Lo queramos o no los seres humanos vivimos interconectados tanto física como emocionalmente. Ni nuestra personalidad ni nuestras acciones serían tal y como son si no fuese porque a lo largo de nuestras vidas hemos pasado por todo tipo de experiencias que hemos compartido con los demás.
Esto significa que tenemos una tendencia casi automática a interactuar con los demás, a iniciar conversaciones, a interesarnos por aquello que llama la atención del otro y, en muchos casos, a establecer un vínculo afectivo con personas que seleccionamos. Tanto la amistad como las relaciones de pareja son algo normal porque somos, esencialmente, animales sociales. Pero eso no significa que siempre se nos dé perfectamente mantener esas relaciones.
Y es que como en lo esencial estos vínculos tienen fundamentos irracionales basados en el amor, la simpatía o el cariño, también es fácil caer en trampas que nos llevan a deteriorar la calidad de esa conexión emocional. Los accidentes ocurren en cualquier ámbito de la vida, pero en el caso de las relaciones, además, somos propensos a no verlos venir. Corremos el riesgo de caer en una de las muchas maneras de arruinar una relación que funcionaba bien.
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Actitudes y acciones capaces de arruinar una relación
Estas son las principales trampas que pueden transformar una relación saludable en una pesadilla que se encamina hacia la autodestrucción.
1. Convertir la relación en una competición
Compartir algo con alguien significa disfrutar el doble de ciertas experiencias, pero también significa asumir el doble de riesgos de que esa relación termina rompiéndose. Algo que en un inicio parece un pequeño traspiés puede ir creciendo como una bola de nieve cuesta abajo si la dinámica del diálogo se centra en defender el propio orgullo por encima de cualquier otra cosa, o demostrar que se es mejor que la otra parte.
Paradójicamente, intentar dar la mejor imagen posible puede producir el efecto contrario en la otra persona si esta siente que se la está infravalorando o tratando indignamente.
2. Decidir que los compromisos ya no valen
La idea de que las relaciones deben ser libres puede conducir a rechazar esos pactos que ambas personas habían respetado hasta el momento. Sin embargo, en la práctica no hay relación que resista la ausencia de compromisos que le den forma yestabilidad.
El motivo es que cuanto más profunda es una relación, más se debe poner de nuestra parte para hacer que tenga continuidad y constancia, porque sin eso pueden darse casos de chantaje emocional involuntario, desconfianza y temor a abrirse al otro. Si alguien merece nuestro tiempo y nuestras atenciones, lo lógico es mostrar que valoramos eso modificando nuestra vida para asegurarnos de que el otro seguirá formando parte de ella.
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3. Olvidarse de hablar sobre uno mismo
Ciertas formas de amistad pueden resistir el paso del tiempo sin que haya diálogo, pero en el caso de relaciones más profundas, caer en esta dinámica siempre conlleva resultados muy negativos.
Y es que si toda relación emocional se basa en ciertos compromisos, uno de los más infravalorados y de los que menos se habla es el hábito de, simplemente, hablar.
Las personas más retraídas pueden haberse acostumbrado a no hablar sobre ellas mismas a los demás, pero cuando se tiene un vínculo amoroso o una amistad íntima, no hacerlo supone introducir una fuerte asimetría en la relación.
La otra persona puede percibir que no se la valora o incluso que no se la escucha (ya que en un diálogo lo normal sería realizar comentarios hablando sobre las comparaciones con la propia vida), por un lado, o que se ocultan cosas, por el otro. En definitiva, pueden ocurrir situaciones en las que lo que debería ser una conversación profunda y estimulante parece más bien un monólogo.
4. Hablar solo sobre uno mismo
La otra cara de la moneda es utilizar la relación para tener a alguien que escuche la narración de la propia vida. Esto, aunque no se note, da la imagen de que no interesa nada la vida del otro, o que solo interesa saber sus opiniones sobre lo que nos ocurre, pero no sus propias historias y experiencias.
Por supuesto, una relación en la que esto haya ocurrido desde el principio ya ha empezado con serios fallos en sus fundamentos, pero hay veces que los periodos de estrés hacen que una persona que hasta el momento se relacionaba con normalidad empiece a obsesionarse con lo que le pasa y, como consecuencia, a hablar solo de eso.
5. Dejar que el otro tome todas las decisiones
Puede parecer una opción muy buena para algunos, pero cederle al otro el rol de persona que toma las decisiones sienta un precedente que a la larga suele resultar muy negativo. Y no, no solo es porque si la decisión resulta desacertada pueden aparecer las discusiones.
Y es que aunque algunas personas propensas a la indecisión vean un alivio en la posibilidad de pedirle al otro que decida por ellas, esta dinámica no afecta solo a los pequeños detalles de la vida.
Con el tiempo, el hecho de acostumbrarse a que sea uno el que tome las decisiones y que el otro sea quien las acepta puede transformarse en una dinámica desigual de poder. Poco a poco las decisiones de las que se encarga uno son más y más importantes, hasta que llega un punto en el que si el otro disiente, esto es visto como algo extraño, inapropiado.
6. Intentar cambiar a la otra persona para que nos guste más
El amor romántico, ese fenómeno que hasta no hace tanto ha sido aceptado sin rechistar en las relaciones de pareja, ha hecho que mucha gente crea que cualquier sacrificio es bueno si eso conlleva hacer que el lazo que une a dos personas sea más fuerte.
Esto tiene muchos efectos negativos, y uno de ellos es que aceptemos como normal que intentemos cambiar para agradar más al otro, o incluso que el otro nos pida que cambiemos no porque eso sea beneficioso para uno mismo, sino porque generaría más atracción.
Se trata de una de las maneras de arruinar una relación más frecuentes y dañinas porque, al final, la idea que se perpetúa es que alguien es propiedad de alguien, y que virtualmente cualquier sacrificio debería poder tener su lugar en la relación. Aunque al principio los efectos de la idealización del otro hacen que sus defectos queden disimulados, en el momento en el que salen a la luz hay que decidir si los aceptamos o son tan graves que la relación debe terminar.