Nuestras vidas han cambiado en los últimos dos años; este virus ha supuesto que todos hayamos tenido que reorganizar nuestras formas de vivir, nuestros ritmos y rutinas, nuestros horarios y lugares de vida...
En este nuevo contexto, los hogares se han trasformado en oficinas, centros de teleconferencias, cines, gimnasios y, también en escuelas. Los adultos hemos sido motores de adaptación a la nueva amenaza y en muy poco tiempo hemos empezado, casi sin asimilarlo, a funcionar de forma diferente. Pero... ¿Qué ocurre con los niños y los adolescentes?
- Artículo relacionado: "¿Qué es la Psicología Social?"
Un reto para nuestra capacidad de adaptación
La resiliencia ciudadana ha permitido que la sociedad, en su conjunto, haya seguido adelante; o al menos que no se parase abruptamente. Como sociedad se ha intentado que nadie se quede atrás: procurando que todas (o casi) las personas tengan una fuente mínima de ingreso para sobrevivir; las medidas de flexibilización del trabajo han ayudado a frenar la caída de la producción; el cumplimiento de las restricciones por la mayoría de los ciudadanos ha contribuido a frenar los contagios, las empresas se han mantenido a flote gracias a las ayudas estatales, etc.
Considerando lo anterior, parece que hemos sabido dar una respuesta eficaz a la pandemia garantizando la protección; sin embargo, tomando como referencia la campana de Gauss, salta a la vista que hemos podido dar respuesta y protección a los grupos de edad que están en posiciones centrales de la población, dejando en un segundo plano la cabeza y la cola de la curva. Esto es, los menores y los mayores, los cuales no han sido objeto de la atención prioritaria que se merecen por su alta vulnerabilidad.
Sin restar importancia al grupo de personas de edad avanzada, en este artículo quisiera poner el foco de atención en los menores de edad, por ser el colectivo con el que mayoritariamente trabajo en mi profesión. Y es mi intención el ofrecer una reflexión sobre aspectos que, desde mi punto de observación profesional, considero que han sido infravalorados o no tenidos suficientemente en cuenta debido a que otros elementos han acaparado la atención mediática y social. De esta manera, los botellones, el incremento de suicidios o intentos de suicidio, las regresiones a fases evolutivas anteriores, o algunas variantes de la agorafobia debido al riesgo de contagio, son algunos ejemplos de efectos indirectos de este virus que han sido ampliamente tratados en los medios de comunicación y también a nivel social.
- Quizás te interese: "Resiliencia: definición y 10 hábitos para potenciarla"
El impacto psicológico de las restricciones en los más jóvenes
Un elemento que afecta a los adolescentes y pre adolescentes, y que parece haberse quedado en un segundo plano, es que su desarrollo psico-social se ha visto interrumpido abruptamente debido a las medidas y restricciones sanitarias. De un día para otro sus redes sociales -reales- (que en estos últimos años ya se han visto mermadas por la masificación de los “teléfonos inteligentes”) han desaparecido casi al completo.
El mundo virtual ha pasado a ser el espacio de sociabilidad para esta franja de edad; formación, sociabilidad y ocio se desarrollan así en un ambiente virtual que carece de aspectos comunicativos no verbales, tan importante para un adecuado desarrollo de la comunicación.
Esta digitalización de la experiencia social no solo la empobrece, generando una sensación de soledad y aislamiento que ya ha sido detectada por algunas investigaciones, sino que también influye negativamente en el desarrollo social. La experiencia social personal cuenta con una riqueza de estímulos (físicos y emocionales) que nos ayudan a interpretar a los demás, adquirir nuevas habilidades por imitación, explorar posibilidades nuevas para una mejor gestión de los conflictos, etc.
Además, el contacto físico en las relaciones interpersonales tiene efectos favorables sobre el estado de ánimo y ayuda a mejorar la autoestima.
En el caso de los menores en edades escolares comprendidas entre los 6 y los 11 años, parece haberse subestimado el valor que tiene en el desarrollo evolutivo el contacto entre los niños y las niñas de distintas edades. Las ventajas de una cierta heterogeneidad en las relaciones infantiles han sido ampliamente documentadas por autores tan destacados como María Montessori, cuyos estudios han demostrado que las clases multi-nivel aportan beneficios a todos los niños independientemente de la edad.
Pues bien, en nuestras escuelas, el contacto entre menores de distintas edades es ya de por sí escasa, y solo se produce en los recreos y tiempos de ocio; pero ahora, tras la pandemia, la metodología de los grupos “burbuja” ha hecho que este contacto intergrupal se haya visto reducido o haya desaparecido por completo.
De esta forma, el efecto “burbuja” genera ámbitos de sociabilidad endogámica donde se resta a los niños la posibilidad de relacionarse con otros compañeros de menor y mayor edad, lo cual produce una sociabilidad cristalizada en la que el rol y el estatus de cada miembro del grupo, son difícilmente modificables; las alianzas también sufren la pobreza de alternativas, la posibilidad del aprendizaje por imitación desaparece para los más pequeños, así como la oportunidad de experimentar el cuidado y la responsabilidad no se ofrece para los mayores.
En lo que se refiere a los niños en etapa pre-escolar (0-5 años) también son observables algunas limitaciones que afectan a su desarrollo ocasionadas por la pandemia. Y en este momento quisiera centrarme en dos aspectos que han sido tratados de forma un poco superficial en los medios, y que quizás -por su aspecto más técnico- hayan pasado desapercibidos por la sociedad.
El primero tiene que ver con el desarrollo lingüístico; ya se han publicado algunos artículos científicos que advierten sobre un posible retraso en la aparición del habla en la “generación Covid”, debido a la pérdida de información visual que implica el uso de las mascarillas. Este efecto no sólo se produce en personas sordas, sino también en niños que a priori no presentan otras dificultades.
El segundo de ellos tiene que ver con la capacidad visual. Nuestro cerebro, expuesto debidamente a la realidad exterior, genera una profundidad de campo o visión tridimensional; pues bien, hay una fase crítica, de inicio antes de los dos años, donde esta función adaptativa se desarrolla debido a la exposición al mundo exterior.
El incremento en el uso de las pantallas, debido a la necesidad de teletrabajo de los padres, junto con la obligación de permanecer en nuestros domicilios o de limitar las salidas por riesgo de contagio, afecta al desarrollo de esta función cerebral en el niño; ya que las imágenes que recibimos a través de las mismas, son en dos dimensiones.
- Artículo relacionado: "Psicología del Desarrollo: principales teorías y autores"
Concluyendo...
En conclusión, creo que como sociedad estamos en un momento en el que tanto los profesionales de la educación y de la salud, como las familias e instituciones públicas, debemos prestar una especial atención a los menores diseñando y desarrollando acciones que puedan paliar los efectos negativos que la pandemia está dejando en su desarrollo.
Como profesional que trabaja con menores en el día a día, considero que nuestra población más joven está comportándose, en términos generales, de una manera responsable en el cumplimiento de las restricciones sanitarias, y ha contribuido con su potente capacidad de adaptación y sus renuncias, a controlar la situación sanitaria. Ahora es nuestro turno para ser responsables, empáticos y protectores. Se lo debemos.
Autor: Ivan Zancolich, psicólogo y psicoterapeuta de VALIA, servicio especializado en la intervención con menores y familias con dificultades.