La mitología vikinga no es desconocida para la mayoría. De hecho, la encontramos constantemente en películas, novelas e incluso cómics. Desde El señor de los anillos, de Tolkien, que recoge multitud de elementos de mitología nórdica (sin ir más lejos, la Tierra Media, que está inspirada directamente en el Mig-gard escandinavo) hasta personajes de cómic como el famoso Thor.
Los vikingos fueron un pueblo eminentemente guerrero. De hecho, su admiración por los guerreros caídos en combate no tenía límites: esa era la muerte más apreciada. Por ello, su mitología está plagada de mitos que hablan de victorias en el campo de batalla, e incluso su Armaggedon particular, el Rágnarok, es un canto a los guerreros vencidos, puesto que hasta los propios dioses perecen en la refriega. En este artículo os proponemos un breve pero intenso viaje por la mitología vikinga a través de 5 de sus mitos más famosos.
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Grandes mitos de la mitología vikinga y escandinava
La palabra “vikingos” es bastante generalista; hace referencia a los pueblos que, procedentes del norte, atacaron Europa en la Edad Media. Así, como se trata de varios pueblos (entre los que se incluyen suecos, noruegos o daneses), hemos preferido usar el término “escandinavo” para referirnos a su mitología. Así, hablaremos de mitología escandinava y de sus mitos más conocidos.
1. El gigante que dio origen al mundo
En un principio, y como en todas las mitologías, solo existía la Nada. Sin embargo, el caso escandinavo es peculiar porque, a ambos lados de la Nada, existían dos reinos: el del fuego, llamado Múspelheim, y el del hielo, Níflheim. Cuando estas dos realidades se encontraron en la Nada, se produjo una enorme explosión que dio origen a la vida.
De esta explosión surgió un gigante colosal, Ýmir, del que desciende el resto de los gigantes. En la mitología escandinava, los gigantes suelen ser criaturas oscuras y malvadas, pero lo cierto es que incluso los dioses tienen una parte de sangre de gigantes. La tradición explica que los que se formaron a partir de la unión del fuego con Elivágar, una de las fuentes venenosas del reino del hielo, llevaban el veneno en el alma y por eso eran malvados. Los otros, como el dios Buri (antepasado de los dioses), eran buenos.
Esta dicotomía entre gigantes (el Mal) y dioses (el Bien) la encontramos en otras mitologías; por ejemplo, en la griega, donde los Titanes simbolizan el Caos, y los dioses, el Orden. En ambas mitologías, las dos procedentes de una fuente primaria indoeuropea, dioses y gigantes/titanes se enfrentan en una batalla cósmica.
El gigante Ýmir se enfrentó con Odín y sus hermanos y murió. El mito nos cuenta que, del cadáver del gigante, los dioses construyeron el mundo. De la sangre que, abundante, manaba del cuerpo muerto, se formaron los océanos, los mares y los ríos. A continuación, Odín y los suyos tomaron la carne del gigante y con ella moldearon la tierra. De esta tierra surgió la raza de los enanos.
Los dioses no se detuvieron aquí. Con los huesos de Ýmir crearon las rocas y las montañas; con el pelo, los árboles y las plantas. Luego suspendieron la enorme calavera de Ýmir encima de la tierra que habían creado, y pusieron a cuatro enanos en los cuatro extremos (Norte, Sur, Este y Oeste) para que la aguantaran eternamente. Finalmente, el cerebro deshecho del gigante dio origen a las nubes.
Cuando los dioses contemplaron su creación, se dieron cuenta de que todo estaba demasiado oscuro. Entonces tomaron las cenizas de Múspelheim, el reino del fuego, y las esparcieron por los cielos; de este modo, nacieron las estrellas.
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2. Odín se cuelga del árbol cósmico para alcanzar la sabiduría
Como podemos ver, el mundo de la mitología escandinava es bastante complejo. En realidad, existen diferentes tierras en el universo vikingo: nueve, para ser exactos. Cada una de ellas pende de una rama del árbol cósmico, llamado Yggdrásill. En las raíces de este árbol vive una enorme serpiente-dragón, Níthog, que roe eternamente la corteza del árbol, amenazando con destruirlo y causar, así, el fin de los mundos: el Rágnarok.
Un día, Odín, el señor de los dioses celestes, quiso saber cuál era el secreto de las runas. Quien conociera estos secretos sería dotado de un inmenso poder y estaría por encima del resto de criaturas. La única manera de desvelar ese secreto era pasar una prueba terrible: Odín debía permanecer colgado por el cuello de una de las ramas de Yggdrásill, durante nueve días y nueve noches. La prueba era realmente aterradora, e incluso Odín, el padre de los dioses, tuvo miedo. Durante nueve días y nueve noches estuvo colgado del árbol cósmico, balanceándose entre las huracanadas corrientes de aire y envuelto por una negrura absoluta.
