La personalidad, que tiene que ver con nuestras actitudes y propensiones a actuar mediante ciertos estilos de comportamiento, siempre ha sido una de las áreas de investigación más interesantes de la psicología.
Sin embargo, esta rama de la ciencia de la conducta resulta tan fascinante como complicada. No solo es difícil crear categorías que permitan explicar bien la personalidad y el temperamento, sino que también hay que esforzarse mucho para medir estas características de forma fiable. Es por eso que las diferentes pruebas de personalidad han sido sometidas a tantas revisiones.
Sin embargo, recientemente se ha descubierto que hay otro factor que nos podría ayudar a entender las lógicas que hay detrás de nuestra personalidad: la estructura de nuestro cerebro y sus diferentes partes. Y no, esto no tiene nada que ver con la frenología.
La morfología del cerebro y la personalidad
Esta investigación, cuyos resultados han sido publicados en la revista Social Cognitive and Affective Neuroscience, muestra evidencias de que la forma de nuestro cerebro y de las estructuras que entraña en su interior puede aportar pistas acerca de qué rasgos de personalidad nos definen.
Esto significa que no es solo que la actividad química y eléctrica que ocurre dentro de nuestra cabeza modele nuestra manera de ser (algo que se da por supuesto a no ser que caigamos en el dualismo); es que el modo en el que nuestro encéfalo se expresa a través de la personalidad se nota incluso en su estructura, algo que puede ser observado objetivamente y que permite comparar entre personas.
El modelo Big Five sale reforzado
Esta investigación revela los fundamentos neurobiológicos del modelo Big Five de personalidad. Este modelo, muy conocido en psicología y neurociencias, divide nuestra personalidad en 5 factores que pueden ser medidas como cantidades:
- Estabilidad emocional: el grado en el que nuestra vida emocional experimente cambios bruscos. Su polo opuesto se llama neuroticismo.
- Extraversión: el grado en el que buscamos experiencias estimulantes en nuestro entorno y en los demás o, por el contrario, preferimos la introversión.
- Apertura a la experiencia: nuestra propensión a probar cosas nuevas y romper con nuestras costumbres.
- Amabilidad: el nivel de respeto y disposición de ayudar a los demás que mostramos cuando nos relacionamos con alguien.
- Responsabilidad: nuestra facilidad a la hora de aceptar compromisos y cumplirlos.
Es decir, que observando la forma de ciertas estructuras del cerebro, se puede predecir con un grado significativo de validez qué puntuaciones se obtienen en cada una de estas dimensiones de personalidad. Esto es una muy buena noticia, ya que permite contar con más indicadores a la hora de entender por qué somos como somos, en vez de depender fundamentalmente de los test de personalidad, los cuales dependen en parte de la honestidad de las personas que los rellenan.
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¿Cómo se realizó la investigación?
Los investigadores que han publicado el artículo científico se propusieron estudiar las correlaciones entre las puntuaciones obtenidas en un test basado en l modelo Big Five y ciertos datos relacionados con la forma de partes del cerebro pertenecientes a la corteza de este, es decir, la parte superficial llena de pliegues.
En concreto, se tuvo en cuenta el espesor, el área que ocupan ciertas zonas y el grado en el que estas zonas tienen pliegues. Para hacer esto, se contó con la colaboración de más de 500 voluntarios y con la ayuda de técnicas de neuroimagen.
¿Qué nos dice la forma del cerebro acerca de nuestra personalidad?
Los investigadores observaron que las personas cuya corteza cerebral tenía mayor espesor y que mostraba menos plegamiento en áreas de los lóbulos frontal y temporal tendían a obtener puntuaciones significativamente bajas en estabilidad emocional; es decir, mostraban más propensión hacia el neuroticismo.
Lo contrario ocurría con el rasgo de apertura a la experiencia, un rasgo de personalidad relacionado con la curiosidad y el gusto por la novedad: aparecía en mayor grado en personas con un cerebro cuya corteza era menos espesa y con una mayor área de plegamiento.
Además, la amabilidad correlacionaba positivamente con un menor giro fusiforme, una zona de los lóbulos temporales que interviene en el reconocimiento de objetos y de rostros.
Del mismo modo, las personas más amables tenían una corteza prefrontal más fina. La zona prefrontal es la parte del encéfalo que está más cerca de nuestra frente y tiene que ver con la toma de decisiones, la creación de planes y el control de los impulsos, ya que actúa limitando el poder del sistema límbico, que es la zona del cerebro que produce las emociones.
La extraversión, por su parte, se mostró mayor en personas con un grosor mayor en la parte frontal de la cara interna de los lóbulos occipitales (una zona llamada “cuña”). Los lóbulos occipitales de cada hemisferio cerebral están relacionados con el procesamiento de la información visual básica.
Finalmente, la dimensión del modelo Big Five denominado responsabilidad era mayor en personas con un prefrontal más grueso, menos replegado y que ocupa menor área.