Para todos los que tenemos hijos, familiares o conocidos adolescentes, sabemos que el principal problema hoy en día, es ver como nuestros hijos pasan largas horas sumergidos en sus teléfonos celulares, en sus computadoras u otros dispositivos digitales. Es un fenómeno global, que nos afecta a todos como padres, como familia y sociedad, así como también a lasinstituciones educativas.
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Desde los primeros años de vida, los niños van de a poco teniendo acceso a la tecnología, por lo general comienzan con nuestros celulares o un Ipad que les ponemos a disposición, al alcance de sus manos. En un principio, utilizamos la tecnología como reemplazo de un “chupete”, el “pecho” o la “mamadera”.
El uso por “un ratito” de algún dispositivo hace que el niño baje sus niveles de ansiedad o por ejemplo se distraiga en un restaurante, se porte adecuadamente en un lugar público o nos deje un “rato” “libres” . Sin darnos cuenta, los vamos introduciendo al mundo virtual, alejándolos y desconectándolos de lo que pasa afuera.
Claro, nos es útil a los padres para poder seguir charlando, trabajando, simplemente tener un rato de paz o para que el niño “se calme”. Más adelante, empiezan a jugar en red con otras personas o amigos, y nosotros, ni enterados.
Se van armando grupos de pertenencia digital, donde se comparte material como fotos o simplemente se van relatando lo que hacen día a día, lo que comen, lo que les regalan o lo que les compramos. Empiezan también, en algunos casos, los “negocios” en línea.
La vida en familia pierde valor porque muchas veces están más interesados en mostrar a sus amigos u amigas lo que están haciendo, más que disfrutando el momento, plenamente. O simplemente también prefieren estar conectados que haciendo alguna actividad en la vida real.
Se le entrega al niño o al adolescente una plataforma libre, para que puedan mostrar, decir o hacer lo que les plazca. Un “permitido” que excede su criterio mental a esas edades. Termina sucediendo que se encuentran con un exceso de libertad o expuestos a información, que los deja muchas veces, sin rumbo o en situaciones que no saben cómo manejarlas.
Las palabras que utilizan para comunicarse entre ellos quedan ahí, escritas, pueden haber burlas o insultos, gastos de dinero, y nosotros ni enterados.
La ansiedad en las redes sociales
Empiezan así, en las redes, las angustias, las ansiedades o la preocupación por qué será lo próximo que puedan exponer o mostrar para sentirse a “la altura” de los demás. Surgen así también, los celos o las comparaciones con el otro, lo que los lleva a altos niveles de angustia.
Se ha perdido la intimidad de disfrutar la vida a puertas cerradas como cuando los padres eran jóvenes, sin la necesidad de que el otro sepa lo que estamos disfrutando, sin alardes, sin estar pendientes de la mirada ni la aprobación ajena.
Muchas veces, lamentablemente, son los mismos padres los que viven “por” y “en” las redes sociales. Preparando, la mayoría de las veces, artificialmente, escenas para ser expuestas, incluso utilizando a sus propios hijos de rehenes, para mostrar la foto de la “familia” o el “viaje perfecto”.
El mejor ejemplo que les podemos dar es que nos vean vivir nuestras vidas sin la necesidad de mostrar nada. Simplemente vivir “por” nosotros, y “para” nosotros. Por lo menos, así, ellos saben que existe otra forma de vivir, que también es absolutamente válida como tal.
Si los hijos nacen sabiendo que las redes sociales ocupan gran parte de la vida de los adultos, lamentablemente estarán “alimentando al monstruo”. Debería instaurarse la idea colectiva de que el nuevo “cool” es no exponer nada, por el contrario, vivir la vida sin necesidad de que otros tengan detalles de ella.
De esta forma se evitarían angustias, depresiones, y ansiedades en nuestros hijos. Creo que podemos empezar por esto, en casa. Ahora bien, la ayuda de entes superiores, es clave, a mi entender. Sin embargo, podemos empezar por casa, que es lo más pequeño y a su vez el gran mundo y universo de nuestros hijos.
Considero tarea de los padres transmitirle a nuestros hijos nuestros valores de siempre y ver de qué manera se pueden adaptar a la nueva forma de comunicación digital que tienen ellos hoy en día. No mostrar, no alardear, no exponerse, no estar pendientes de lo que “hacen” o “no hacen” los demás.
