Todos hemos escuchado alguna vez aquello de: “Un azote a tiempo quita muchas tonterías”. Nada más lejos de la realidad.
Los efectos psicológicos de castigar con azotes son muchos y de una importancia tan grande que este asunto no se debe tomar a la ligera. Con este artículo podremos ver los detalles de algunas de las repercusiones que puede tener el realizar este tipo de conductas.
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¿Cuáles son los efectos psicológicos de castigar con azotes a los niños y niñas?
Cuando se habla de los efectos psicológicos de castigar con azotes muchas personas entran en una especie de debate sobre los pros y los contras de utilizar esas medidas sancionadoras en el proceso educacional de los hijos. Sin embargo, no existe tal debate. La cuestión es muy sencilla: ni los azotes ni cualquier otra forma de castigo físico está de alguna manera justificada, en ninguno de los casos.
Partiendo de esta premisa ya podemos entrar a analizar en qué consisten los diferentes efectos psicológicos de castigar con azotes, sabiendo de antemano que van a ser negativos. Algunas personas podrían pensar que el método, aunque controvertido, funciona, puesto que el niño cesa en la conducta no deseada al encontrarse con este castigo, pero se trata de una falsa eficacia, pues los efectos tienen muy poco recorrido.
Pero además, aunque dicha eficacia fuera mayor (que no lo es), seguiría sin ser motivo de debate, pues no puede servir de excusa para realizar una práctica que ni es legal, ni es ética y además genera una serie de importantes consecuencias. En ese sentido, la discusión no tiene ya más recorrido.
Los efectos psicológicos de castigar con azotes pueden originarse a través de procesos diferentes. En los siguientes puntos podremos conocer algunos de los más importantes, que nos ayudarán a ser más conscientes de la importancia que tiene el evitar a toda costa estas formas de castigo en la educación de los niños, sea el contexto que sea en el que está teniendo lugar.
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La justificación de la violencia
La primera cuestión que podemos plantearnos es el ejemplo que como padres estamos dando a nuestros hijos. Más allá de lo que les intentemos inculcar con nuestras palabras, si optamos por reprender algunas de sus actitudes mediante un cachete u otro tipo de castigo verbal, el mensaje que subyacerá será claro: la violencia está justificada en algunos casos.
Esta afirmación puede resultar impactante, pero la realidad es que en muchas ocasiones subestimamos el poder del aprendizaje que se produce en los niños a través del ejemplo y mucho más si este proviene de sus máximas figuras de referencia, como son sus padres o sus tutores. Por lo tanto, si zanjamos un conflicto mediante un azote es probable que el pequeño decida terminar su próxima discusión con los compañeros de la escuela mediante un empujón.
Uno de los experimentos psicológicos más conocidos es el del llamado muñeco Bobo, realizado por el psicólogo Albert Bandura. Dicho estudio, llevado a cabo en la Universidad de Stanford, ponía a un grupo de niños en una situación en la que observaban a un adulto golpear a un muñeco y a continuación abandonar la habitación. Otro grupo de niños no observaron este comportamiento agresivo.
Los resultados fueron claros: los miembros del grupo que había observado el comportamiento violento fueron mucho más propensos a imitar dichas conductas, golpeando igualmente al muñeco Bobo tal y como habían visto hacerlo momentos atrás al adulto investigador. Por lo tanto podemos hacernos una idea del peligro que supone la normalización de la violencia dentro de los efectos psicológicos de castigar con azotes a los niños.
La figura de apego
Hablábamos de la influencia de las figuras de referencia en los niños. Y es que los padres no son una mera referencia para los más pequeños, sino que también representan las figuras de apego, es decir, son las personas con las que establecen el vínculo del apego, por lo que tenderán a buscar su compañía y se sentirán ansiosos cuando estos se alejan. Pero esta relación va más allá de la proximidad física, sino que tiene la misma o más importancia en el terreno emocional.
La figura de apego le transmitirá esa seguridad que el niño necesita cuando percibe que está cerca de una potencial amenaza. Pero, ¿qué ocurre cuando precisamente esa amenaza proviene de los mismos que han de representar su seguridad y lo hace en forma de cachete? Estaríamos ante otro de los efectos psicológicos de castigar con azotes, pues esta conducta generaría una disonancia en el niño.
