Federico García Lorca, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda… son sólo algunos de los nombres que han quedado para siempre engarzados en una generación de poetas, la famosa Generación del 27. Y, aunque esta agrupación ha recibido nombres diversos a lo largo de la historia (Generación de la República, de la Dictadura – por Primero de Rivera-, de la vanguardia, de la amistad…) su denominación ha quedado unida para la posteridad al tercer centenario de la muerte de Góngora, conmemorado en 1927 y que los reunió a todos.
¿Quiénes fueron los poetas del 27? ¿Por qué constituyen una generación? Y, ¿qué es una generación literaria, exactamente? En el siguiente artículo daremos un breve repaso a uno de los grupos poéticos más famosos de la literatura española.
¿Cuáles son las características de la Generación del 27?
El crítico alemán Julius Petersen, en su obra Las generaciones literarias, establecía cuáles eran los requisitos indispensables para que un grupo de literatos pudiera ser tachado de generación. Entre estas condiciones se hallaban la convivencia en el tiempo, una formación académica parecida y el establecimiento de relaciones personales entre los miembros.
Todas ellas las cumplen los poetas del 27. Por un lado, la contemporaneidad es obvia; todos sus miembros nacieron en el lapso de tiempo comprendido entre 1891, año de nacimiento de Pedro Salinas, y 1906, cuando llegó al mundo Manuel Altolaguirre, el más joven de todos. Es decir, que del mayor al menor de estos poetas existía una separación de diecisiete años, cosa que encaja perfectamente con el concepto de generación, que se suele establecer en unos veinticinco años.
En cuanto a la formación académica parecida, se sabe que todos tenían formación universitaria y poseían ideas liberales y progresistas. Por otro lado, la mayoría estaban vinculados a la Institución Libre de Enseñanza, especialmente a la famosa Residencia de Estudiantes de Madrid. Esta Institución, incorporada a la educación española por el pedagogo Julián Sanz del Río (1814-1869), pretendía renovar el panorama educativo del país, inspirándose en los preceptos del krausismo.
Por último, la relación personal entre los poetas del 27 es un hecho más que comprobado, no sólo por la gran cantidad de cartas que se intercambiaron, sino también por las alabanzas que se dedicaron mutuamente en sus escritos. De hecho, la amistad que unía a estos poetas trascendió la guerra y el exilio, al que fueron impulsados la mayoría de sus miembros.
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La admiración por Góngora y la “poesía pura”
Ya hemos comentado que la denominación más popular del grupo proviene de la admiración que todos sentían hacia Luis de Góngora (1561-1627), el brillante poeta español del Siglo de Oro, de cuya muerte se conmemoraban en 1927 tres siglos. Esta efeméride juntó a los poetas en el Ateneo de Sevilla (que por esas fechas ya habían publicado sus primeros trabajos) en lo que resultó ser una encendida defensa del poeta barroco.
No es de extrañar que Góngora despertara tantas simpatías entre aquellos jóvenes entusiastas. Los poetas del 27 habían abandonado la idea de la poesía vinculada a la emoción y se inclinaban abiertamente hacia una expresión poética mucho más “pura”, que se basara en el concepto del “arte por el arte”, que tan en boga había estado a finales del siglo XIX con las corrientes esteticistas. Así, estos poetas recogían la idea de la “poesía pura” promulgada por Paul Valéry (1871-1945) y que en la España del momento era personificada por Juan Ramón Jiménez (1881-1958), al que los poetas del 27 consideraban el maestro de maestros.
De esta forma, Góngora, con su cuidado culteranismo y su exaltación del lenguaje a través de sus metáforas puras, representaba un punto luminoso del pasado al que aferrarse. Los poetas del 27, al menos en su primera etapa (luego veremos que su pensamiento evolucionó hacia posiciones más sociales) anhelaban una poesía que prescindiera del argumento y se dedicara en exclusiva a la belleza intrínseca de la expresión poética. Lo único que importaba en un poema era, pues, la belleza. Nada más.
Por este motivo, en su primera juventud, los poetas del 27 no sentían especial admiración por Antonio Machado (1875-1939), al que consideraban demasiado conectado con las circunstancias vitales y con la emoción subjetiva del autor. Por su parte, el poeta sevillano sentía un parecido desdén por estos jóvenes autores, a los que acusaba de dar más importancia al concepto que a la emoción. Sin embargo, las convulsiones sociales y la guerra estaban a punto de cambiar este enfoque.
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Conflicto social y “poesía comprometida”
En abril de 1931 se proclama la Segunda República Española, y los poetas del 27, en su mayoría republicanos, abrazan con alegría el rumbo que toman los acontecimientos. Sin embargo, los conflictos sociales se intensifican. La revolución de los mineros de Asturias de 1934 y su violenta represión por parte del ejército dejan a los poetas sumidos en la tristeza y la frustración. ¿Era esa la España que habían anhelado?