Es tarea de los padres estar al tanto de lo que sucede en las redes sociales para no llevarnos sorpresas más tarde, así como controlar los lugares y las horas de uso de los dispositivos, y estar en sintonía con los otros adultos responsables del círculo social de nuestros hijos. También, educarlos en que no se comuniquen con extraños.
Es esto lo que podemos hacer nosotros desde casa, pero sinceramente coincido en que debe existir ayuda del congreso o instituciones por encima de la familia y de la sociedad, que puedan ayudar a que se reduzca el uso de las pantallas y en especial de las redes sociales.
Creo que las etiquetas de advertencia que plantean en EEUU, serían de gran ayuda, así como lo son las etiquetas en alimentos que expresan “exceso de grasas” , “exceso de sodio” o “el cigarrillo mata”. Son medidas que ayudan drásticamente, no a solucionar un problema del todo, pero sí a una reducción importante del mismo. Dichas etiquetas son claramente disuasivas.
Las etiquetas de advertencia: ¿a favor o en contra?
Si nos remontamos a los tiempos del cigarrillo, tenemos el ejemplo de que, las etiquetas de advertencia pasadas pueden alterar en grandes proporciones el comportamiento del público.
Después de que el Cirujano General publicara un informe histórico sobre los peligros de fumar en 1965, el Congreso votó a favor de exigir que todos los paquetes de cigarrillos lleven una advertencia de que el uso de los productos “puede ser peligroso para la salud”, entre otras etiquetas, que fueron siendo, a través de los años, cada vez más fuertes, explícitas y contundentes, incluyendo, incluso, fotografías de los daños que puede producir el cigarrillo.
Cuando aparecieron por primera vez las etiquetas de advertencia, alrededor del 42 por ciento de los adultos estadounidenses fumaban todos los días. Esta proporción se redujo al 11,5 por ciento en 2021, según un reporte del NY Times.
El New York Times ha publicado a su vez, sobre las redes sociales: “Los adolescentes que pasan más de tres horas al día en las redes sociales se enfrentan al doble riesgo de síntomas de ansiedad y depresión, y el uso diario promedio en este grupo de edad, a partir del verano de 2023, fue de 4,8 horas, en plataformas como Instagram, Tiktok o Youtube”, según un estudio de Gallup.
Además, casi la mitad de los adolescentes dicen que las redes sociales los hacen sentir infelices y peor con sus cuerpos. “Es hora de exigir una etiqueta de advertencia del Cirujano General en las plataformas de redes sociales, que indique que las redes sociales se asocian con daños significativos en la salud mental de los adolescentes”, añadió.
De todas formas, estas etiquetas de advertencia requieren la aprobación del Congreso, y aún no se ha presentado ninguna legislación sobre el tema en ninguna de las cámaras estadounidenses. Murthy afirmó también, que los peligros de las redes sociales son tan importantes como los que se ven con los accidentes de tráfico o las enfermedades por alimentos contaminados.
“¿Por qué no hemos respondido a los daños de las redes sociales cuando no son menos urgentes o generalizados que los que plantean los automóviles, los aviones o los alimentos inseguros?”, escribió Murthy. “Estos daños no son una falla de la fuerza de voluntad y la crianza de los hijos; son la consecuencia de dar rienda suelta a una tecnología poderosa sin las medidas de seguridad, transparencia o rendición de cuentas adecuadas”.
Con su llamado a una etiqueta de advertencia, Murthy está haciendo un llamado aún más urgente por la salud mental de los jóvenes. “Una de las lecciones más importantes que aprendí en la escuela de medicina fue que, en una emergencia, no puedes darte el lujo de esperar la información perfecta”. “Evalúas los hechos disponibles, usas tu mejor juicio y actúas rápidamente”, exclamó.
Conclusiones
La verdad es que no hay garantías de que las redes sociales u otras plataformas sean un lugar seguro para los niños y adolescentes. La depresión, la ansiedad están en aumento, muchas personas están sufriendo y estamos los padres y las instituciones, solos, luchando contra este fenómeno y tratando de encontrar la forma de resolverlo.
Es una lucha contra las empresas con más recursos del mundo que no saben aún las consecuencias de sus productos a corto y a largo plazo en la salud mental de las personas que los utilizan. No hay soluciones mágicas, pero sí creo que el Congreso debería ayudar con esta especie de pandemia que padecen la mayoría de los ciudadanos, para que no sigan sucediendo las cosas que suceden, o al menos ayuden a limitarlas al máximo que se pueda. Las etiquetas de advertencia serian de una grandísima ayuda.


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