¿Cuántas veces has escuchado que tu hijo te manipula? Es probable que en más de una y más de dos ocasiones. Con frecuencia, las personas del entorno tienden a pensar que cuando nuestros hijos lloran o se enfadan lo hacen como una forma de manipularnos para conseguir lo que quieren.
Lamentablemente, la idea de que los niños y las niñas se comportan de determinadas maneras con el objetivo de manipular a los adultos está muy extendida. Parece que las criaturas son adultos en miniatura que prácticamente desde que nacen ya tienen la habilidad de “salirse con la suya”.
Pero, ¿esto es realmente así? A lo largo de este artículo daremos respuesta a esta pregunta respaldándonos en la psicología evolutiva y la evidencia científica. Hablamos sobre lo que es manipulación y lo que, a pesar de parecerlo, no lo es. Desvelamos la edad en la que los niños pueden empezar realmente a manipular. Por último, hablamos sobre el papel de los adultos y lo que podemos hacer en este tipo de situaciones.
¿Qué entendemos por manipulación?
Si nos fijamos en la definición que la Real Academia Española (RAE) da sobre el verbo manipular vemos que habla sobre intervenir con medios hábiles y distorsión de la verdad por el propio interés. En otras palabras, podemos describir la manipulación como una forma de actuar basada en la intención de influir en el comportamiento y/o las decisiones de otra persona.
Normalmente se utilizan los sentimientos de la persona para modificar su conducta o incluso su punto de vista sobre una situación concreta. Esta forma de relacionarse suele ir de la mano con herramientas como el victimismo, la culpa, el engaño y la exageración, entre otras. Es un proceso consciente y deliberado.
Lo que puede parecer manipulación, no lo es
Si queremos dar respuesta a la pregunta “¿mi hijo/a me manipula?” es crucial tener en mente que la manipulación implica intencionalidad. Los niños pequeños todavía no han desarrollado las áreas cerebrales que les permiten, tanto a nivel cognitivo como emocional, manipular.
Es importante tener en cuenta que los humanos aprendemos a reproducir aquellos comportamientos que en algunos momentos nos han resultado útiles para adaptarnos al entorno. Por tanto, es necesario diferenciar entre el hecho de repetir un comportamiento que en algún momento ha servido para satisfacer las propias necesidades de la intencionalidad de manipular.
Es comprensible que podamos pensar, ante determinadas conductas, que nuestros hijos están intentando manipularnos porque eso es lo que probablemente nos decían en nuestra infancia y lo que lleva repitiéndose durante décadas. Sin embargo, hoy en día sabemos que habitualmente están intentando comunicarnos sus necesidades —físicas o emocionales— y que no tienen más herramientas para expresarlas.
Cuando los niños pequeños lloran, gritan y patalean no están intentando hacer que sus adultos de referencia lo pasen mal. En ese momento, ellos lo están pasando mal —aunque a nosotros pueda no parecernos grave eso que para ellos sí lo está siendo—.
¿A qué edad pueden manipular realmente los niños?
Hoy en día sabemos que es en la etapa preescolar cuando los niños empiezan a reconocer las emociones propias y ajenas. En este punto del desarrollo, no existe la capacidad —a nivel cerebral— de manipular tal y como lo entendemos en los adultos.
La capacidad de manipular de forma intencionada está ligada a la teoría de la mente. Esta es la habilidad que nos permite entender que el resto de personas también tienen sus propios pensamientos, emociones y deseos y que son diferentes de los propios. Si bien es cierto que la teoría de la mente empieza a desarrollarse sobre los 4-5 años, no se consolida hasta los 8-9.
Especialmente entre los 3 y los 6 años pueden darse comportamientos que fácilmente pueden ser interpretados como manipulación. No obstante, es importante tener en cuenta que no hay una intención de controlar a los demás y que forman parte de su desarrollo.
Estas conductas (desafiantes y/o persistentes) pueden ser un reflejo de la necesidad de exploración, búsqueda de autonomía y desarrollo emocional. Con frecuencia, lo que sucede es que la mirada adulta las malinterpreta porque no tiene en cuenta que las criaturas están aprendiendo a relacionarse con el mundo que les rodea y su cerebro está en desarrollo.
¿Qué papel juegan los adultos?
Los adultos jugamos un papel fundamental tanto en el mantenimiento de determinadas conductas como en la interpretación que les damos. Es importante comprender que los patrones relacionales que establecemos con nuestros hijos están muy relacionados con la forma en que ellos se comportan.
Recordemos que, puesto que no tienen más herramientas todavía, expresan sus emociones mediante su cuerpo y su conducta. Es importante analizar el contexto en que esas actitudes que tildamos de manipulación se dan para poder comprenderlas. Asimismo, es necesario que reflexionemos sobre nuestro rol.
Por último, no podemos olvidar que los adultos vemos el mundo a través de nuestras experiencias, aprendizajes, creencias y valores. Esto es lo que nos lleva a interpretar que los niños quieren manipularnos. Como consecuencia, podemos caer en respuestas emocionales intensas, discusiones y castigos innecesarios que lo único que hacen es estropear el vínculo con nuestros hijos.
¿Cómo podemos responder en estas situación?
El aspecto más básico en este sentido es comprender que el cerebro de nuestros hijos está en desarrollo todavía y que no tienen la capacidad de manipular, tal y como la entendemos nosotros. No hay intencionalidad como puede haberla en un adulto. Especialmente si son pequeños. Por ello, es recomendable que reflexionemos sobre qué papel estamos asumiendo en todo esto.
Si las conductas persisten es porque en algún momento les han funcionado y solo quieren satisfacer sus necesidades no cubiertas. Ya hemos comentado anteriormente que su comportamiento es la vía mediante la cual expresan deseos y/o necesidades emocionales.
Con todo esto en mente, es más fácil poder observar con empatía (sin juzgar), mostrar curiosidad por conocer cuál es su necesidad no cubierta y cómo podemos ayudar a nuestro hijo/a, que lo está pasando mal en ese momento. Establecer límites que les cuiden es necesario, pero debemos hacerlo desde el respeto.
Por otro lado, es importante trabajar la esfera emocional en casa y fomentar la comunicación. Nuestros hijos necesitan que les ayudemos tanto a nombrar lo que les sucede como a regularlo. Por otro lado, no conviene que reforcemos aquellas conductas que consideramos poco deseables o inadecuadas. Mantener los límites de forma calmada y ofreciendo alternativas puede ayudar.