Los Pitagóricos: quiénes eran y en qué consistía su filosofía

Te explicamos cuáles eran las enseñanzas de los discípulos de Pitágoras.

Los pitagóricos

Todo es número. Esa es la máxima de los pitagóricos, la comunidad de la Antigua Grecia que contemplaba el universo como un todo ordenado en el que se expresaba la divinidad. De esta forma, el cosmos (voz griega que significa universo) se manifestaba a través de los números y la proporción musical, erigidos como las fuentes verdaderas para la purificación humana.

En otras palabras (y al contrario de lo que pueda pensarse), los pitagóricos no eran simplemente matemáticos o filósofos. Las enseñanzas de Pitágoras, el gran maestro, se ubicaban en un marco místico-científico que pretendía dar una explicación profunda de la existencia, más allá de la puramente racional o empírica. De hecho, los pitagóricos constituyeron lo que hoy en día denominaríamos secta (tenían sus juramentos y sus propios ritos de iniciación), muy influidos, como podemos observar, por los cultos mistéricos tan en boga en la Grecia de la época.

¿Quiénes eran, pues, los pitagóricos, y en qué consistía su filosofía? En el artículo de hoy desentrañamos los “secretos” de esta comunidad tan influyente en la cultura griega de los siglos VI y V a.C.

Los pitagóricos: ¿secta o comunidad?

Existe mucha literatura acerca de los pitagóricos. Su extraña enseñanza, una mezcla curiosísima de ciencia y misticismo, ha inspirado leyendas, novelas y películas. Sin embargo, ¿quiénes eran en realidad?

Pitágoras de Samos, el maestro

Debemos empezar por el principio, que no es otro que el nacimiento en Samos (Asia Menor), hacia el año 570 a.C., de un personaje que iba a cambiar la perspectiva filosófica de Grecia. Hablamos, claro está, de Pitágoras de Samos (570-490 a.C.), el fundador de lo que más tarde sería la escuela pitagórica de Crotona.

Probablemente nacido en una familia de comerciantes (conocemos el nombre de su padre, un tal Menesarco), Pitágoras tuvo la oportunidad de realizar una serie de viajes por Oriente que fueron fundamentales para la creación de su filosofía. De Egipto adquirió los conocimientos geométricos; en Babilonia y Caldea bebió de su antiquísima astrología. Es probable incluso que se topara con Zoroastro (h. 628 - 551 a.C.) o, al menos, con su doctrina, durante sus viajes por Persia. Del zoroastrismo, una religión que se extendió rápidamente por Oriente en los últimos siglos anteriores a Cristo, el joven Pitágoras retuvo probablemente la idea del fuego como elemento purificador.

Ritos mistéricos

A su regreso a Grecia, Pitágoras se estableció en Crotona, en la Magna Grecia (sur de Italia), donde fundó una escuela que pronto conseguiría varios adeptos. Esta primera generación pitagórica ya recogía las bases de lo que sería la doctrina general de la fraternidad: una unión indiscutible entre la racionalidad y la contemplación mística. En realidad, tras las invasiones persas, los territorios helenos estaban ya bastante abonados para la aceptación de las religiones provenientes de Asia. Florecían los ritos eleusinos, así como los dionisíacos y los ritos órficos. Todos ellos tenían en común tanto el hermetismo de sus enseñanzas como los diversos ritos de purificación a los que debían someterse los iniciados.

La naturaleza de los pitagóricos debe enmarcarse en esta corriente mistérica que bañaba Grecia hacia el siglo VI a.C. Por tanto, podemos afirmar, recogiendo el argot actual, que se trataba de los que hoy llamaríamos una secta. Conocemos que los pitagóricos poseían un juramento, el “juramento pitagórico”, en el que mencionaban a Pitágoras sin llamarle por su nombre (le denominaban aquel) y hacían referencia a la “santa Tetraktys” que este les había brindado. Es decir, el filósofo era considerado prácticamente un profeta, un maestro, un iniciador.

Un universo numérico y musical

¿En qué consistía esta “santa Tetraktys” que Pitágoras había entregado a sus discípulos? Gráficamente se representaba como diez puntos distribuidos en cuatro líneas, que dibujaban un triángulo y que representaban las cuatro manifestaciones del universo que, en conjunto, lo eran todo.

Primero estaba el Uno, la Unidad, identificado con la Divinidad, eterna e indivisible. Luego, estaba la Díada, es decir, el Dos, que representaba la escisión de este punto primigenio y que simbolizaba la dualidad intrínseca de todo (masculino-femenino, noche-día…). La Tríada, es decir, el Tres, eran los tres niveles en los que se divide el mundo: el cielo en la parte superior y los infiernos en el inferior, con la tierra en el módulo intermedio. Finalmente, el Cuaternario o número Cuatro simbolizaba los cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Las cuatro líneas (1+2+3+4) suman diez, es decir, la Década, que representaba al universo entero.