Finalmente, Odín superó la prueba y le fueron otorgados los secretos de las runas. Se convirtió en gobernador de dioses y hombres e instaló sus dominios en Ásgard, la morada de los dioses celestes. Es necesario aclarar que, en la mitología escandinava, existían dos clases de dioses: los Aenir, a los que pertenecían Odín, su esposa Frigg o Thor, entre otros, y los Vanir, que eran dioses menores, más relacionados con la fertilidad, el mar y las cosechas. No es descabellado aventurar que los Vanir eran dioses mucho más antiguos, y que la llegada de los pueblos indoeuropeos, que tenían un panteón más relacionado con los elementos, introdujo a los dioses Aenir en la cultura escandinava. A partir de entonces, convivieron ambas familias de dioses.
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3. Los dioses comen manzanas para ser siempre jóvenes
Los Aesir siempre se veían jóvenes y hermosos. Y esto no era debido a que, como dioses, fueran inmunes al paso del tiempo. Los dioses escandinavos, como la mayoría de dioses de las culturas indoeuropeas, estaban ligados al devenir y a la vida. En realidad, lo único que los diferenciaba de los seres humanos eran sus extraordinarios poderes; pero la vejez, la debilidad y la decadencia podían hacer mella en ellos en cualquier momento.
Pero Odín y sus compañeros tenían un secreto. En las tierras de Ásgard existía un hermoso jardín, donde Ídunn, la diosa de la primavera, cultivaba amorosamente unas bellísimas y sabrosas manzanas de oro. Estos frutos dorados tenían el don de otorgar eterna juventud y belleza, por lo que los dioses las comían a diario. Ídunn era la encargada de cuidarlas y protegerlas, por eso nunca salía de las murallas de Ásgard. Las manzanas no podían quedase nunca solas; eran un premio demasiado codiciado.
Pero he aquí que un día, Loki, el astuto ser que vivía con los dioses, hizo otra vez de las suyas. Riñó con un águila colosal que lo cogió con sus garras de acero y lo elevó por los aires. Loki suplicaba que lo soltara, pero el águila, que resultó ser un poderoso gigante, se negaba a hacerlo.
Finalmente, Loki hizo un pacto con el gigante: él sacaría a Ídunn, mediante engaños, de la fortaleza de Ásgard, y conseguiría, además, que llevara con ella sus manzanas de oro. El gigante-águila estuvo de acuerdo, y dejó a Loki de nuevo en el suelo.
Así lo hizo el embaucador. Al día siguiente se presentó ante la prudente Ídunn y le comentó que había visto, fuera de las murallas, un árbol muy parecido al de sus manzanas. Ella sonrió dulcemente y sacudió la cabeza; era del todo imposible, sus manzanas eran únicas. Sin embargo, tanto insistió Loki, que la duda se instaló en el corazón de Ídunn. Llena de curiosidad, accedió a salir de Ásgard con un cofrecito lleno de sus manzanas guardado en su pecho, para poder comparar sus frutos con los que, supuestamente, estaban fuera de la fortaleza.
La desgracia no se hizo esperar. El gigante-águila agarró a la pobre Ídunn por la espalda y se la llevó volando. La pobre diosa, asustadísima, no había soltado su cajita llena de manzanas.
Al enterarse de la desaparición de Ídunn, los dioses entraron en pánico, ya que, sin las manzanas de oro, la vejez y la debilidad empezarían a devorarlos. Cuando Odín se enteró de que la culpa de todo la tenía, de nuevo, Loki, amenazó con torturarlo si no encontraba una solución. Loki, arrepentido, pidió a Freyja, la diosa del amor, su manto de plumas para poder volar, convertido en halcón, hacia la morada del gigante-águila y rescatar a Ídunn.
La empresa era muy difícil, y es cierto que Loki no era el ser más fuerte de la creación, pero sí el más astuto. Aprovechando que tanto el gigante como su hija habían salido, se posó, todavía en su forma de halcón, en la ventana de la torre donde estaba encerrada Ídunn, y le dijo: “¡No te asustes! Soy Loki. Ahora te convertiré en una nuez, y te cogeré con mis garras para sacarte de aquí”.
Así fue. Con la nuez a cuestas, Loki emprendió el vuelo hacia Ásgard. Sin embargo, la hija del gigante, Skadi, lo había visto todo, y avisó a su padre. Pronto se inició una intensa carrera por los cielos, en la que el gigante-águila perseguía enloquecidamente al halcón. Cuando se acercaban a las murallas de Ásgard, los dioses prepararon una montaña de maderos. Loki entró en Ásgard como una exhalación, y detrás de él lo hizo el gigante. En el instante en que el águila rozaba la pila de maderos, el dios Tyr lanzó una antorcha encendida, que prendió de inmediato la montaña y envolvió en llamas el cuerpo del águila.
El gigante había muerto, y Loki e Ídunn estaban a salvo. La joven diosa regresó a su apariencia normal y repartió las manzanas de oro entre los inquietos dioses. Esa noche, en el banquete, todos los Aesir volvían a ser jóvenes y bellos.
4. Sígurd y el dragón
Sígurd, también llamado Sigfrido en algunas sagas, es el héroe por excelencia de la mitología escandinava. Era hijo de Sígmund, un poderoso rey. Al morir su padre, su madre se vuelve a casar con el hijo del rey de Dinamarca. El nuevo esposo, Alf, pone a Sígurd bajo la tutela de un herrero llamado Regin, que no es otro que el hermano del dragón Fafnir, una criatura horrorosa que custodia un tesoro de valor incalculable.