La violencia ejercida contra los mineros asturianos marcó profundamente a muchos poetas de la generación. De todos ellos, los primeros en dar un giro radical hacia la “poesía comprometida” fueron Rafael Alberti (1902-1999) y Emilio Prados (1899-1962), verdaderamente conmocionados por la tragedia. El primero ya había publicado en 1929 la Elegía Cívica, su primer poema social (espoleado quizá por la dictadura de Primo de Rivera), y en 1933 funda la revista Octubre, de clara ideología comunista. En aquellas fechas, Alberti había abjurado públicamente de su anterior poesía, a la que tachó categóricamente de “burguesa”. Por su parte, Emilio Prados dedica el subtítulo de su obra Llanto en la sangre a la represión de los mineros asturianos.
Los acontecimientos de Asturias y el contexto de crisis general que vive la República no hacen sino acelerar el declive de la “poesía pura” que con tanto ahínco habían defendido los del 27. En su prólogo a la antología poética de Ediciones Austral (ver bibliografía), el crítico literario y experto en la Generación del 27 José Luis Cano (1911-1999) recoge la respuesta que Federico García Lorca dio a un periodista en 1936 cuando este le preguntó acerca del “arte por el arte”. El poeta granadino afirmó que la misión del poeta era “meterse en el fango” con el pueblo, lo que deja bastante clara la ideología social de Lorca y el rumbo que tomaba la perspectiva de la generación.
Paralelamente al apogeo de la poesía comprometida con la sociedad, a la que todos los poetas del 27 se adhirieron, surgió un reconocimiento nuevo a la figura y a la obra de Machado, tan ninguneado hasta entonces. Y, por supuesto, si hubo alguien que reaccionó negativamente contra este auge de la poesía social fue Juan Ramón Jiménez, el antaño aclamado maestro de maestros y que ahora había ido quedando, paulatinamente, al margen.
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“Las Sinsombrero”
En los últimos años se ha venido reivindicando (y con razón) la figura de las mujeres de esta generación. Conocidas como “Las Sinsombrero”, este grupo de mujeres contemporáneas a los autores “canónicos” de la Generación del 27 tuvieron un gran papel en el panorama artístico y cultural español en las primeras décadas del siglo XX.
El apodo proviene de una anécdota bastante conocida. Un día, la pintora surrealista Maruja Mallo (1902-1995) propuso a sus compañeros de paseo, la también pintora Margarita Manso (1908-1960), Lorca y Salvador Dalí, quitarse el sombrero en plena Puerta del Sol de Madrid, para “descongestionar las ideas”. En unas declaraciones que ofreció Maruja muchos años más tarde, confesó que los transeúntes les habían apedreado. Sin duda, el hecho de quitarse el sombrero en plena calle representaba un acto de rebeldía importante, especialmente si provenía de una mujer.
A pesar de que muchas de ellas no fueron estrictamente poetisas, sí que mantuvieron lazos muy estrechos con los poetas del 27 y realizaron aportaciones muy significativas a la cultura española de la República. Especialmente triste es el caso de Marga Gil Roësset (1908-1932), excelente escultora que se quitó la vida, entre otras cosas, por su amor imposible hacia Juan Ramón Jiménez.
Guerra y exilio
Volviendo al ya citado Julius Petersen, otra de las características que el crítico alemán propone para que un grupo literario sea considerado “generación” es la existencia de un hecho, generalmente traumático, que repercuta a todos sus miembros. Y si bien en su inicio los poetas del 27 no tenían algo parecido (como sí lo tenían los del 98, con el desastre de Cuba y la pérdida de las colonias), el final de la generación estuvo marcado por la tragedia de la Guerra Civil y el exilio.
La guerra marcó a todos los miembros del grupo, de una u otra manera. De Federico García Lorca no hace falta decir nada; es de sobras conocido su asesinato a manos de los sublevados, en 1936. Pero quizá también deberíamos mencionar otra muerte, la de José María Hinojosa (1904-1936), introductor de la poesía surrealista en España y asesinado por milicias anarquistas y socialistas por ser militante de derechas. El mismo horror, tanto en un lado como en el otro. El monstruo de la guerra se comía a sus propios hijos.
La mayoría de poetas del 27 (Alberti, Salinas, Guillén, Cernuda, Prados, Altolaguirre) se vieron forzados al exilio. Otros, como Vicente Aleixandre, Gerardo Diego y Dámaso Alonso permanecieron en España. Pero tanto unos como otros quedaron marcados por el crepúsculo de la guerra y la muerte de sus compañeros; especialmente, la de Lorca, el alma del grupo. Su poesía de posguerra, tanto la de los exiliados como la de los que se quedaron, se tiñó de tristeza. Terminaba una generación, truncada por una lucha fratricida y ensombrecida por la dictadura que vino después.