A lo largo de los siglos, la melancolía se ha visto de maneras diversas: desde el desequilibrio humoral propuesto por Hipócrates y sus seguidores hasta la clave del genio creativo consolidada por Marsilio Ficino y la escuela neoplatónica, idea retomada más tarde por el siempre melancólico Romanticismo. En el siglo XIX recibe un nuevo nombre, “depresión”, y, ya en los albores del siglo XX, se establece como una enfermedad mental de causas multifactoriales.
La historia de la melancolía es realmente fascinante, puesto que se trata de la búsqueda de una respuesta a un estado aparentemente dispar de la verdadera naturaleza del ser humano. Todas las explicaciones que se le han intentado dar, sin embargo, poseen un denominador común: el desequilibrio.
Se mire como se mire, el estado melancólico es fruto de una serie de factores inusuales que hacen que la persona permanezca ajena a la realidad y se recluya en sí misma, ya sea para dar rienda suelta a su creatividad o para hundirse en el abismo más profundo. En el artículo de hoy intentamos abordar este tema tan complejo y tratamos de explicar cómo se ha visto la melancolía a través de los siglos. Esperamos que disfrutes del viaje.
La melancolía en la historia: de la teoría de los humores al milagro creador
La melancolía no es algo nuevo de nuestra época. Se trata de un sentimiento que ha existido siempre y que combina, principalmente, dos emociones: la tristeza y el miedo. La persona melancólica tiende a la apatía y se aleja de actividades estimulantes, especialmente relacionadas con otras personas. Igualmente, recurrente es que el melancólico presente ciertos miedos a posibles futuros que solo están en su imaginación.
La palabra “melancolía” ha quedado, sin embargo, prácticamente obsoleta. Actualmente se prefieren otros términos más clínicos que definen mejor la esencia de este estado. Sin embargo, el hecho es que melancolía y depresión no son necesariamente lo mismo, si bien durante la historia se ha usado el primer término para hablar de personas que, claramente, presentaban síntomas depresivos.
¿Existe alguna diferencia entre melancolía y depresión?
El término depresión es relativamente moderno, pues lo acuñó en 1725 el médico inglés Sir Richard Blackmore (1654-1729). Etimológicamente, vendría a significar “empujar hacia abajo”, y describe la situación que vive una persona que la sufre. La psicología moderna diferencia claramente entre la depresión, que es un trastorno de la salud mental, de la tristeza, que constituye una emoción funcional como cualquier otra y que aparece en momentos concretos.
La melancolía, sin embargo, es más difícil de definir. Si tomamos, de nuevo, la raíz etimológica, encontramos que, literalmente, la palabra significa “bilis negra”. Extraño significado, ¿verdad? Para comprenderlo en profundidad, deberemos viajar a la antigüedad clásica y explicar brevemente la teoría de los humores, que detallamos en el siguiente apartado.
Para concluir este punto, diremos que, en general, “melancolía” es el término que tradicionalmente se ha utilizado a lo largo de la historia para referirse a lo que actualmente consideramos “depresión”. La misma disparidad de opiniones acerca de lo que ocasionaba la “melancolía” y las diversas interpretaciones de la misma ha hecho que el significado preciso sea extremadamente vago, como veremos a lo largo del artículo.
Hipócrates y la teoría de los cuatro humores
Desde la antigüedad, los físicos y los filósofos se interesaron en esta condición humana que conducía al abatimiento, a la tristeza profunda y al aislamiento. Fue el médico griego Hipócrates (h. 460 – h. 370 a.C.) el que codificó una teoría que siguió vigente durante toda la antigüedad clásica, la Edad Media y gran parte de la Edad Moderna: la teoría de los cuatro humores.
Para comprender esta curiosa teoría, debemos imaginarnos un rombo en cuyo centro está el corazón humano. Este rombo servirá de mapa conceptual para entender cómo funcionan los humores y cómo influyen en el cuerpo humano.
Sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema
En el vértice superior está el elemento aire, que pertenece a la primavera y a la infancia y que, por lógica, es de naturaleza caliente y húmeda. La sangre es el líquido corporal que rige esta parte, asociada con las emociones, por lo que los individuos demasiado sensibles serán llamados de carácter “sanguíneo”. En el vértice izquierdo del rombo imaginario encontramos el elemento fuego, relacionado con el verano, que es por naturaleza caliente y seco y está regido por la bilis amarilla. La edad humana correspondiente es la juventud, y el carácter, el “colérico”.