En otras versiones, Regin es Mime, un enano. Sea como fuere, es envidioso y está lleno de avaricia. Codicia el tesoro de Fafnir, pero es consciente de que él solo no puede vencer al temible dragón. Por ello, se vale de su astucia para engañar al joven Sígurd, y le convence de que tome a su caballo Grani y su espada Gram, forjada de los restos de la invencible espada de su padre, y parta en busca del tesoro. “Yo te acompañaré”, le dice Regin, “Yo conozco esas tierras y sé el camino”.
Así, el joven Sígurd y su tutor llegan a la cueva donde vive la bestia. Cuando Sígurd ya estaba alzando su espada para entrar a matar a la criatura, Regin le advierte: “Cuídate de que ni una gota de la sangre del dragón te toque la piel, o morirás abrasado”. Sígurd empezaba ya a recelar de los consejos de su tutor, pues intuía que, tras ellos, se escondía una intención oscura. Y así era. Gracias a un anciano sabio que encontró en el camino a la cueva, y a los pájaros que le aconsejaban durante el camino, Sígurd se enteró de que Regin le había mentido; la sangre del dragón no mataba, sino que otorgaba la inmortalidad, que era, precisamente, lo que Regin no quería para Sígurd.
El joven esperó a que el dragón saliera a beber al riachuelo que circundaba la cueva, y entonces, valiéndose de su astucia, su fuerza, y de la espada invencible de su padre, mató a la criatura. Inmediatamente después, se quitó las ropas y se bañó en el torrente de sangre que manaba de las heridas del monstruo, con la mala suerte de que, en la espalda, se le había adherido una ramita que hizo que una parte de su cuerpo quedara a merced de la muerte. Sígurd, de momento, no se dio cuenta de ello. Después de su baño de inmortalidad, entró en la cueva y tomó un yelmo y un anillo mágico: el primero transformaba a la gente, y el segundo otorgaba a su portador todo lo que deseara.
Cuando volvió al lado de Regin, mientras ambos asaban el corazón del dragón para comérselo, el herrero intentó apuñalar al joven. Su intención era quitárselo de en medio para poder quedarse con todo el oro. Sígurd fue más rápido y, con un movimiento veloz, le cortó la cabeza. Después, lleno de curiosidad, penetró de nuevo en la cueva. Cuál fue su sorpresa cuando vio, entre las pilas y pilas de oro magnífico, una enorme y lujosa cama, encima de la cual yacía lo que parecía un guerrero muerto o dormido.
Sígurd se acercó a la figura yacente y le quitó el casco. Su sorpresa aumentó cuando vio que no se trataba de un guerrero, sino de una bellísima mujer. De repente, ella abrió los ojos y le miró fijamente. Luego, sonrió. “Soy una valkíria de Odín”, le explicó la joven. “El señor de los dioses prometió a un guerrero la victoria en un combate, y yo desobedecí sus órdenes y provoqué la derrota del guerrero, porque no se merecía ganar. Odín se enfureció y me condenó a permanecer aquí, dormida. Mi destino era casarme con el primer mortal que apareciera en la cueva. Por fortuna, has sido tú”.
Sígurd sonrió y la besó en los labios. Sígurd y Brýnhild, que así se llamaba la valkíria, se casaron. El mito, sin embargo, no acaba aquí. Las aventuras de Sígurd y Brýnhild continúan. Dejamos que investiguéis para saber el final de esta fascinante historia.
5. El Rágnarok o el “destino de los dioses”
En la mitología escandinava existe un relato terrorífico sobre el fin del mundo, muy parecido al Apocalipsis cristiano, en el que las fuerzas del Mal (las criaturas monstruosas del Caos primigenio) se enfrentan en una lucha cósmica a las fuerzas del Bien (el orden instaurado por los dioses). El mito nos dice que los primeros en darse cuenta de la llegada del Rágnarok serán los seres humanos, que habitan el Mig-gard (la Tierra del Medio), ya que abundarán las guerras y los asesinatos entre familiares. La desolación se extenderá por la tierra, y después vendrá un invierno monstruoso.
Los gigantes de Múspelheim, la Serpiente Mundial, el lobo Fenrir, las almas de Hel (el reino monstruoso a donde van a parar los humanos pecadores), acaudillados por el traidor Loki, se enfrentarán a los dioses. Odín montará en su caballo Sléipnir, Freyja correrá en su carro tirado por gatos, Thor en el suyo tirado por cabras; a todos les seguirán las almas del Valhalla, los guerreros que murieron en combate, y que, en recompensa, viven la eternidad en un banquete sin fin. Sin embargo, todo será en vano. El Caos ganará, y el mundo de los dioses tocará a su fin.
La leyenda dice que dos seres humanos, un hombre y una mujer, durante la batalla cósmica, se esconderán en el árbol Yggdrásill, y que estos serán, efectivamente, los padres de la nueva humanidad. Porque tras el Caos, vendrá de nuevo el Orden, y los dioses renacerán en una nueva era de estabilidad y paz.