​La personalidad podría estar regulada por el sistema inmune

Un estudio publicado en la revista Nature concluye algo interesante sobre nuestra forma de ser.

El estudio de los tipos de personalidad es una de las principales áreas de investigación en psicología. 

De él han surgido varias propuestas de test y sistemas de personalidad muy útiles tanto en la psicología aplicada como en la investigación. Sin embargo, todavía se sabe muy poco acerca de qué es lo que causa la aparición de la personalidad en sí. Nos damos cuenta de que existen diferencias en los patrones de comportamiento (y de pensamiento) de las personas, pero desconocemos cuál es el origen de estas. ¿Genética?, ¿diferencias en el aprendizaje? La respuesta a este tema, además de resultar un misterio, parece ser muy compleja.

Sin embargo, una reciente investigación ha aportado algo de luz sobre el asunto, y lo ha hecho a partir de una posible respuesta que es sorprendente. Una vertiente de nuestra personalidad podría estar controlada por nuestro sistema inmunitario.

Los orígenes de la personalidad sociable

Las conclusiones del estudio, que han sido publicadas en la revista Nature y vienen firmadas por varios investigadores de la University of Virginia, apuntan a la posibilidad de que parte de nuestro comportamiento social haya aparecido bajo la influencia que el sistema inmune tiene en nuestro cerebro.

La investigación se realizó a partir del estudio de varios ratones de laboratorio en cuyo cuerpo existía escasez de una molécula llamada interferón gamma (IFN-y). Este elemento tiene un papel muy importante en la respuesta inmunitaria ante patógenos, así que se podría decir que lucha contra las enfermedades.

Pero su relevancia no solo se queda en eso, a juzgar por lo que se observaba en los ratones. Estos roedores se mostraban significativamente menos sociables que el resto, y su comportamiento se parecía a lo que ocurre en casos de autismo.

Además, al poner a estos animales bajo observación utilizando la técnica de la resonancia magnética funcional, se vio que algunas zonas del lóbulo prefrontal estaban mucho más activadas de lo que es normal en individuos de su especie. Esto era esclarecedor, porque se sabe que el lóbulo prefrontal tiene un papel importante en la regulación del comportamiento social, y además aplaca las órdenes que llegan a la corteza provenientes del sistema límbico, que es la parte del cerebro responsable de la aparición de las emociones.

El sistema inmune y las moléculas para ser más social

Una vez se hubo observado esto, los investigadores inyectaron IFN-y en este grupo de animales y, justo después, vieron cómo su comportamiento pasaba a ser el de un ratón sociable más, completamente normal. 

Además, comprobaron que después de introducir este tipo de molécula en el cuerpo de los ratones, había aumentado la cantidad de un neurotransmisor llamado GABA, encargado entre otras cosas de inhibir la activación de muchas neuronas del lóbulo prefrontal. Esto hizo que el nivel de actividad de esta zona bajase hasta llegar a estar dentro de la normalidad.

Más estudios, más pruebas a favor

Los mismos investigadores realizaron otro tipo de estudio, esta vez desde la perspectiva evolucionista, para ver si el papel del interferón gamma era tan relevante como aparentaba. Para ello analizaron el genoma de varias especies animales. De este modo descubrieron que aquellos animales que habían estado compartiendo espacio con otros miembros de su especie estaban más predispuestos a hacer que el gen encargado de la fabricación de IFN-y se expresase más, mientras que ocurría lo contrario con los que habían estado más aislados.

Es decir, que estas diferentes especies animales estaban genéticamente programadas para que produjeran más IFN-y al encontrarse en situaciones sociales, aunque no estuvieran infectadas.

Las implicaciones del estudio

El descubrimiento llevado a cabo en este estudio es muy relevante por dos motivos.

El primero de ellos es que lo más intuitivo y aparentemente lógico sería pensar que fue el comportamiento social el que, haciendo más alto el contagio de enfermedades, tuvo efectos en el sistema inmunológico de nuestros ancestros, y no al revés. Esta investigación rompe con esta idea al situar al sistema inmune como posible desencadenante del inicio de la personalidad sociable.

Además, según Jonathan Kipnis, uno de los coautores del estudio, se creía que el sistema inmunológico y del cerebro funcionaban cada uno por su cuenta, y cuando se apreciaba actividad inmunológica en el encéfalo se interpretaba como un signo de enfermedad. Por tanto, saber que ciertos componentes inmunológicos pueden tener efectos tan significativos en el cerebro abre la puerta a futuras líneas de investigación que nos permitan saber más y mejor acerca del comportamiento humano y animal.

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