Las bacterias habitan la Tierra desde hace más de 3,5 mil millones de años, lo que las convierte en las formas de vida más antiguas de toda la Tierra.
No es de extrañar, por tanto, que el 15% de la materia orgánica de la corteza terrestre (70 gigatoneladas de carbono) se encuentre almacenada en estos seres procariotas, tan simples como esenciales para la vida.
De hecho, según la teoría endosimbiótica, las bacterias aeróbicas y cianobacterias fueron fagocitadas por las células eucarióticas ancestrales para dar lugar a mitocondrias y cloroplastos, respectivamente. Dicho de otro modo, las postulaciones más aceptadas indican que las bacterias han formado parte del desarrollo de nuestros propios cuerpos celulares.
Más allá de teorías evolutivas, estos microorganismos habitan en todos los medios terrestres, desde la pantalla de tu móvil hasta zonas termales a 60 grados celsius que carecen de oxígeno o luz. De todas formas, no hace falta irse muy lejos para descubrir la funcionalidad de las bacterias: solo hace falta analizar el tracto digestivo del ser humano. Si quieres saberlo todo sobre las bacterias que habitan en el intestino humano, sigue leyendo.
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¿Qué es la flora intestinal?
Curiosamente, el término flora intestinal no tiene ningún sentido a nivel biológico, pues poco tienen que ver las bacterias con el Reino Plantae y sus parientes más cercanos. El término más correcto es microbioma o microbiota normal, que hace referencia al conjunto de microorganismos que habitan en diversas partes del entorno corporal humano.
En general, es esperable encontrar seres vivos microscópicos en la piel, los ojos, el tracto urogenital, los órganos sexuales,las vías respiratorias superiores, la boca, la zona faríngea y los intestinos, entre otras cosas.
Somos sistemas abiertos que intercambian sustancias constantemente con el medio, de ahí que se asienten colonias bacterianas sin dificultad en nuestras mucosas. Por ello, se concibe que existan bacterias en el intestino o las fosas nasales (sistemas abiertos), pero no en el corazón o en el cerebro (estructuras “cerradas” al exterior).
La microbiota puede ser autóctona y alóctona. La primera es la que vive durante toda o casi toda la vida del individuo junto a él, es decir, por un tiempo prolongado, evolucionando junto a la especie en un proceso simbiótico positivo para ambas partes. Por otro lado, la microbiota alóctona es aquella que puede crecer en otros medios, pero que llega al hospedador por contacto u otros eventos. Suelen ser organismos comensales, es decir, que no hacen ni mal ni bien.
Además, estas colonias bacterianas pueden ser latentes (permanecen prácticamente durante todo el ciclo vital del hospedador) o transitorias, que fluctúan según las condiciones ambientales, el estado emocional, la dieta, la estación y otras muchas cosas más. Como podrás imaginar, la microbiota simbiótica y más importante es la latente.
Con todas estas bases explicadas, podemos concluir que la flora intestinal, microbiota normal o microbioma del intestino hace referencia al conjunto de bacterias que viven en el intestino, de forma simbiótica, tanto comensal como mutualista. Debido a que muchas de estas bacterias nos acompañan desde hace miles de años y han evolucionado junto con nosotros, caen en la categoría de “autóctonas” y “latentes” por igual. Dicho de otro modo, son esenciales para que nuestra vida se desarrolle correctamente.
¿Qué especies bacterianas componen el entorno intestinal?
Normalmente, se suele cometer el error de creer que la microbiota intestinal coloniza todo el sistema digestivo, desde el estómago hasta el colon: nada más lejos de la realidad. El pH del entorno estomacal, debido a los ácidos segregados, oscila entre 1.0 y 3.0. Solo una bacteria es capaz de aguantar a largo plazo en un medio tan hostil: Helicobacter pylori. ⅔ de la población mundial están infectados por este organismo, pero lejos de ser simbionte, puede llegar a provocar úlceras pépticas e, incluso, cánceres gástricos.
Por otro lado, el pH del intestino delgado es mucho más “amable”, debido a que las enzimas de los ácidos gástricos se desactivan y los valores aumentan a un pH de 5.0 a 7.0, llegando a 8.0 en el intestino grueso. Según el Harvard Medical School, en nuestro conjunto intestinal se han asentado cerca de 100 trillones de bacterias, organizadas por funcionalidad y explotando un nicho ecológico concreto.
