La vida amorosa y afectiva y nuestra propensión a iniciar relaciones e pareja tiene que ver con muchos elementos: la cantidad de gente con la que solemos tratar diariamente, nuestras habilidades sociales, nuestros intereses, etc.
Sin embargo, hay indicios que muestran que, además de los aspecto de nuestra personalidad que forman parte de nosotros por las experiencias que hemos vivido y los aprendizajes que hemos realizado, la genética también influye.
Por supuesto, algunos de estos aspectos genéticos tienen que ver con nuestra apariencia y el modo en el que encajamos en ciertos cánones de belleza. Pero nuestras posibilidades de estar en un relación también pueden verse afectadas por los genes a través de otra vía: la psicológica.
El gen que regula el inicio de las relaciones
Aunque nuestra salud y el aspecto de nuestro cuerpo influye en el grado en el que estamos predispuestos a tener pareja, hay aspectos de la personalidad muy influidos por nuestros genes que también tienen un papel.
Está claro que siempre es problemático y confuso estudiar el modo en el que la genética influye en nuestra conducta, pero cada vez es más probable que se sepa más sobre las formas detalladas en los que nuestro ADN nos predispone a encontrar pareja. De hecho, un estudio realizado en el año 2014 aportó algunas pistas sobre este vínculo relacionado con el mundo de el amor y la pareja.
La serotonina y el amor
Existen varias hormonas producida por el cuerpo humano que han sido asociadas al establecimiento de vínculos de afecto y al amor. La serotonina, que también actúa como neurotransmisor en nuestro sistema nervioso, es una de estos tipos de sustancias.
En concreto, se ha visto que un incremento en los niveles de serotonina potencia la aparición de deseo sexual y de acciones que expresan afecto (como mirarse a los ojos durante mucho rato, acariciarse o abrazarse). Además, reduce los niveles de agresividad.
La genética detrás del amor
Un grupo de investigadores de las universidades de Pekín y de Henan se propusieron en el modo en el que los genes que están detrás de los mecanismos que utiliza la serotonina para influir en nuestro comportamiento pueden tener un papel en las posibilidades de tener pareja.
En concreto, estudiaron los efectos que tenían diferentes variantes (alelos) del gen 5-HT1A, que al expresarse hace que los receptores que utiliza la serotonina para desencadenar procesos en órganos y neuronas se construyan de una forma o de otra.
La realización de la investigación
Para realizar el estudio, los investigadores reclutaron a una serie de más de 500 estudiantes, de los cuales tomaron muestras de pelo.
A partir de estas muestras de ADN, vieron que, efectivamente, el hecho de que cada un a de estas personas tuviera una variante del 5-HT1A u otra tenía una relación con su situación sentimental.
Las personas portadoras de un alelo del gen que fue llamado G producían menos serotonina que las que tenían la variante llamada C. Eso significab que, si lo que se sabía sobre la serotonina era cierto, las personas que tuviesen el alelo G tendrían menos posibilidades de tener pareja.
¿Se reflejaba esto en la situación sentimental de los voluntarios? Efectivamente, alrededor de un 50% de las personas con el alelo C tenían pareja, mientras que esto solo ocurría con el 39% de las portadoras del alelo G.
Una personalidad temperamental
Además, las personas portadoras de la variante G tenían más tendencia al neuroticismo y los cambios bruscos de humor en general, y se sentían menos cómodas en situaciones de intimidad o con pareja, en comparación a las personas con el alelo C. Además, también eran más propensas a desarrollar depresión.
Esta inclinación hacia la inestabilidad emocional puede hacer que cueste más mantener relaciones o que ni siquiera se inicien por los problemas que urgen al principio.
La genética no lo es todo
Por supuesto, la genética no lo es todo, aunque sí influye. Eso significa que tener uno u otro tipo de ADN no hace que una persona esté predestinada a tener pareja o a esta soltera; el aprendizaje sigue siendo un aspecto crucial.
Aunque en los debates basados en la teoría muchas veces se trata el aprendizaje y la genética como si fuesen cosas diferentes, en realidad siempre actúan conjuntamente: allí donde hay aprendizaje hay genes, y en psicología estos genes se expresan a través de acciones que surgen, en parte, a causa de los aprendizajes pasados.
En el caso que nos ocupa, por ejemplo, las personas con el alelo G pueden estar más predispuestas a estar solteras no porque su ADN les impida formar una relación, sino porque a través del aprendizaje ven que las potenciales parejas acostumbran a no encajar con su personalidad, lo cual hace que aprendan a no buscar su satisfacción buscando pareja a toda costa.
En ese sentido, el hecho de no tener pareja es una decisión en la que los genes influyen, pero que no es una estación de destino inevitable; es, simplemente, el fruto de un balance de costes y beneficios.
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