En el vértice derecho está el elemento agua, por naturaleza húmedo y frío, relacionado con el invierno y con el carácter “flemático”. Es el carácter típico de la vejez, la última de las edades humanas, y el líquido corporal correspondiente es la flema.
Por último, en el vértice inferior encontramos el elemento tierra y el otoño, que son por naturaleza secos y fríos y están regidos en el cuerpo humano por la bilis negra. En griego, “bilis negra” se forma con las palabras melon y jole, y he aquí el origen de nuestra palabra “melancolía”. Por supuesto, la bilis negra rige el carácter melancólico, típico de la adultez humana.
El desequilibrio humoral produce la enfermedad
Según la teoría hipocrática, todos estos líquidos, sustancias o humores discurren supuestamente por el cuerpo en un adecuado equilibrio, que da como resultado un temperamento “equilibrado” (ni caliente ni frío, ni húmedo ni seco). Sin embargo, si, por algún motivo desconocido, alguno de ellos se altera, se produce un desequilibrio humoral que no solo conduce a caracteres radicales, sino que también puede producir enfermedades.
Por tanto, la melancolía, ese estado apático y triste, no es otra cosa para la medicina antigua y medieval que un desequilibrio en la producción de bilis negra, sin olvidar la parte astrológica, puesto que también se consideraba a Saturno, el planeta “oscuro y melancólico”, responsable de semejante alteración. Este aspecto astrológico lo veremos más adelante, cuando hablemos del “humor saturniano”.
La Edad Media y la melancolía como “pecado”
En la antigüedad tardía y los inicios de la Edad Media se mantuvo la teoría humoral de Hipócrates y Galeno. Así, la melancolía era una enfermedad fruto de la alteración humoral del cuerpo, lo que, si lo consideramos atentamente, no está muy alejado de la idea del desequilibrio de los neurotransmisores cerebrales que se sabe que afecta en los estados depresivos.
En todo caso, durante la época cristiana se empieza a relacionar la melancolía con el pecado; en concreto, con la accedia, un estado profundo de tristeza y apatía que, con el tiempo, acabó evolucionando al pecado de la pereza. Se consideraba que este estado de “descuido” (este es el significado etimológico de la palabra) lo producía un demonio concreto, el “demonio de la accedia”, que imbuía a la persona y la privaba de fuerzas para enfrentar la vida (que, recordemos, era un regalo de Dios).
En todo caso, la accedia cristiana medieval era lo contrario a la actividad y a la acción, que era una obligación de todo buen cristiano. Por este motivo, los monjes benedictinos tenían como principal regla el famoso Ora et labora (reza y trabaja), pues el ocio era visto como una peligrosa tentación que llevaba a la locura y al pecado. Por otro lado, muchas de las instituciones que recogían a “locos” tenían como principal misión dotar a estas personas de actividades que ocuparan su tiempo y evitaran, de esta forma, que su “locura” se agravara. Necesario es nombrar también a la benedictina Hildegarda de Bingen (1098-1179), que prescribió como remedio para la melancolía el coito, basándose en los efectos benéficos que tiene este en el cuerpo humano.
La idea de la accedia o la melancolía como fruto de un ocio excesivo no es solo medieval. De hecho, se retomó en el siglo XIX, con el auge de la burguesía y, por tanto, de las personas ricas que no tenían “nada que hacer”. Estas personas, según las ideas de la época, podían permitirse “el placer de estar triste”, como le llamaba el escritor Victor Hugo (1802-1885), mientras que las personas con actividad incesante (y, a menudo, problemática) no tenían esta posibilidad.
Hoy sabemos que la depresión puede afectar a cualquier persona, sea cual sea su tipo de vida. Sin embargo, es interesante tener presente la cuestión de la accedia o el ocio como generador de melancolía, puesto que, en realidad, una de las cosas que se recomienda a los pacientes depresivos es la actividad.
La melancolía como “humor saturniano”
En el Renacimiento, y, en concreto, en la escuela neoplatónica de Florencia (capitaneada por el filósofo Marsilio Ficino), se produce una revalorización de la melancolía. Esta pasa a ser la condición por excelencia del genio, que, a través de ella (y de la soledad creadora que conlleva) es capaz de dar al mundo auténticas maravillas.
