Por algún motivo, tendemos a asociar las oportunidades de desarrollo personal con la juventud. Sin embargo, sabiendo que el crecimiento personal es la habilidad para desarrollar el propio potencial teniendo como norte un propósito o sentido, ¿por qué habrían de quedar las personas de la tercera edad por fuera de tal definición? Cada vez son más los adultos mayores o de la tercera edad que deciden embarcarse en el objetivo de construir una vida repleta de sentido, alineada con sus valores personales, sus deseos concretos y sus posibilidades.
Por esta razón, en este artículo describiremos qué es el desarrollo personal, cuáles son los desafíos específicos ante los que deben enfrentarse las personas de la tercera edad en relación a este tema y cuáles son las oportunidades de desarrollo personal en esta población.
¿Qué es el desarrollo personal?
El desarrollo personal es un concepto sumamente abarcativo, que ha sido definido por distintas disciplinas, escuelas y autores. Por lo tanto, no existe una definición unívoca a la que remitir inevitablemente al referirnos al desarrollo personal. No obstante, podríamos convenir que el desarrollo personal implica la adquisición de una serie de herramientas, habilidades y hábitos que le permiten a un sujeto sentir una mayor satisfacción con su propia vida.
El desarrollo personal supone, de alguna forma u otra, una transformación. Es imposible perseguir una vida alineada con aquello que más nos importa sin estar dispuestos al cambio y a la exposición ante situaciones novedosas, que muchas veces son incómodas o incluso dolorosas.
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Los valores y objetivos personales
La transformación de quien “crece” a nivel personal está fundada en la persecución de un propósito que guíe y oriente sus acciones. Tal propósito no se reduce a un objetivo concreto, sino que se extiende más allá de él; técnicamente, lo correcto sería llamarlo valor. Por ejemplo, un valor podría ser “vivir una vida creativa”, lo cual puede incluir un sinfín de objetivos concretos, desde idear nuevas formas de dictar clases en un instituto hasta iniciarse en clases de cerámica.
Los valores pueden descubrirse al reflexionar acerca de la clase de persona que deseo ser, incluso si aquello poco tiene que ver con la vida que hoy en día llevo o con mis circunstancias actuales. Lo importante para nuestras vidas también puede ser una o varias personas significativas. Los valores no tienen límites y el crecimiento cognitivo, emocional y conductual se fundamenta, en parte, en la persecución de esos valores. Es, en definitiva, el seguimiento de un sentido.
Aunque el desarrollo personal no sea un concepto propio de la teoría científica sobre la que divulga en sus libros, Steven Hayes señala en Una mente liberada que “no hay anhelo más importante para el ser humano que el de la libertad para elegir y emprender un rumbo propio en la vida. Tener la sensación de que se trata de (...) un sentido elegido por nosotros mismos es una fuente de motivación inagotable”.
Desde la psicología también podemos concebir el desarrollo personal como el avance hacia una vida con mayores niveles de autorrealización. Incluso a día de hoy es muy popular la pirámide de Maslow, propuesta a mediados del siglo XX, en la que el autor jerarquiza las necesidades básicas de los seres humanos, ubicando en su cúspide a la autorrealización. La autorrealización incluye la persecución de un objetivo vital, el cumplimiento de los propios deseos, el desarrollo de la espiritualidad, etc..
Maslow suponía que era necesario contar con otro tipo de necesidades —físicas, de seguridad, afiliación y reconocimiento— para posteriormente cultivar la autorrealización. No obstante, en investigaciones con mayor rigor científico se han puesto a prueba empírica los constructos teóricos que postuló Maslow y se concluyó que la autorrealización era quizás tan importante para el desarrollo de un mayor bienestar que el cumplimiento de otras necesidades ubicadas más abajo en la pirámide, como la seguridad o las necesidades físicas. La necesidad de perseguir un sentido con las acciones que llevamos a cabo es fundamental para nuestra felicidad y desarrollo personal.