Esta incongruencia viene dada por la situación de haber recibido un castigo físico por parte de sus propios padres, las figuras que siempre representarán la protección emocional que el niño necesita. Al encontrarse ante esta contradicción, el pequeño podría llegar a desarrollar un apego desorganizado o inseguro, en función de lo frecuentes que sean estas situaciones y el contexto de las mismas.
El niño se encontraría confuso ante la posibilidad de que su principal fuente de seguridad en ocasiones también se convierta en una amenaza. Además también podría afectar a su autoestima y a su autoconcepto, pudiendo llegar a generar pensamientos del tipo: “Me pega porque soy malo, me lo merezco”.
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Su correlación con los trastornos mentales
Un estudio de la Universidad de Manitoba en el que se analizaron más de 34.000 casos en población adulta estadounidense desveló una correlación intrigante: había significativamente más casos de trastorno mental en alguna de sus formas en aquellas personas que durante su infancia fueron castigadas mediante cachetes de manera habitual. Sería, por lo tanto, uno de los efectos psicológicos de castigar con azotes a tener en cuenta.
Algunas de las enfermedades mentales que se observaron de manera más frecuente en la población estudiada fueron los de tipo depresivo, ansioso, abuso de sustancias como drogas o alcohol o bien trastornos de la personalidad. Y no solo eso. En estudios complementarios de la misma universidad también descubrieron que esta correlación también se observaba entre los azotes y un menor desarrollo del cociente intelectual e incluso con rasgos antisociales y agresividad.
No se puede establecer una causalidad entre el haber recibido azotes durante la infancia y el haber desarrollado esta serie de problemáticas en la vida adulta, pero sí que existe una correlación, por lo que es motivo suficiente para poner el foco en este asunto e investigar qué otra causa o conjunto de causas, como un estilo de crianza en particular, puede estar promoviendo que surjan estas dificultades.
En conjunto con los puntos que hemos visto anteriormente, parecería que los castigos de tipo físico y lo que conllevan podrían ser factores de riesgo que facilitarían la futura aparición de enfermedades de tipo psicológico y/o actitudes agresivas y además podrían dificultar el correcto desarrollo cognitivo. Por otra parte, un estilo de crianza asertivo y que promueva un apego seguro sería un factor de protección y por lo tanto tendría el efecto contrario.
Conclusiones de metaanálisis
En el año 2016 la Universidad de Texas publicó un metaanálisis para estudiar los efectos psicológicos de castigar con azotes en una muestra acumulada de más de 160.000 niños. Tras un extenso análisis de esta ingente cantidad de datos, los autores llegaron a la conclusión de que, efectivamente, estas medidas correctivas en la educación tienen consecuencias negativas para los niños. Sin embargo, sugieren que dichos efectos son menos intensos de lo que podríamos pensar.
Es importante distinguir entre el castigo mediante azotes y otras conductas de agresión física que pueden conllevar incluso el uso de objetos o palizas. Es evidente que el segundo de los casos tiene otras connotaciones mucho más graves y por lo tanto esos casos escapan a la conducta que estamos analizando aquí y a la que se refieren los autores del metaanálisis. En cualquier caso, como ya veíamos al inicio del artículo, tampoco los cachetes quedan justificados de ninguna manera.
Lo que para los investigadores quedó claro es que había una asociación entre la crianza con azotes y unos posteriores efectos negativos psicosociales en los niños. Pero además de estas lamentables consecuencias, también comprobaron que a nivel práctico tampoco era una conducta eficaz para lograr evitar que el niño extinguiera la conducta que los padres habían tratado de detener mediante los cachetes.
La conclusión es clara: los azotes no son útiles para evitar las conductas indeseadas de los niños y además tienen efectos psicológicos negativos, por lo que jamás, en ninguna situación, se debe recurrir a este comportamiento.
Referencias bibliográficas:
- Afifi, T.O., MacMillan, H.L. (2011). Resilience following child maltreatment: A review of protective factors. The Canadian Journal of Psychiatry.
- Afifi, T.O., Mather, A., Boman, J., Fleisher, W., Enns, M.W., MacMillan, H., Sareen, J. (2011). Childhood adversity and personality disorders: results from a nationally representative population-based study. Journal of psychiatric Research. Elsevier.
- Gershoff, E.T., Grogan-Kaylor, A. (2016). Spanking and child outcomes: Old controversies and new meta-analyses. Journal of family psychology.
- Straus, M.A., Sugarman, D.B., Giles-Sims, J. (1997). Spanking by parents and subsequent antisocial behavior of children. Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine.