Hasta bien entrado el siglo XX, tanto la psicología como el resto de disciplinas encargadas de estudiar diferentes aspectos de la existencia humana entendían que, como personas, estamos desvinculados del medio en el que vivimos; es decir, que somos individuos, en el sentido más literal del término. Esta idea puede parecer muy estrambótica planteada de esta manera, pero de hecho sigue haciéndose notar en nuestra manera de pensar.
Por ejemplo, cuando decimos que cada persona se labra su destino, o que la vida de cada uno depende principalmente de cómo gestiona su fuerza de voluntad, estamos tratando la vida humana como si fuese algo desconectado del contexto.
Esta idea también fue predominante en la filosofía occidental y, por ello, nos llevaba a asumir un estilo de vida basado en el uso de la naturaleza como si fuese una simple colección de recursos. Pero esto terminó, entre otras cosas, gracias al trabajo de filósofos del medio ambiente entre los que destacó el pensador noruego Arne Naess. A continuación veremos cómo pensaba y cómo concebía nuestro modo de vivir.
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¿Quién fue Arne Naess?
Este filósofo nació en Oslo en el año 1912, y en el 1933 llegó a ser el profesor de la Universidad de Oslo más joven; se dedicó a impartir clases de filosofía.
Desde joven, Naess mostró interés por el medio ambiente y la protección de la naturaleza, incluso en una época en la que el ecologismo era prácticamente inexistente. Sin embargo, empezó a llevar a la práctica sus ideas tras jubilarse.
En el año 1970, se encadenó a una zona cercana a una cascada situada en un fiordo en el que pensaban construir un dique y exigió que se paralizase el proyecto, y también ayudó a impulsar muchas otras acciones de ecologistas basadas en la acción directa.
Este tipo de experiencias hicieron que Arne Naess fuese formando una filosofía acerca de la relación entre el ser humano y la naturaleza.
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La teoría ecologista de Arne Naess
La filosofía de Naess suele ser resumida con el lema “piensa como una montaña”, que este ecologista utilizó ocasionalmente, si bien la utilizó por primera vez otro activista, Aldo Leopold. Esta frase, que recuerda a proverbios budistas, en realidad no expresa una idea complicada de entender: este pensador noruego creía que el hecho de tratar al ser humano como su fuese algo separado del resto de la naturaleza responde a una ilusión, un espejismo.
La causa de este delirio colectivo tiene que ver con el antropocentrismo, la creencia de que todo lo material existe para responder a las necesidades del ser humano, como si fuese parte del jardín de un hotel. Como históricamente nuestra especie ha tenido cierto éxito a la hora de adaptar el entorno a sus intereses, nos hemos creído que eso siempre será así, y que esa es la razón de ser del medio ambiente: proveernos de recursos que podemos consumir.
Otra derivación de la idea de que debemos pensar como una montaña es que entre nuestros principales intereses debería estar la protección del medio ambiente; de este modo, reducimos las posibilidades de que se produzcan catástrofes naturales y, con ello, mejoramos nuestras perspectivas de gozar de calidad de vida de un modo notable.
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La consciencia expandida
Tanto Arne Naess como Aldo Leopold creían que, por el hecho de gozar de la capacidad de pensar en términos abstractos, debemos responsabilizarnos del medio ambiente. A diferencia de animales con capacidades cognitivas reducidas, nosotros sí podemos pensar en las consecuencias a largo plazo de las cosas y, por consiguiente, es una necesidad ética hacer lo posible por reducir nuestro impacto negativo en el medio.
Así pues, en la armonía con la naturaleza está la clave para convivir de un modo correcto y en el que la mayor parte de los habitantes del planeta salgan beneficiados del hecho de que la evolución ha creado una especie capaz de pensar en todo. En vez de centrar nuestras preocupaciones en aspectos banales del día a día, deberíamos echar la vista atrás y proteger el lugar del que venimos: la biosfera.
La el "yo profundo"
Arne Naess propuso el concepto del “yo ecológico” para referirse a esta autoimagen en la que el concepto que tenemos de nosotros mismos está ligado al entorno natural al que pertenece y a la comunidad de seres vivos que cohabitan en estos. La defensa de esta forma de auto-reconocimiento puede llevar a vernos no como individuos, sino como parte de una red de seres vivos y formas de expresión de la naturaleza: águilas, peces, lobos, etc.
Desde luego, parece que este forma de pensar se vio influida por las filosofías de pueblos amerindios y animistas, aunque Naess no ponía mucho énfasis en la dimensión espiritual que se le duele dar a esta perspectiva. En todo caso, está claro que es una manera de pensar que actualmente sería aceptada por muchas personas.