Hubo una época más sencilla en la que no costaba tanto elegir una orientación laboral. Si tu padre tenía un taller, aprendías el oficio y lo acababas heredando, si eras tan afortunado como para poder acceder a estudios superiores, te incorporabas a un mercado no colapsado, y si todo fallaba, siempre estaba la posibilidad de acceder a ciertos puestos públicos o privados, quizás menos glamurosos pero igual de dignos.
Sin embargo, en un momento en el que existen tantas trabas para desempeñar el temido rol de autónomo y con una competencia feroz en el mercado laboral, cada vez hay más preparados graduados que en muchas ocasiones han de buscar suerte más allá de los Pirineos. Elegir una trayectoria laboral es una decisión cada vez más dramática. Y cuando toca decidirse... ¿es mejor optar por estudiar lo que nos gusta, o lo que tiene más posibilidades de darnos trabajo bien pagado? No es una cuestión sencilla de responder, pero en ella nos va buena parte de nuestra vida.
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¿Elegir estudios por vocación o por salida laboral?
Hoy día se hacen pruebas de aptitud, se valora el rendimiento académico según el éxito en diferentes asignaturas, capacidades deportivas, artísticas… para, por lo general, acabar dando el tan acertado como genérico consejo: haz lo que te guste.
Sí, es importante trabajar en lo que nos guste, no solo porque lo haremos más contentos y pasaremos más tiempo felices (que no es moco de pavo) sino porque una alta motivación por la tarea a realizar predice una mayor probabilidad de éxito, al predisponernos a aprender sobre ella, sobreponernos a los fracasos, etc. Dicho de otra forma, somos buenos en lo que nos gusta. Pero más allá del niño que pide a los reyes un estetoscopio a sus 5 años… ¿saben nuestros estudiantes qué es lo que les gusta?
La pregunta no es baladí, puesto que, si me gusta, pongamos por caso, la psicología, necesitaré tener el bachillerato de ciencias de la salud, y para acceder al mismo será conveniente haber cursado las optativas relacionadas con el mismo en 4º de ESO, cuando rellene la matrícula al terminar 3º… Por lo que, si quiero ser psicólogo, más me vale descubrirlo antes de los 15 años o tener la suerte de haber hecho ciencias porque, según decía mi orientador, “te abre más puertas”.
La incerteza a la hora de decidir profesión
Ahora bien, ¿cómo va a elegir una persona tan inexperta una profesión, de entre todas las que hay, con la información de la que puede disponer? Normalmente, solemos fijarnos en las asignaturas en la que los chavales destacan. Si tenemos la suerte de que se distribuyan de manera uniformemente correspondiente a uno de los tres o cuatro bachilleratos, apuntamos nuestra primera pista.
Aquí nos encontramos con cierto problema de lógica. Por una parte, es una visión simplista asociar puestos de trabajo a sus bachilleratos correspondientes. En el caso de psicología, carrera de ciencias ¿qué es más importante que te guste? ¿La mitosis y las integrales, o el contacto con personas? ¿Qué competencia es más importante, el cálculo mental o la empatía? ¿Qué le tiene que gustar más a un futuro periodista, carrera de humanidades? ¿Kant y la etimología, o la actualidad y la narrativa?
No se nos malinterprete: toda competencia es bien recibida y el saber siempre suma (aunque sí ocupa lugar, según la psicología de la memoria), pero puede que caigamos en una falacia si pretendemos encorsetar salidas profesionales a asignaturas de primaria.
Quizás lo más aconsejable fuera crear un entorno que facilitase más competencias que la académica. Que no todo fuera “portarse bien” y aprobar exámenes (lo cual, insisto, es igual de importante). Que se atendiese a motivaciones por aquellas competencias como la creatividad, las habilidades sociales, el humor, la iniciativa, el esfuerzo… por no entrar en el eterno debate de aquellas asignaturas tan indignamente infravaloradas en el currículum, como educación artística, música, educación física…
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La clave está en detectar fuentes de motivación
Cada salida profesional suele contar con unas competencias y habilidades muy concretas, por eso puede ser un error el dejar de atender a la motivación del estudiante por ciertos elementos que luego pueden resultar sorprendentemente cruciales. Es vital que un estudiante sea capaz de detectar aquellas competencias que le motiven, ya que una alta motivación por la tarea a realizar es predictora de éxito y bienestar.
Por ello, es responsabilidad de los educadores el establecer un entorno que facilite el despliegue de las diferentes competencias que pueda desarrollar el estudiante, y mientras las escuelas y demás entornos de aprendizaje formal se adaptan a estos nuevos tiempos, padres, monitores y psicólogos tenemos el honor de complementar el trabajo. Un entorno basado en la educación pasiva difícilmente será adecuado para que los estudiantes desarrollen áreas de interés, y por consiguiente se perderá buena parte de su potencial.
Y es que, si bien a edades tempranas no tenemos por qué saber elegir eficazmente cómo queremos orientar nuestras vidas, sí es una etapa vital clave para ir desarrollando de manera autónoma áreas de experimentación, curiosidad e intereses personales que más adelante se convertirán en talentos.