Los efectos negativos del sentimiento de superioridad

El sentimiento de superioridad lleva a inflar el ego a costa de caer en el auto-sabotaje.

Los efectos negativos del sentimiento de superioridad

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Antonio siempre tenía una respuesta para todo. En el trabajo, con sus amistades o incluso en casa, hablaba con seguridad, se mostraba firme y daba la sensación de tenerlo todo bajo control. Para muchos, era alguien confiado, alguien que parecía tener bien claro quién era. Pero si uno prestaba atención, había señales que decían otra cosa: le costaba aceptar críticas, se notaba incómodo cuando alguien más sobresalía y vivía pendiente de cómo lo veían los demás.

Toda esa imagen que construyó le pasó factura, tanto en sus relaciones como en su bienestar emocional.

El nombre de Antonio no es real, pero esta sí es una historia que ilustra la vida de muchas personas que tienen ese impulso de aparentar que valen más que el resto, cuando en el fondo hay un vacío que no se quiere mirar.

Cuando aparentar seguridad es una forma de esconder inseguridades

Hay personas que se muestran como si siempre tuvieran la razón, como si fueran más inteligentes, más capaces o más importantes. Y claro, desde afuera puede parecer que realmente se sienten superiores, pero muchas veces es todo lo contrario. Esa actitud no sale de una autoestima firme, sino de una necesidad de esconder lo que no se quiere mostrar: la inseguridad.

Este tipo de comportamiento es una forma de protegerse. En lugar de aceptar que hay cosas que duelen o que no están resueltas, la persona se convence de que es mejor que los demás. Así no tiene que lidiar con esas sensaciones incómodas.

Para mantener esa imagen, la persona con sentimiento de superioridad necesita destacar todo el tiempo, rechazar las críticas y menospreciar lo que hacen otros. No porque disfrute hacerlo, sino porque siente que si baja la guardia, se cae todo.

¿De dónde viene este patrón?

Esto no se forma de la nada, pues casi siempre arranca en la infancia, aunque a veces no lo notamos hasta mucho después. Puede haber sido por una crianza muy exigente, donde se esperaba que todo saliera perfecto. O todo lo contrario, una infancia con poca atención, donde el niño o la niña no se sintió validado. También influye si se creció en un entorno donde no se podía fallar, o donde cada error se castigaba más de la cuenta.

A veces, incluso cuando se recibió demasiado cuidado, se puede haber creado una idea equivocada de que el mundo gira en torno a uno. Y cuando llega la vida real, con sus límites, sus frustraciones y sus desafíos, eso se vuelve un problema. Entonces, muchas personas arman un personaje fuerte, brillante, que no falla, para tapar ese malestar que nunca pudieron procesar.

Lo que este complejo provoca: tensión, soledad y desgaste

La parte difícil es que vivir así no solamente cansa, sino que genera un montón de conflictos. Primero, porque mantener una imagen constante de superioridad es agotador. La persona siente que tiene que demostrar algo todo el tiempo, y eso la pone en un estado de alerta permanente. Cada conversación, cada situación social, se vuelve un campo de competencia.

Además, se complica mucho conectar con los demás. Cuando una persona no puede mostrarse tal como es, cuando vive midiendo quién tiene la razón o quién resalta más, se vuelve difícil tener relaciones genuinas. Y, claro, eso termina generando soledad, aunque esté rodeada de gente. A veces se siente incomprendida, pero en realidad no ha dado espacio para que alguien la conozca de verdad.

También hay consecuencias en lo profesional o lo académico. Si alguien no tolera equivocarse, si rechaza cualquier opinión distinta o cree que sabe más que todos, se pierde la oportunidad de aprender y crecer. Además, trabajar en equipo se vuelve complicado, porque nadie quiere estar al lado de alguien que siempre necesita estar por encima.

En casos más serios, cuando esa imagen de éxito se derrumba, puede haber un quiebre fuerte. Hay personas que sostienen esa fachada por años, hasta que en algún momento no pueden más. Y cuando eso pasa, aparece un vacío enorme, que no saben cómo manejar. Todo lo que estaba guardado sale de golpe, y el malestar puede volverse muy intenso.

¿Qué se está ocultando?

Cuando alguien insiste tanto en mostrarse superior, suele haber algo que no quiere mirar. Detrás de ese deseo de destacar todo el tiempo, muchas veces hay heridas sin sanar. Miedos que no se nombran. Sensaciones de no ser suficiente, aunque afuera parezca todo lo contrario.

En lugar de trabajar esas emociones, la persona se aferra a una imagen exagerada de sí misma. Pero eso no ayuda; al contrario, hace que se sienta más aislada, porque no puede relajarse ni bajar la guardia. Y, ojo, muchas veces esto pasa sin que la persona lo note del todo. Simplemente se acostumbró tanto a ese personaje que ya no distingue entre lo que muestra y lo que realmente siente.

Este tipo de actitud también puede venir con cambios de humor, reacciones exageradas o una sensación constante de estar “a la defensiva”. Porque cualquier cosa que ponga en duda su valor se siente como una amenaza. Y vivir así, con esa presión interna, no solo duele... también puede explotar en cualquier momento.

¿Qué se puede hacer con todo esto?

El primer paso es reconocerlo. No hace falta decirlo en voz alta ni explicárselo a nadie, pero sí es importante mirarse con honestidad. Preguntarse por qué uno necesita validación todo el tiempo o por qué le cuesta tanto aceptar errores. Ahí puede empezar el cambio.

También ayuda mucho dejar de pensar en términos de “ser mejor que”. No se trata de competir, sino de aceptar que no hace falta sobresalir para tener valor. Poder escuchar, aprender de otros, mostrar dudas, también es señal de fortaleza real.

Y si todo esto suena muy difícil de manejar solo, no está de más buscar apoyo profesional. Hablar con alguien entrenado puede ayudar a identificar qué heridas siguen abiertas, qué patrones se repiten y cómo empezar a soltar esa necesidad de aparentar tanto.

Otra cosa que suma mucho es rodearse de personas con quienes puedas ser tú, sin tener que demostrar nada. Relacionarse desde un lugar más auténtico, donde haya espacio para equivocarse, para reírse de uno mismo y para hablar sin máscaras. Porque ahí es donde empieza la calma. Cuando uno ya no necesita que lo vean como superior, sino como alguien real.

Poner atención a todo esto no significa castigarse ni vivir con culpa. Al contrario. Es una oportunidad para empezar a conocerse de verdad, sin necesidad de esconder ni exagerar nada. Porque cuando uno se acepta con sus luces y sus sombras, la presión de parecer invencible desaparece. Y eso, créenos, se siente como un respiro.

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Desirée Infante Caballero. (2025, agosto 21). Los efectos negativos del sentimiento de superioridad. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/social/efectos-negativos-sentimiento-superioridad

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