En los últimos años se ha manifestado un cambio en la educación por parte de los padres y madres, que trabajan por una educación cada vez más consciente y que tiene en cuenta el bienestar global de los jóvenes. Esto ha derivado en que cada vez más familias se interesen por buscar una manera diferente de educar a sus hijos, que dejara de lado los métodos punitivos tradicionales más autoritarios.
Pero en este camino de transición también nos encontramos padres y madres perdidos, desorientados, que han caído en la sobreprotección al intentar evitar el autoritarismo, pues carecen de herramientas que les permitan encontrar un término medio entre ambos estilos educativos. Y estos padres, madres, y también educadores, se preguntan, ¿es posible la educación sin premios ni castigos, sin que mi hijo termine siendo un tirano?
Afortunadamente, es posible, gracias a la metodología del respeto mutuo, la disciplina positiva.
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¿Qué es la disciplina positiva?
Padres, madres y educadores. Tenemos en nuestras manos la responsabilidad de mejorar el mundo, promoviendo una educación basada en el respeto hacia el otro, una educación basada en el amor, en la comprensión, y en la utilización del error como una oportunidad de aprendizaje… y no en la ira, no en el chantaje, no en las relaciones verticales que sólo generan malestar y luchas de poder entre padres e hijos. Esta pretensión de carácter humanista es la que conforma la base de la disciplina positiva.
Esta disciplina tiene su origen en la psicología individualista de Alfred Adler. Adler ya explicó que todas las personas, en todas las situaciones, tenemos derecho a ser tratadas con la misma dignidad y respeto. Y por ello entendió que la persona, como ser social que es, necesita forjar el sentimiento de comunidad a través de algunos aspectos claves, a saber: la pertenencia, y la significancia. Es decir, el ser humano tiene la necesidad de pertenecer y formar parte de los diversos sistemas que compone (la familia, los grupos, la comunidad…) y de sentir que es importante en dicho sistema, que con lo que hace contribuye y es útil.
Igualmente, Adler pudo comprobar a través de su trabajo que los niños que carecían de cariño y amor, desarrollaban problemas de conducta; de la misma manera que los niños que crecían sin límites, también podían tener muchas dificultades en el desarrollo de sus habilidades a largo plazo.
Cuando el niño siente que estos aspectos de pertenecer y significar no están garantizados, aparece lo que entendemos como “mal comportamiento”. Dreikurs, discípulo de Adler, fue más allá y dijo que un niño que se comporta mal, es solamente un niño desalentado, y acuñó el término que conocemos como “educación democrática”.
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Comprendiendo la educación democrática
Esta educación democrática está basada en la aplicación del principio fundamental de la amabilidad y la firmeza al mismo tiempo. Amabilidad como respeto hacia el niño, firmeza como respeto hacia mí mismo como adulto y hacia la situación. Con ambas cosas en equilibrio podemos llevar a cabo una educación que sea respetuosa para todos, y enseñe lo más importante a los niños, habilidades de vida.
De esta forma creamos un entorno respetuoso en el que podemos enseñar, y en el que los niños pueden aprender, liberados de sentimientos negativos como vergüenza, culpa, dolor o humillación, y por ello, sentir, a través de la conexión, que la pertenencia, la significancia, y la contribución, es posible. Así contribuimos a que el niño explore por sí mismo las posibles consecuencias de sus actos, empoderándole para crear niños y niñas capaces.
Los objetivos de la disciplina positiva
La disciplina positiva pone el foco en el largo plazo, entendiendo que la conducta del niño, lo que observamos (llorar, tener una rabieta,…) es sólo la punta del iceberg, pero que debajo de ella, existen sentimientos, necesidades y creencias más profundas que se van forjando en el niño en función a las decisiones que van tomando.
Si abandonamos la urgencia de corregir inmediatamente el mal comportamiento, podemos pasar a validar los sentimientos del niño, y conectar antes de corregir, intentando comprender la interpretación que los niños hacen sobre sí mismos y sobre el mundo, y qué están sintiendo, pensando y decidiendo en cada momento para sobrevivir y prosperar en el mundo. ¡Un paso más para aproximarnos y empatizar con ellos!
La disciplina positiva se basa, pues, en una educación que no utiliza los premios, pero sí motiva y alienta. Una educación que no castiga, pero sí se enfoca en soluciones. Una educación en la que los límites son tan necesarios para guiar al niños como el amor y el respeto. Porque, como dijo Jane Nelsen, máxima figura en la divulgación de esta metodología, ¿de quién fue la absurda idea de que para que un niño se porte bien, primero hay que hacerle sentir mal?
Y es que eso es lo que hacemos sentir a un niño cuando utilizamos el castigo, que podemos resumir en 4 Rs: resentimiento, deseos de revancha, rebeldía, y retraimiento (sentimientos de inferioridad y baja autoestima).
En definitiva, una educación que modela habilidades, que enseña el coraje de ser imperfectos acompañando a través de la confianza, que tiene en cuenta las necesidades de los niños y respeta la naturaleza infantil, que alienta al niño para que poco a poco aprenda habilidades de autorregulación y se convierta en un adulto con competencias, capaz, y automotivado.