Educar a los hijos durante su infancia es siempre algo complejo; hay muchas cosas a tener en cuenta, y es evidente que los bebés no llegan con manual de instrucciones.
De hecho, son varios los patrones de comportamiento y de pensamiento de los niños y niñas que son particulares de esa franja de edad. Por eso, a no ser que nos esforcemos en entenderlos, su crianza se complica mucho.
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7 consejos para la educación de los niños desde el contexto familiar
Como padre y como psicólogo clínico con más de 25 años de experiencia, he ido viendo que en muchas familias se tiende a repetir una y otra vez los mismos errores en lo relativo a la educación de los hijos pequeños en el ámbito familiar.
De hecho, esto me llevó a escribir el libro Guía para papás y mamás en apuros, en el que explico de manera sencilla varios consejos y recomendaciones en lo relativo a la crianza y educación de los pequeños de la casa, así como varias pautas para cuidarse a uno mismo como padre o madre y no sufrir demasiado desgaste psicológico (o, simplemente, fatiga).
En las próximas líneas encontrarás un resumen de varias de las ideas principales que contiene el libro y que creo que son de mucha utilidad para educar a los hijos más allá de la escuela, en el ámbito familiar.
1. Los niños no son adultos en miniatura
Uno de los principios básicos de la psicología infantil es que los niños y niñas no son adultos a medio hacer. Al contrario, disponen de su propia manera de interpretar la realidad y de relacionarse con el entorno; un sistema psicológico presente en la niñez que, si bien tiene sus defectos, no requiere ser "rellenado" con información constantemente para madurar antes.
Por eso, presionar a los hijos para que aprendan lo más rápidamente posible no tiene sentido. Muchas de las cosas que les intentemos enseñar a la fuerza no las entenderán de la manera en la que queremos que las entiendan, y probablemente con eso solo estaremos consiguiendo que sientan rechazo por buena parte de las iniciativas de educación con las que se vayan a encontrar durante los próximos años.
Además, el aprendizaje de los pequeños muchas veces se produce en situaciones que desde nuestra perspectiva de adulto podríamos llegar a percibir como "perder el tiempo": el juego, el diálogo con los amigos y amigas, etc. Si son curiosos y dados a la exploración desde sus primeros meses de vida es por algo.
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2. El castigo no equivale a sufrimiento físico
Desafortunadamente, aún existe la tendencia a asociar el castigo con las agresiones físicas, la costumbre de producirle dolor al hijo que se ha portado mal. Esto hace que, para algunas familias, la idea "de sentido común" de que los actos inadecuados deben ser castigados se convierta en la normalización de la violencia hacia los hijos, algo que es totalmente dañino y no solo genera sufrimiento, sino que además puede empeorar mucho la educación que estos pequeños reciban.
Pero además, esta creencia tiene otro efecto contrario; lleva a algunas familias a asumir que, por ejemplo, negarle a un hijo la posibilidad de salir a jugar durante varias horas es más o menos como pegarle. La banalización de la violencia física actúa así en varias direcciones: por un lado la normaliza, y por el otro estigmatiza el uso legítimo de métodos de castigo no físico que sí pueden ser eficaces en ciertos contextos.
3. Crecer no es intrínsecamente doloroso
Es cierto que durante la infancia tanto los niños como las niñas queman etapas de su desarrollo rápidamente, de un año para otro, y que esto puede suponerles muchos retos y someterlos a una cierta presión en determinadas fases de la vida (sobre todo, conforme avanzan hacia la pubertad).
Por otro lado, asumir que el hecho de adentrarse en el periodo de la pubertad no implica vivir en un drama evita que como adultos tengamos una actitud sobreprotectora o excesivamente controladora, lo cual daría lugar a problemas en las relaciones familiares y de crianza (o incluso a asumir que el niño o niña tiene problemas que está ocultando, aunque objetivamente nada indique que estos existen).
Sin embargo, No hay ninguna etapa de la vida que sea intrínsecamente dolorosa, o que sea "muy dura" y exija de ellos que se curtan en el sufrimiento. Si un niño o niña presenta evidentes signos de estar pasándolo mal, eso no significa que esté aprendiendo a afrontar retos o a cuidar de sí ante las exigencias de la vida. Puede estar experimentando depresión infantil o cualquier otro trastorno psicológico de los que la infancia no está exenta, y es importante acudir a un profesional.
4. Hay que valorar el poder educativo de los amigos
Como padres y madres, disponemos de mucha información y experiencia acerca de cómo funciona el mundo, y está claro que eso les es muy útil a nuestros hijos.
Sin embargo, en cuanto a la educación no formal (es decir, aquella que se produce de manera espontánea fuera de las aulas), buena parte de los contenidos que vayan a aprender y de los roles que vayan a intentar imitar nuestros hijos no están en nosotros, sino en los niños y niñas de su edad. Especialmente cuando crezcan y pasen por la pubertad, los jóvenes de su edad o ligeramente mayores se convierten en su referencia, aquello en lo que más se fijan nuestros hijos.
Hay que tener en cuenta esto para asumir nuestro papel humilde en su educación, por un lado, y para no culparnos de manera injustificada si por algún motivo aprende patrones de comportamiento problemáticos con los que ha entrado en contacto únicamente fuera de casa.
5. Hay que predicar con el ejemplo
Tal y como hemos visto hasta ahora, el aprendizaje espontáneo que se produce en el tiempo libre es una parte muy relevante de la educación de los hijos durante la infancia. Por eso, como padres y madres debemos dar ejemplo de los valores que prendemos transmitirles. Para ellos, todo lo que tenga apariencia de limitarse únicamente al mundo de la teoría no interesa demasiado.
Además, el hecho de que los demás cumplan las reglas actúa como constante recordatorio de que esas normas están ahí y hay que cumplirlas.
6. Las pataletas son un reto, pero hay que afrontarlas con estoicismo
Las rabietas y las pataletas no son nunca algo agradable, y si se repiten mucho, pueden llegar a sobrecargarnos mucho y a tener un impacto significativo en nuestros niveles de estrés. Sin embargo, este malestar no debería justificar que nos comportemos de un modo similar, utilizando esos momentos para desahogarnos y gritarle a nuestro hijo o hija. Una mala acción no cancela otra mala acción, y más allá de un análisis puramente moral, tampoco es algo que vaya a hacer que su comportamiento mejore.
7. Hay que dar pautas claras
Uno de los aspectos que define mejor el éxito de la educación infantil durante la crianza es la capacidad para mantenernos consecuentes con las normas de comportamiento que proponemos. Por eso, hay que poner atención a la hora de pensar en las consecuencias de estas reglas una vez han sido explicadas a los pequeños de la casa. ¿Vamos a poder implementarlas? ¿Seremos capaces de cumplirlas nosotros?
Todo lo que nos haga ir cambiando las normas sobre la marcha, improvisando dependiendo de lo que sucede, le resta valor al hábito de respetar ciertas reglas. Siempre hay espacio para los reajustes y las correcciones a tiempo, pero deben ser la excepción, y no la norma.
Además, tener reglas muy concretas y claras permite que los pequeños aprendan de sus errores sabiendo exactamente qué han hecho mal, y a la vez les aporta seguridad, de modo que no tendrán miedo por no saber si pueden ser castigados por realizar determinadas acciones.
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