Para muchos padres, descubrir que su hijo miente suele ser motivo de preocupación y desconcierto. A menudo, sobre todo cuando son más pequeños, las “mentiras” tienen poco recorrido porque son evidentes para los padres, sin embargo, en otras ocasiones, lo que empieza siendo una pequeña excusa o un intento de evitar un castigo puede convertirse, con el tiempo, en una dinámica más compleja que puede tener consecuencias graves.
Los expertos consultados coinciden en que detrás del impulso de mentir suele esconderse algo más profundo: una emoción no resuelta, una necesidad de aceptación o el miedo a perder el afecto o defraudar a quienes más quiere. “La mentira infantil no es un defecto moral, sino una forma de adaptación”, explica a Psicología y Mente Maria Dolors Mas, psicóloga experta en trastornos de ansiedad, depresión y conducta en niños y adolescentes. “Se trata de un recurso inmaduro que los niños utilizan para protegerse de algo o para evitar un malestar o problema que todavía no saben expresar de otra manera”, detalla.
Mas también destaca que esta tendencia a distorsionar la verdad aparece muy pronto, y que “forma parte del crecimiento cognitivo y emocional del niño”. En los primeros años de vida, cuando la imaginación domina el pensamiento, muchos niños mezclan realidad y fantasía con naturalidad. “Pero no lo hacen con intención de engañar, sino para explorar los límites entre lo posible y lo imaginado”. “Más adelante, cuando el razonamiento se vuelve más lógico, las mentiras adoptan otras funciones”, asegura la psicóloga.
El niño ya entiende que la realidad y la ficción son diferentes, pero aprende que puede usar las palabras para moldear las consecuencias. “Miente para evitar un castigo, para conservar algo que desea o para no decepcionar”.
Y en la adolescencia, el significado de la mentira cambia de nuevo. En este caso, “ocultar información o negar hechos puede ser una forma de reafirmar su autonomía; de ensayar la independencia”. Mentir, entonces, no es solo una defensa, sino también un gesto de diferenciación, explica.
Qué hay detrás de la mentira constante: miedo, vergüenza y necesidad de aceptación
“Cuando un niño miente de forma constante, rara vez lo hace para manipular; lo más habitual es que lo haga para protegerse”, explica la psicóloga. Muchos mienten porque temen ser castigados o rechazados; otros, porque necesitan sentirse valiosos o reconocidos. En ciertos casos, “la mentira es una manera de escapar de la frustración o de la vergüenza de no haber estado a la altura de lo que creen que se espera de ellos”.
También pueden mentir repetidamente por imitación: los niños observan con precisión cómo los adultos manejan la verdad. Si en casa escuchan, por ejemplo, “di que no estoy” o “no digas nada de esto”, aprenden que hay verdades que se pueden modificar. Y el mensaje, aunque no se diga en voz alta, se graba en su memoria emocional. “Comprender esto no significa justificar la mentira, sino entenderla como síntoma de una necesidad emocional. Porque detrás de cada falta de sinceridad hay un mensaje que el niño no sabe aún traducir con palabras”, concluye la psicóloga.
¿Cómo actuar? La importancia de acompañar y enseñar el valor de la sinceridad
Lo más importante no es descubrir que un niño miente, sino cómo actuar al respecto. El modo en que los adultos reaccionan puede reforzar la necesidad que tienen los niños de seguir mintiendo o, por el contrario, enseñar que la verdad no es peligrosa, asegura en declaraciones a Psicología y Mente Luis Alonso Echagüe, máster internacional en psicología clínica, doctor en neurociencias y especialista en psicología infantil.
La reacción impulsiva por parte de los adultos ante las mentiras de sus hijos, es decir, el enfado, los reproches o los castigos desmedidos, solo hace que se refugien aún más en ocultar cosas. El acompañamiento empieza por entender que decir la verdad es un proceso que requiere seguridad. “Si el niño percibe que puede ser escuchado sin miedo y sin ser juzgado, será más fácil que asuma sus errores y los corrija”, asegura Echagüe.
Ambos expertos coinciden en que “los niños no aprenden a decir la verdad porque se les repita que deben hacerlo, sino porque se practica en casa”. “Admitir un error, disculparse o reconocer un fallo cotidiano tiene un enorme valor educativo". “También conviene evitar las etiquetas, como por ejemplo decir “eres un mentiroso”, ya que los niños pueden interpretar una conducta puntual en una identidad. El objetivo no es culpabilizar, sino enseñar responsabilidad de decir la verdad”, explican.
Cuando las mentiras requieren de ayuda profesional
La psicóloga Maria Dolors Mas asegura que en la mayoría de los casos, las mentiras se disipan a medida que los niños crecen y maduran emocionalmente, pero hay situaciones en las que conviene analizar la situación más profundamente. Si las mentiras son muy frecuentes y, especialmente, se acompañan de otras conductas problemáticas -como manipular, culpar a otros, robar-, o parece ser la única forma que el niño tiene de protegerse del miedo o la ansiedad, puede ser un signo de que necesita ayuda profesional. “En estos casos es necesario identificar si hay un problema subyacente, como inseguridad, baja autoestima o dificultades para manejar la frustración, y ofrecer estrategias que fortalezcan la confianza y la comunicación familiar”, concluye la experta.
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