De todas formas, los análisis genéticos han abierto una puerta al análisis de la microbiota intestinal de una forma muy diferente. Mediante reacciones en cadena de la polimerasa (PCR), se pueden aislar y amplificar regiones genéticas de gran interés, como el ARN ribosomal 16S, componente de la subunidad menor de los ribosomas bacterianos. Al analizar una deposición humana con estas técnicas, nos encontramos con la sorpresa de que hasta el 76% de la información genética corresponde a especies de microbios nuevos no descritos.
Con estas cifras tan desorbitadas en mente, el Proyecto Microbioma Humano lleva secuenciando desde el año 2008 los microorganismos que habitan en nuestro intestino. Gracias a investigaciones y trabajo incansable, se estima que estos son los grupos bacterianos más comunes en nuestro intestino:
- Firmicutes (con una abundancia relativa del 65%): aquí se encuentran los famosos Bacillus. Los microorganismos del género Lactobacillus son los más representados en este filo.
- Bacteroidetes (abundancia relativa del 23%): bacterias gram-negativas, muy abundantes en las heces de animales de sangre caliente, incluyendo el ser humano.
- Actinobacteria (con una abundancia del 5%): en general, se encuentran en los suelos y forman parte de los ciclos de descomposición de la materia orgánica.
A pesar de la variedad de microbiota intestinal en individuos según la edad, dieta, sexo, etnia, procedencia, lugar de residencia y otras muchas cosas más, se han registrado un total de 127 géneros bacterianos que son universales en todos los tractos intestinales normales. Entre ellos, destacan Coprococcus, Ruminococcus, Bacteroides, Faecalibacterium, Streptococcus, Blautia y Oscillospira. La variedad de la microbiota entre poblaciones se mide con parámetros ecológicos, como si de un ecosistema boscoso se tratara (salvando las distancias).
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Funciones de la microbiota intestinal
En el aparato digestivo se produce la digestión, así que es natural pensar que la función más importante de estas comunidades microbianas será, en todos los casos, la asimilación de alimentos. Esto es cierto en parte, pero las bacterias simbiontes en nuestro organismo tienen funciones mucho más allá de la obtención de energía.
Muchos de estos microbios son capaces de digerir carbohidratos complejos de origen vegetal (como la celulosa) y convertirlos en ácidos grasos de cadenas cortas, los cuales pueden ser metabolizables por el organismo humano. Aunque parezca una labor anecdótica, se estima que el 10% de la energía obtenida de la dieta se debe a estos procesos mediados por bacterias simbiontes.
Por otro lado, estos microorganismos tienen un papel esencial en la especialización y puesta en marcha del sistema inmunitario. Las bacterias que entran en contacto con el recién nacido promueven la especialización de los linfocitos T proinflamatorios. Dicho de otro modo, estas le permiten al sistema inmunitario empezar a reconocer qué es dañino y qué es positivo.
Más allá de esto, las bacterias intestinales participan activamente en la defensa del tracto digestivo. En primer lugar, simplemente por ocupación, las colonias evitan que se asienten patógenos en su mismo nicho. Además, representantes comunes de la microbiota intestinal como lactobacillus son capaces de liberar enzimas/péptidos bactericidas por sí mismos, es decir, que atacan microorganismos potencialmente patógenos.
Resumen
Como ves, la cantidad de funciones del microbioma gástrico van mucho más allá de la digestión de alimentos. Se ha comprobado que estas bacterias interactúan con el sistema inmunitario, que previenen infecciones de forma activa y pasiva y que, incluso, podrían ayudar al funcionamiento y desarrollo de los sistemas neurológicos. Estudios postulan que los desbalances en la microbiota podrían jugar papeles esenciales en el desarrollo de condiciones como el autismo, si bien es muy arriesgado establecer causalidades tan rotundas.
En resumen, la microbiota es esencial para la vida en todos los sentidos. Sin ella, no podríamos digerir correctamente muchas sustancias vegetales ni evitar la entrada de patógenos infecciosos. Como se suele decir en la comunidad microbiológica, “sin nuestras bacterias, no somos nada”.