La memoria es la capacidad de almacenar y recuperar información en nuestro cerebro, pero existen procesos que van más allá.
Es donde entra en juego la metamemoria, unas capacidades únicas del ser humano y que nos permiten llevar al límite nuestras habilidades memorísticas. Vamos a descubrir en qué consiste y cómo podemos utilizar esta valiosa aptitud.
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¿Qué es la metamemoria?
Todos, en mayor o menor medida, nos hacemos una idea de los procesos que lleva a cabo nuestra memoria, distinguiendo las capacidades que tenemos para generar recuerdos, revivirlos, o reteniendo simplemente unos datos en la memoria a corto plazo. Esta percepción de nuestras propias capacidades de memoria así como de los límites que esta tiene, sería lo que se conoce como metamemoria.
El concepto no es actual, pues todo lo referente a la metacognición (y, la metamemoria, sin duda pertenece a este campo) ya ha sido estudiado en filosofía, aunque con otros términos, desde los tiempos de Descartes. Sin embargo, es ya en el siglo XX cuando se estudia en profundidad y bajo criterios científicos todo lo relacionado con los procesos de memoria y de metamemoria.
Una buena metamemoria es útil porque nos permite exprimir al máximo nuestras habilidades, ya que podemos llegar a ser conscientes de qué procesos se nos dan mejor, por ejemplo, qué forma de estudiar hace que retengamos mejor los conceptos, cuánto tiempo nos lleva una memorización de más o menos calidad o cuál es la cantidad de datos que podemos llegar a retener en un tiempo determinado.
En este sentido, la edad es un factor fundamental, ya que se ha demostrado que durante la infancia, los niños creen que tienen unas capacidades memorísticas mucho más poderosas de lo que realmente son, por lo que su metamemoria estaría sobrevalorada. Debido a este error en su autopercepción, siempre tienden a asegurar que son capaces de memorizar muchos más elementos de los que realmente pueden hacer, conclusión que queda evidenciada en los resultados de los estudios.
Componentes de este conjunto de habilidades
Dentro de la metamemoria podemos hacer una distinción entre dos componentes bien diferenciados. El primero sería el conocimiento procedimental, que haría referencia a las capacidades expuestas en el punto anterior, referentes a nuestra percepción sobre las propias habilidades memorísticas, que nos hacen ser capaces de establecer las estrategias que más se adaptan a nosotros para optimizar la capacidad de memorizar datos.
Aquí entra en juego otro concepto importante, que sería el juicio de aprendizaje. Se trata de la valoración que hacemos antes de enfrentarnos a una tarea que implique el uso de la memoria, y por la cual estimamos la cantidad de tiempo necesaria para llevarla a cabo así como la calidad que anticipamos que va a tener dicha memorización.
El ejemplo más evidente sería el del estudiante que coge todos los apuntes de una asignatura y automáticamente sabe el tiempo que ha de dedicarle a estudiarlos si quiere obtener una buena calificación en el examen, e incluso cuál es el tiempo mínimo que tendría que estudiar para obtener tan solo un aprobado (aunque a veces esas estimaciones pueden ser demasiado optimistas, como muchas personas sabrán).
Por otro lado estaría el conocimiento declarativo. Y es que la metamemoria también nos es útil para ser conscientes de la calidad y fiabilidad de un recuerdo sobre un hecho pasado, permitiéndonos darnos cuenta en determinado momento de que la representación que estamos rememorando en nuestra mente tal vez no sea tan cercana a la realidad como habíamos pensado en un primer momento o, por el contrario, estamos razonablemente seguros de que el recuerdo representa fielmente el evento que vivimos en el pasado.
Conocimiento declarativo y conocimiento procedimental se complementarían para formar, por lo tanto, la metamemoria. Ninguno de estos componentes es más relevante o importante que el otro, sino que cada uno hace referencia a una de las habilidades que configuran la memoria, por lo que es importante tener en cuenta ambas si se quiere estudiar y potenciar la metamemoria en todas sus formas.
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Lo que no sabemos
El ex secretario de defensa de EEUU dejó una vez una frase para la historia: “Hay dos cosas que no sabemos: lo que sabemos que no sabemos y lo que no sabemos que no sabemos”. Tras esta especie de trabalenguas hay una cuestión mucho más trascendente de lo que pueda parecer para comprender a fondo las implicaciones de la metamemoria.
Y es que otra de las habilidades que nos permite llevar a cabo la metamemoria es precisamente el reconocer al instante si conocemos o ignoramos un dato determinado. Según lo familiar que nos resulte el tema, podemos hacer una inferencia rápida y anticipar si es posible que la respuesta esté enterrada en algún lugar de nuestro cerebro o, por el contrario, es imposible que seamos capaces de dar una respuesta razonable.
