Estamos en Roma, en un soleado día del año 858. El papa abre una majestuosa procesión que se dirige a San Juan de Letrán, la que está considerada la iglesia más antigua del mundo. Una gran muchedumbre le sigue, admirada por el boato del séquito y deseosos de observar al santo padre de cerca.
De repente, el papa lanza un grito y se contorsiona en plena calle. En ese instante, el cortejo está recorriendo una callejuela sombría que conecta la iglesia de San Clemente con el Coliseo. Hay una breve agitación, murmullos de inquietud y de sorpresa; ¿qué le sucede al pontífice? Súbitamente, en medio del barullo, se escucha el llanto de un recién nacido. El papa acaba de dar a luz.
En ese instante se descubre que el recién escogido pontífice es, en realidad, una mujer. Al instante, la turba, enfurecida por el engaño, ata a la desdichada a la cola de un caballo para que la arrastre y la lapida hasta la muerte. En el lugar donde luego se entierra su cuerpo maltrecho se levanta una inscripción en la que se lee: Petre, pater patrum, papissa prodito partum (Pedro, padre de padres, propició el parto de la papisa).
La papisa Juana: la leyenda de la mujer que llegó a ser papa
Puede que el lector se haya quedado asombrado, y no es para menos. O puede que ya conociera la historia, debido a las diversas novelas y películas que del suceso se han realizado. Pero, a riesgo de sembrar cierta decepción, debemos desmentir la historia: la leyenda de la papisa Juana, la mujer que llegó a ser papa, es simplemente un bulo medieval.
El origen de la historia
Todo empezó en realidad varios siglos más tarde de lo que cuenta la leyenda. En el siglo XIII aparecen una serie de escritos que recogen la historia de la papisa Juana y que empiezan a correr como la pólvora por toda la cristiandad. De entre todos estos textos contamos con dos fuentes principales: la que Jean de Mailly escribió en 1255 y la que compuso Martín de Opava o Martín el Polaco veinte años más tarde, dentro de su Crónica de los pontífices y de los emperadores.
Tanto uno como otro eran frailes dominicos, una orden que prestó especial atención a partir del siglo XIII en denostar la figura femenina, objetivo que se enmarca en una corriente general de desprestigio de la mujer que acabaría con el estatus que habían ostentado las mujeres en el seno de la Iglesia y en el poder político. De esto, sin embargo, hablaremos en otro apartado; centrémonos ahora en la historia que tanto Jean de Mailly como Martin de Opava nos cuentan.
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Si eres mujer y quieres estudiar, vístete de hombre
Si bien existen algunas pequeñas diferencias, en general el relato es el mismo: una joven que consigue realizar estudios superiores disfrazada de hombre (el conocimiento estaba reservado a los varones y, más concretamente, a los eclesiásticos) y que, poco a poco, va escalando en la jerarquía eclesiástica hasta ser finalmente elegida como papa. También ambos cronistas insisten en que el fraude se descubrió a causa del parto, que sobrevino al supuesto papa mientras encabezaba una procesión en Roma.
Martín de Opava no es tan explícito a la hora de narrar la muerte de la papisa (Jean de Mailly insiste en que fue atada a la cola de un caballo y lapidada), pero sí que nos brinda más información acerca de por qué y cómo accedió a los estudios. Opava incluso llama al papa por su nombre, Johannes Anglicus (Juan el Inglés); nos dice que había nacido en Maguncia y que acompañó a su amante, un joven clérigo, hasta Atenas, con la intención de estudiar con él bajo apariencia masculina.
Los dos cronistas están de acuerdo en la excelencia intelectual de Juan/Juana que, habiendo profesado como monje, asombra a todos los eruditos gracias a su sabiduría. Finalmente, ambos coinciden también en el desgraciado final de la papisa: embarazada de su antiguo amante (al que nunca había abandonado, ni siquiera al alcanzar la tiara papal) y confundida con el cálculo de la duración de la gestación, parió bajo los ojos de todos.
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La papisa Juana, ¿realidad o leyenda?
Hasta aquí, la leyenda, plasmada sobre el papel por dos cronistas del siglo XIII. En realidad, la época en la que fue escrita la historia es el primer indicio para poner en duda su veracidad; si en el siglo IX un papa hubiera parido en mitad de una procesión, podemos estar seguros de que habría quedado rigurosamente anotado para la posteridad.
Al contrario de lo que creemos, durante el Medievo todo se detallaba con máximo rigor, y no eran pocos los cronistas que dejaban testimonio de lo que sucedía, por muy pequeño que fuera el hecho en cuestión.
Por otro lado, en la época en que los cronistas sugieren la existencia de la papisa (mediados del siglo IX) todos los papas están documentados, y no hay ninguna laguna temporal donde se pueda situar a la supuesta mujer-papa. Si tomamos 855 como el posible año de elección de Juana como pontífice, nos encontramos con que, en septiembre de ese mismo año, los registros históricos aluden a Benedicto III como papa electo. Se trata de un papa suficientemente documentado como para que no quede resquicio de duda al respecto.