Podemos ver cómo, efectivamente, para los pitagóricos el número era la esencia de todo, la manifestación principal de Dios. En consecuencia, la música, estructurada en intervalos regulares y proporcionales, estaba igualmente relacionada con el cosmos; de hecho, los pitagóricos consideraban que el movimiento cósmico producía música, pero que era tan constante y perfecta que el oído humano era incapaz de percibirla.

El movimiento eterno del alma y el camino de la purificación

El movimiento era algo esencial en la doctrina pitagórica. Todo lo divino se movía eternamente; por tanto, el alma, en tanto que inmortal, debía también moverse. De aquí los pitagóricos deducían su “eterno retorno”, una idea muy influida por el misticismo persa, que afirmaba que el alma se reencarnaba constantemente y que sólo su definitiva liberación la sacaría del círculo infinito de movimiento.

¿Cómo conseguir, entonces, esta liberación del alma? Los pitagóricos no sólo conformaban una teoría, sino que también constituían un modo de vida. Preconizaban una vida absolutamente pura, en la que la contemplación del universo y la purificación constante eran pilares básicos. La comunidad pitagórica tenía normas bastante estrictas de conducta, entre las que estaba la de no consumir carne, pero también otras bastante absurdas como no atizar el fuego con hierro o no recoger nada que se hubiera caído.

En principio, estas reglas de comportamiento estaban basadas en la armonía del cosmos, del que el ser humano no podía desvincularse si deseaba realmente la purificación. La “armonía de las esferas”, de creación divina, era el espejo en el que el pitagórico debía observarse, para de esta forma recrear en su vida y en su entorno el mismo movimiento armónico del universo. Solo así era posible la elevación del alma.

El fuego como motor divino

Probablemente derivado de las enseñanzas del zoroastrismo persa, la filosofía pitagórica puso igualmente al fuego como centro indispensable del movimiento universal. De esta forma, se origina una temprana teoría no geocéntrica que disponía el fuego divino como centro del cosmos y como motor primigenio del resto del movimiento armónico, alrededor del cual giraban los astros y los planetas; entre ellos, la tierra.

Esta idea se irá recogiendo a través de los siglos y llegará hasta la Edad Media europea, especialmente mediante la filosofía de Aristóteles. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, hablará de un “primer motor inmóvil” (o sea, Dios) como fuerza motriz de todo.

Escisión y formación de las generaciones pitagóricas

La comunidad fundada por Pitágoras en Crotona se escindió a finales del siglo VI a.C. por problemas políticos y sociales con la ciudad. Pero no por ello termina el pitagorismo. Los discípulos del maestro emigran y se instalan en otras ciudades helenas, donde prosiguen sus enseñanzas y su particular modo de vida.

En aquella época, la fraternidad pitagórica ya se había dividido en dos grupos muy diferenciados: los matematikoi (los “conocedores”) y los acusmáticos (“oidores”). La principal diferencia era que los primeros tenían la potestad de hablar y mostrar su opinión sobre la doctrina pitagórica, mientras que los oidores sólo podían escuchar y, por supuesto, callar. Tradicionalmente se ha venido identificando a estos oidores como los novicios o iniciados, mientras que los matematikoi representarían la experiencia dentro de la comunidad. Todo ello demuestra, una vez más, el carácter iniciático de la fraternidad pitagórica.

El maestro Pitágoras falleció en Metaponto en fecha desconocida, aunque se cree que fue a inicios del siglo V a.C. El pitagorismo siguió su camino en la corriente denominada neopitagorismo, que sobrevivió hasta mucho después de la muerte de su iniciador.

El matemático neerlandés Bartel Leendert Van der Waerden (1903-1996) distinguió cinco generaciones dentro del pitagorismo, y destacó a algunos pensadores principales de cada una de ellas. La primera es la instaurada por Pitágoras, y parte aproximadamente del año 530 a.C. En la segunda generación destaca Hipaso de Metaponto, supuestamente asesinado por revelar secretos reservados para los miembros de la comunidad.

La tercera generación es la llamada “generación anónima”, por cierto, muy alabada por Aristóteles. En la cuarta, ya en el siglo V a.C., destacan Filolao y Teodoro, y en la quinta y última, correspondiente a la primera mitad del siglo IV a.C., Arquitas de Tarento (428 -345 a.C.).

  • Aguilera, J.M. (1985), Historia de la Filosofía, Editorial Alianza
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  • De Guzmán, M., La comunidad pitagórica. Generaciones de matemáticos. Universidad Complutense de Madrid.
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  • Jámblico, (2003), Vida pitagórica. Protréptico, Editorial Gredos
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Sonia Ruz Comas. (2024, febrero 5). Los Pitagóricos: quiénes eran y en qué consistía su filosofía. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/cultura/pitagoricos-quienes-eran

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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