Así pues, se empieza a asociar al melancólico con un ser de otros mundos, tocado por la mano de Dios, poseedor del privilegio de conocer las profundidades intelectuales que los otros mortales nunca llegarán siquiera a intuir. La astrología, siempre presente pero que retoma su fuerza en el siglo XVI, establecerá a Saturno, el planeta “oscuro”, como el regente de las personas melancólicas y, por tanto, de los genios y los artistas.
Pero, mientras que en el Renacimiento Saturno es contemplado con una visión positiva, durante el Romanticismo, que recoge en parte estas ideas de la melancolía como ente creador, se prefiere recoger la parte más negativa del planeta y de la melancolía en sí; se trata de un estado que impulsa la imaginación y la creatividad, pero también sumerge al individuo en una eterna oscuridad. Es por ello por lo que el Romanticismo es tan proclive a las ruinas, a los ambientes lóbregos y a las experiencias sobrenaturales.
Así pues, el denominado “humor saturniano” que brinda Saturno es un estado melancólico perenne, en el que la persona, usualmente de gran capacidad intelectual y artística, se sume en un pesimismo atroz, a través del que vislumbra con claridad que no posee suficiente vida para realizar todo lo que su alma desea volcar al mundo. El artista, el intelectual, el genio, viven, pues, en un estado de desánimo perpetuo.
Existen numerosos ejemplos en la historia del arte que ilustran esta idea. Desde el famoso grabado Melancolía I de Alberto Durero (1471-1528), hasta el más que conocido Pensador de Rodin (1840-1917), pasando por el excelente retrato de Jovellanos de Francisco de Goya (1746-1828); todas estas obras muestran al genio abatido, con la cabeza apoyada cansadamente en la mano y con una mirada perdida que denota tristeza y pesadumbre.
La melancolía en los albores de la modernidad
No podemos resumir en tan breve artículo todos los tratados que se han escrito desde la antigüedad sobre la melancolía. Sí podemos citar algunos de los más importantes: Sobre la melancolía (1569), de Alonso Santa Cruz; Libro de la melancolía (1585), de Andrés Velázquez y, sobre todo, Anatomía de la melancolía (1621), de Robert Murton (1577-1640), un excelente tratado de tres tomos que fue una de las fuentes más consultadas de la época y que, entre otras cosas, prescribe la actividad como remedio.
Ya hemos comentado cómo, en 1721, Sir Richard Blackmore menciona por primera vez el término “depresión” para referirse al estado de abatimiento, aislamiento y tristeza que significaba la melancolía. Por su parte, Philippe Pinel (1745-1826) consideró la melancolía -depresión una “fijación sobre un objeto”, que podía ser de causa moral, religiosa, emocional, etc., lo que inauguró la idea de que la melancolía podía estar basada también en una desilusión o resistencia.
Sigmund Freud (1856-1939), ya en el siglo XX y con la psiquiatría moderna en marcha, publica su Duelo y melancolía, en el que, entre otras cosas, asocia el estado melancólico con la personalidad narcisista, puesto que la melancolía conlleva una sublimación del yo, que se sitúa por encima del mundo (al que no se presta ninguna atención). Y Albert Camus (1913-1960), con El mito de Sísifo, puso su (enorme) grano de arena al existencialismo característico del siglo XX afirmando que poca gente es capaz de aceptar el “absurdo de existir”…
Conclusiones
Imposible hacer en tan pocas páginas un recorrido completo por el concepto de melancolía. Hemos podido ver cómo, a lo largo de la historia, este estado ha tenido un denominador común, el de “desequilibrio”, ya fuera para bien (como genio creador que resalta por encima de las demás criaturas) o para mal (la accedia cristiana o el desequilibrio humoral de Hipócrates). En cada época, la melancolía se ha visto de forma diferente y, por tanto, se ha adjudicado su aparición a causas diversas.
Actualmente se sabe que los estados depresivos tienen mucho que ver con un desequilibrio de los neurotransmisores cerebrales, lo que, como vemos (y salvando las distancias) tiene algo en común con aquel desequilibrio de los humores corporales. Por otro lado, también se ha comprobado que la actividad hace mucho bien a las personas que sufren depresión, y esto también se sabía en la Edad Media, cuando en las instituciones encargadas de acoger a los “locos” les proporcionaban actividades y oficios para mejorar su salud.
En fin, como todo lo relacionado con la mente humana, todavía queda mucho por investigar y descubrir. Esperemos que los estudios continúen y las personas que se encuentran en estas situaciones puedan acceder a tratamientos cada vez más eficaces y resolutivos.