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Los desafíos del desarrollo personal en la tercera edad
No obstante, en nuestros imaginarios todavía persiste la idea de que la búsqueda de una vida basada en valores, en la persecución de la autorrealización y, en definitiva, el desarrollo personal, es una mesa reservada para los jóvenes. Varias investigaciones concluyen que en las sociedades actuales prevalece la estigmatización de la vejez: se cree que los adultos mayores no deberían involucrarse en actividades económicas y laborales, son vistos como individuos más inflexibles, menos comprometidos y menos capaces de adaptarse a los cambios tecnológicos. En algunos casos, ésta visión sesgada de la tercera edad se traduce en prácticas discriminatorias basadas en el edadismo.
El mayor desafío del desarrollo personal en la tercera edad es sobreponerse a estos prejuicios socioculturales, que muchas veces son internalizados por el adulto mayor. Por lo tanto, podría creer erróneamente que “ya es demasiado tarde” para embarcarse en emprendimientos, proyectos o actividades simples del día a día que estén ligadas a la vida que desea vivir. Afortunadamente, cada vez existen más personas de la tercera edad que deciden perseguir un envejecimiento activo. Esto es el desarrollo de los propios intereses para promover sus valores personales aceptando los nuevos retos, desafíos y circunstancias que esta etapa vital tiene para ofrecerles.
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Oportunidades de desarrollo personal en la tercera edad
Las oportunidades de desarrollo personal en la tercera edad son amplias y varían según qué es aquello valioso para la vida de la persona. No es necesario tomar decisiones trascendentales para comenzar a cultivar los propios valores. Son las pequeñas conductas y su repetición constante —es decir, el desarrollo de nuevos hábitos— fundamentales para comenzar a caminar por la vía de la autorrealización.
A continuación proponemos una serie de hábitos o prácticas que suponen pequeñas oportunidades para mejorar el bienestar subjetivo de la persona de la tercera edad y aumentar su calidad de vida. Sin embargo, recalcamos que aquello que le brinda grandes niveles de satisfacción a una persona podría no generar lo mismo en otra, por lo que a fin de cuentas es necesario realizar un trabajo de introspección para descubrir en qué actividades vale la pena iniciarse y en cuáles otras no. Algunas sugerencias son las siguientes:
Práctica de una actividad de ocio o recreativa
Muchas personas hallamos en hobbies o actividades de ocio altos niveles de gratificación. Es habitual que adultos mayores hayan abandonado sus pasatiempos predilectos por diversos motivos en sus vidas. No obstante, retomarlos podría ser sumamente significativo para sus vidas. Algunas ideas son escribir, pintar, leer novelas, ir a clases de cerámica, asistir a un coro, etcétera.
Iniciarse en una actividad física
Los beneficios para la salud física y mental de la actividad física están ampliamente probados, pero más allá de esto, un valor personal puede volverse tangible en algún objetivo específico ligado al deporte. Por ejemplo, para alguien podría ser de sumo valor tener la vitalidad suficiente para acompañar a sus nietos en actividades como jugar a la pelota o salir a andar en bicicleta por el parque.
Iniciarse en una actividad física puede ser una tarea al principio apabullante. Por eso, para facilitar la adherencia, sería ideal escoger una actividad grupal con horarios fijos o en compañía de amigos o familiares cercanos (aunque no es una condición necesaria). Algunas ideas son: caminata al aire libre, baile, zumba, yoga, natación, bicicleta o ejercicio de fuerza.
Mantener una vida social activa
Como bien decíamos, cuidar nuestros vínculos con aquellas personas que son importantes para nosotros es fundamental. Pasar tiempo con quienes amamos es una actividad cargada de sentido en sí misma; una oportunidad para expresar las propias necesidades, proyectos e inquietudes, pero también para escuchar con atención lo que el otro tiene para decir, para empatizar y para aprender de él o ella.
Bety Coppola Zamarripa
Bety Coppola Zamarripa
LICENCIADA EN PSICOLOGIA CLINICA Y GENERAL
Comprometerse con una causa
Por último, el compromiso con una causa —benéfica, espiritual, comunitaria— puede ser una oportunidad de gran valor para las personas de la tercera edad (como así también para adultos, niños y adolescentes). Participar de este tipo de actividades de asistencia o servicio puede gestar en una persona un fuerte sentido de utilidad que, a fin de cuentas, acaba transformando no sólo la realidad de otras personas, sino también la de quien motiva ese cambio con sus acciones.