Cuando hablamos del Síndrome del Emperador o del Niño Tirano, nos referimos a toda una serie de comportamientos y actitudes del niño/a encaminados a dominar psicológicamente a los padres u otros cuidadores.
A corto plazo, dichas conductas anómalas pueden producir problemas en la familia, como enfados, gritos frecuentes entre los padres y con los hijos, derivando habitualmente en familias aisladas, en las que se reduce al máximo las interacciones con familiares y amigos.
A largo plazo, y si no se detecta y corrige a tiempo, podría derivar en adolescentes violentos. Adolescentes que podrían utilizar, como observamos últimamente con demasiada frecuencia, la fuerza física para controlar y dominar a sus padres e incluso profesores.
¿Qué características presenta el niño tirano?
Los primeros síntomas se presentan alrededor de los 6 años, presentándose los mayores problemas sobre los 10 o 12 años, tanto en niños como en niñas.
Entre las características más relevantes podemos apuntar:
- Casi siempre se muestran tristes o enfadados.
- Tienen un sentimiento exagerado de la propiedad. La frase que más les gusta es: “¡Es mío!
- Muchas veces utilizan la rabieta, pataletas o gritos, para conseguir lo que desean.
- Exigen continuamente atención por parte de sus padres.
- No soportan la frustración: no saben admitir un “No” por respuesta.
- Discuten siempre las normas que se les imponen.
- No reconocen las figuras de autoridad, ni en casa ni en la escuela.
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¿Qué ha ocurrido para que un niño presente este tipo de conductas?
1. Influencia del estilo educativo de los padres
Se ha pasado en una generación, de una educación estricta y de alguna manera autoritaria, a una educación –en muchos casos- en que no se sabe muy bien cómo marcar los límites a los niños. Los padres no asumen el rol de educadores ya que, en general, durante la semana se pasa poco tiempo con los hijos y son otros (abuelos, cuidadoras, etc.) los que asumen ese rol.
Algunos padres, además, tienen miedo de frustrar a los hijos y no quieren imponerles casi ninguna norma evitando, en los posible, decirles “No“ a nada.
Otras veces, existe una evidente discrepancia entre los mismos padres en cómo educar a los niños, ya sea por falta de criterio, porque los padres están separados o porque simplemente falta una comunicación fluida dentro de la pareja.
“La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida”
—Juan Pablo II
2. Influencia social
Los niños se están criando en una sociedad consumista, donde prima lo inmediato y lo que se consigue sin esfuerzo. Una sociedad, en definitiva, que premia el éxito fácil y rápido.
Los niños pasan muchas horas viendo la televisión exponiéndose a una serie de mensajes hedonistas e individualistas donde no se reflejan valores como la disciplina o el respeto. En este panorama es donde se deben mover los padres que, la mayoría de las veces, se sienten desbordados ante la crianza de sus hijos.
“Sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”
—Aristóteles
¿Qué pueden hacer los padres por la educación de sus hijos?
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- Pasar más tiempo de “calidad” con sus hijos: escucharles, hablarles, jugar, compartir…
- No intentar ser amigos de los hijos. Imponer disciplina y respeto. Sin dejar de, por supuesto, ser cariñosos con ellos.
- Establecer unas normas y límites claros en cuanto a la educación de los hijos.
- Primar el consenso entre los padres. La voz de los padres debe ser “una” respecto a la educación de los niños.
- No imponer castigos que nunca se cumplen. Reforzar las conductas positivas.
- Lograr que los niños se responsabilicen poco a poco de ciertas tareas.
- No sobreproteger a los niños. Perder el miedo a decirles “No”. Frustrar sus expectativas de vez en cuando.
- No etiquetar al niño como “malo” ni con ninguna etiqueta peyorativa.
“Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”
—John Ruskin