Poca gente desconoce el hecho de que el padre del psicoanálisis fue Sigmund Freud (1856-1939), quien, en una fecha tan temprana como 1899, publicó su revolucionaria obra La interpretación de los sueños, considerada el punto de partida de la técnica psicoanalítica. Tras el descubrimiento del subconsciente, ya nada volvería a ser igual.
Tampoco el mundo del arte, que empezó a nutrirse de los preceptos de Freud y sus discípulos y dio como resultado corrientes inspiradas indiscutiblemente en las teorías freudianas, como el surrealismo o el dadaísmo. Es indiscutible, pues, que los surrealistas de André Breton, a través de su sistema automático (que impulsaba a dejar libre el inconsciente durante a creación artística) seguían las ideas de Freud respecto a la necesidad de desinhibición de la mente, anegada de traumas y de complejos.
Y, aunque el insigne psiquiatra austríaco se interesó muy pronto en la relación que existía entre el psicoanálisis y el arte, lo curioso del caso es que nunca entendió el movimiento surrealista ni hizo ningún esfuerzo por atender los esfuerzos de Breton para captarlo para su grupo.
¿Qué relación existe entre el psicoanálisis y el arte? ¿Son correctas las teorías de Freud, según las cuales toda obra se puede interpretar en clave psicoanalítica? ¿Qué supuso para el arte en general (y no sólo para los surrealistas) la obra del psiquiatra? En las siguientes líneas intentamos contártelo.
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La relación entre psicoanálisis y arte. Freud y su visión psíquica del arte
A principios del siglo XX, alrededor de 1914, Sigmund Freud publica una serie de estudios en los que examina la relación existente entre la psique y la obra de arte. Uno de estos escritos es su estudio sobre el Moisés de Miguel Ángel, así como el análisis que efectuó de la producción y la personalidad de Leonardo.
En una carta a su esposa Marta, fechada en 1912, Freud, que se hallaba en una de sus frecuentes estancias en Roma, comenta que anhela desentrañar los misterios del Moisés, una escultura que ejerce sobre él un extraño embrujo. A través de una exhaustiva contemplación de la obra, Freud concluye que Miguel Ángel representó al profeta justo después de que, al bajar del Sinaí y ver a su pueblo en plena adoración pagana, le invadiera la ira y, en un acto de control supremo, se contuviera para no destruir las Tablas de la Ley.
Es decir, que el genio florentino renuncia a representarlo en el momento de su máxima cólera, cuando arroja las Tablas al pueblo rebelde, para ofrecérselo al espectador en una actitud muy diferente a la acostumbrada en la historia del arte.
La obra de arte como reflejo de la psique del artista
Si bien en esta ocasión el vienés no se adentra estrictamente en campos psicoanalíticos, sí que está plasmando una visión de la obra de arte desde un punto de vista psíquico, es decir, basándose en lo que pretendía comunicar el artista. Muchos autores han visto en estos estudios de Freud el embrión a partir del cual se va a desarrollar una corriente que interpreta las creaciones artísticas respecto a la psique y la personalidad más íntima del artista.
En la magnífica entrevista que la Sociedad Española del Psicoanálisis realizó a la psicoanalista Anna Romagosa (ver bibliografía) esta recoge esta idea cuando comenta que, efectivamente, para Freud existía una relación entre el inconsciente y el arte, de la misma forma que existe una conexión entre aquel y los sueños.
Romagosa insiste también en que, tras la obra del psicoanalista vienés, otros recogieron el testigo: la llamada escuela kleiniana (por su iniciadora, Melanie Klein) sostenía que el arte facilitaba la liberación de conflictos y traumas internos arrastrados desde la infancia.
En otras palabras, representaba una reparación. Por otro lado, después de la escuela de Klein, el psicoanalista Donald Meltzer (1922-2004) añade a todo ello el concepto de la estética, a través de la idea del conflicto estético, basado en el impacto que sobre el recién nacido produce la compleja belleza de lo que le rodea.
La obra de arte como experiencia onírica
Wilfred R. Bion (1897-1979), que se había nutrido de las teorías de Freud y de Melanie Klein acerca de la conexión entre el arte y el inconsciente, propuso una relación entre la experiencia de las emociones humanas y la creación. Esta idea conectaba directamente con la obra de algunos surrealistas, que expresaban a través de imágenes todo un mundo onírico.
Acerca de esto, se suele indicar como ejemplo la obra de René Magritte (1898-1967), cuyos cuadros de objetos cotidianos enlazados sin ninguna lógica aparente parecen remitir al mundo de los sueños. Sin embargo, el pintor belga nunca quiso saber nada del psicoanálisis; de hecho, rechazó categóricamente que en sus pinturas existiera un “significado oculto” o “simbólico”.
Como él mismo dice, y tal y como recogen Anna Romagosa y Antònia Grimalt en su artículo Magritte y el psicoanálisis (ver bibliografía), el artista no sabía por qué pintaba un cuadro, y “tampoco quería saberlo”. Es evidente que el psicoanálisis tiende a interpretar la realidad como máscara de un significado oculto, en tanto que es un reflejo de los traumas y los conflictos de la psique. Pero, ¿se puede trasladar esta idea al arte?
¿Es lógico reducir el arte a una manifestación del subconsciente del artista?
Esta es la gran pregunta, la que debería sugerirse en todas las líneas de este artículo. Tras la aparición de las teorías freudianas de la relación entre arte y psicoanálisis, se generó una corriente importante de historiadores del arte que pretendían ver en las obras manifestaciones de la psique de su autor.
Existen casos muy curiosos, como el Noli me tangere de Correggio, donde se interpretó la azada del jardín como un símbolo fálico. Por otro lado, Oskar Pfister (1873-1956), discípulo de Freud e interesado en su estudio psicoanalítico sobre Da Vinci, vio “claramente” un buitre en la forma que dibuja el manto de la Virgen en la obra de Leonardo La Virgen con el Niño y santa Ana, lo que se conectó rápidamente con la anécdota manifestada por el pintor de que, en su infancia, un buitre se le acercó bruscamente, recuerdo que Freud interpretó como un deseo de “felación pasiva”.
Al margen de que la teoría parece ya, per se, bastante rebuscada, no hay que olvidar que tanto en el cuadro de Correggio como en el de Da Vinci intervinieron también sus respectivos talleres, por lo que no parece muy plausible que en la obra exista rastro tan evidente de las “pulsiones inconscientes” de los artistas.
Actualmente, la interpretación psicoanalítica de las obras de arte se toma desde cierta perspectiva. Sin la intención de rechazarla completamente, las nuevas corrientes prefieren ver las creaciones artísticas como una mezcolanza de factores, no todos vinculados a los deseos y miedos ocultos de su autor.