Y si nos vamos a la crónica de Jean de Mailly y cogemos la fecha que este sugiere como año de inicio del pontificado de Juana (1099), nos encontramos también con un callejón sin salida. Urbano II fallece exactamente ese año, pero solo unos días más tarde es elegido pontífice Pascual II.
Es decir, tenemos dos argumentos convincentes que hacen que la teoría de la historicidad de Juana se tambalee. Por un lado, es muy extraño que ningún cronista recogiera la rocambolesca historia con anterioridad al siglo XIII; por otro, el pontificado de la papisa no puede insertarse en ningún resquicio temporal, por estar los papas contemporáneos debidamente documentados.
La campaña de desacreditación de la mujer
Pero existe otra pista que debería advertirnos de que la leyenda de la papisa Juana es, simple y llanamente, un bulo inventado en la Edad Media. Y es que, en la época en que Jean de Mailly y Martín de Opava escribieron la historia, se estaba dando un cambio social en Europa. Y este cambio no era otro que la desacreditación de la mujer.
Con anterioridad al siglo XIII, la mujer poseía un estatus mucho más preponderante. Los primeros siglos de la Edad Media son los siglos de las mujeres poderosas; grandes abadesas que rigen monasterios como auténticas señoras feudales y damas que administran los bienes de sus esposos cuando estos están ausentes y que incluso gobiernan los feudos de su titularidad. Podríamos citar muchos y variados ejemplos que ilustrarían la posición social que tenían las mujeres en la Alta y la Plena Edad Media, especialmente las religiosas y las nobles.
A mediados del siglo XIII, algo empieza a cambiar. Se recupera el derecho romano que, si bien nunca se ha perdido del todo (recordemos que la Edad Media era eminentemente clásica) adquiere en esa época una importancia renovada. Y hablar del derecho romano es hablar del pater familias y, por tanto, del sometimiento de la mujer al cabeza (masculino) de la familia y, por ende, de la sociedad.
Por otro lado, no podemos olvidar que la filosofía de Aristóteles (el pensador misógino por excelencia) penetra con fuerza en Europa, especialmente de la mano de las traducciones árabes. Empieza entonces a adquirir especial fuerza la idea de la mujer como varón frustrado, es decir, un proyecto de hombre que se malogró en el seno materno y que, a causa de ello, nace como mujer, una criatura “inferior” en todos los sentidos (física, intelectual y moralmente).
¿Qué tiene que ver todo esto con la leyenda de la papisa Juana? Recordemos que sus principales cronistas fueron dominicos. Y la orden dominica tuvo especial celo a partir del siglo XIII en presentar a la mujer como una creación “imperfecta” de Dios y, por tanto, fuente de pecado, vicios y tentaciones. ¿Qué mejor manera de sostener la campaña de desprestigio de la mujer mediante una historia inventada (o recogida de los cuentos populares) donde una mujer engaña y traiciona y, por tanto, al final recibe su merecido?
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La leyenda de la papisa Juana y la Reforma
Por otro lado, es precisamente en el siglo XV, justo antes de la Reforma de Lutero, cuando la leyenda de la papisa Juana cobra una fama sin precedentes. La historia viene a los reformistas como anillo al dedo para denunciar la corrupción del clero y la degradación de la Iglesia; especialmente de manos de los seguidores de Jan Huss (1370-1415), un reformista de Bohemia, la figura de la papisa se fusionó con la prostituta de Babilonia del Apocalipsis y, por tanto, pasó a representar la decadencia absoluta de la institución eclesiástica.
La infalibilidad del papado, doctrina férreamente sostenida por la Iglesia Católica, era cuestionada abiertamente por los reformistas, y la leyenda de la mujer-papa resultaba una manera excepcional para ilustrar su crítica. Así, Juana pasó a ser el estandarte de la campaña de desprestigio de la mujer a convertirse en vehículo de expresión de la Reforma luterana.
Podemos decir, pues, que la historia de la mujer que llegó a ser papa es falsa. Como también lo es el tan famoso ritual que supuestamente se ejecuta tras la elección de un papa. Según este bulo, el recién escogido pontífice debe sentarse en una silla que ostenta un agujero central y colocar sus genitales a través de él. A continuación, otro clérigo palpa cuidadosamente los testículos del santo padre y exclama: duos habet et bene pendentes (tiene dos, y cuelgan bien).
Al parecer, la leyenda se originó a partir de la historia de la papisa Juana, cuando empezó a correr la voz de que los altos dignatarios de la Iglesia debían asegurarse de la masculinidad del papa electo para que no se les volviera a “colar” una mujer en el Vaticano.