a la mismísima Marlene Dietrich). Pedro Salinas la llamó la “mujer-isla”; una hermosa y aparentemente frágil muchacha de ojos azules que encarnó el ideal de mujer decidida e intelectual de las primeras décadas del siglo XX.

  • Blanquez J. (2020). Ernestina de Champourcín, la poeta olvidada que vivió como un segundo exilio su regreso a Madrid, publicado en El Mundo.
  • Clark, M. (2002). Amarga luz, Circe Ediciones.
  • Hernández Quintana, B. (2001). Josefina de la Torre Millares, una escritora vanguardista, El Guiniguada, núm. 10. Marcos, A. (2015). Quién fue Marga Gil y por qué debería interesarte (más allá de su suicidio por Juan Ramón Jiménez), publicado en El País.
  • Las Sinsombrero (2015), documental de Tània Balló, Manuel Jiménez Núñez y Serrana Torres
  • Maruja Mallo, la pintora que vivió como quiso, dentro de Romper con la invisibilidad de las mujeres, Cadena Ser, noviembre de 2016.

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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