Este mecanismo recibe el nombre de hipótesis de familiaridad de la señal, y funciona exáctamente como dicta su nomenclatura. Si nuestro cerebro detecta si el dato que buscamos puede encontrarse en nuestro área de conocimiento, y en caso afirmativo, procederá a intentar buscar la respuesta en la memoria (que puede estar, o no).
Pero puede ocurrir otro fenómeno cuando nos pregunten sobre una cuestión concreta: que no recordemos el dato exacto pero que tengamos la sensación de que, efectivamente, es algo que sabemos (“¡lo tengo en la punta de la lengua!”). Aquí entra en juego la hipótesis de accesibilidad, un mecanismo del cerebro que nos indica que, cuando tenemos esa sensación, es muy posible que tengamos el conocimiento almacenado en nuestra memoria, y cuantas más pistas al respecto tengamos, más fácil será acceder a esos datos.
Sensación de saber
Mencionábamos antes la sensación de tener algo en la punta de la lengua, y ese tema merece un punto aparte, pues es otro de los procesos que caracterizan a la metamemoria. Este mecanismo entra en juego cuando no somos capaces de acceder a un dato de nuestra memoria, pero estamos seguros de que está ahí (aunque en algunas ocasiones no sea así y nuestra metamemoria nos haya jugado una mala pasada).
En estos casos, conseguir información periférica (relacionada con el dato en sí) puede facilitar el activar los circuitos neuronales donde se aloja la información que buscamos y que de esta manera se vuelva de nuevo accesible. Otro método que funciona es el de la identificación. Puede que no podamos recordar la respuesta correcta a una pregunta, pero si nos presentan un listado con varias opciones, reconoceremos al momento la que buscábamos.
Se ha investigado en laboratorio la sensación de saber y su relación con diferentes condiciones fisiológicas. Por ejemplo, se ha demostrado que el consumo de alcohol afecta a la memoria en sí misma, y no así al juicio del sujeto sobre si sabe o no una cuestión determinada. Sin embargo, el factor de la altitud a la que nos encontremos produce el efecto contrario: no cambia la memoria, pero sí atenúa la percepción de la persona sobre si conoce un dato.
Cómo mejorar la metamemoria
Una vez que tenemos perfectamente clara la cuestión de qué es la metamemoria y cuáles son sus características, uno puede preguntarse si existe la posibilidad de mejorar esta capacidad. Y, la respuesta es que sí.
Para ello existen lo que se llaman las mnemotecnias o reglas mnemotécnicas, estrategias utilizadas para mejorar nuestra memoria, y por lo tanto desarrollar más nuestra metamemoria, pues contaremos con un abanico más amplio de estrategias a elegir.
La clave para poder llegar a aprender y utilizar estas mnemotecnias pasa por comprender cómo establece el cerebro las asociaciones cuando estamos inmersos en un proceso de aprendizaje, y entonces aprovechar esos atajos y potenciarlos al máximo, optimizando los recursos de nuestra memoria.
Existen multitud de tipos de reglas mnemotécnicas que se pueden aprender en función del tipo de datos que queramos memorizar. Algunas son muy sencillas, como construir una palabra con las iniciales de la lista de palabras que queremos recordar, pero otras son tremendamente complejas y requieren de mucho entrenamiento en mnemotécnia para poder usarlas con cierta destreza.
Aquí es donde aparecen los mnemonistas, que son aquellos individuos cuyas capacidades a nivel de memoria y metamemoria hacen sonrojar a las del resto de los mortales, en parte innatas pero sobre todo gracias a una impresionante dedicación y esfuerzo por potenciar cada una de estas habilidades a través del estudio de la mnemotécnia, logrando en ocasiones proezas que parecen más propias de un ordenador que de un ser humano, como recitar de memoria más de 70.000 decimales del número pi.
Referencias bibliográficas:
- Flavell, J.H., Wellman, H.M. (1975). Metamemory. Minnesota University, Minneapolis.
- Gómez, J.M.D., López, M.J.R. (1989). Metamemoria y memoria: un estudio evolutivo de sus relaciones funcionales. Revista de la psicología general y aplicada.
- López, M., Cuenca, M. (2017). La metamemoria: un recurso de aprendizaje básico en el ámbito escolar. Transformación.
- Nelson, T.O. (1990). Metamemory: A theoretical framework and new findings. Psychology of learning and motivation. Elsevier.
- Sierra-Fitzgerald, O. (2010). Memoria y metamemoria: relaciones funcionales y estabilidad de las mismas. Universitas Psychologica.
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