En un mundo cada vez más globalizado no es extraño encontrar a personas que se sienten identificadas con dos culturas distintas. Normalmente estas culturas son la del lugar de residencia actual y la del lugar de nacimiento o de origen de sus padres, lo cual da lugar a una mezcla de diferentes valores, puntos de vista, idiomas y hasta religiones.
En sí misma, la identidad bicultural no tendría por qué ser nada malo, más bien al contrario. Quien forma parte de dos culturas forma parte de dos visiones distintas del mundo que enriquecen la mente pero que, mal llevadas, pueden ser fuente de malestar. Profundicemos en esta idea.
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¿Qué es la identidad bicultural?
Podemos definir como identidad cultural a toda aquella identidad que tome como referencia dos culturas, normalmente la cultura de origen familiar y la cultura del lugar de residencia, pudiendo coincidir este último con el lugar de nacimiento o no. Se trata de la condición personal en el que el individuo siente que forma parte de dos culturas en mayor o menor medida, sintiendo cómo rasgos propios de su cultura de origen y también los de la cultura de acogida se entremezclan, pudiendo o no suponer un conflicto intrapersonal.
Entre dos mundos: choque de culturas
Esta idea es un tanto complicada puesto que lo que llamamos cultura es, en sí mismo, otro concepto de difícil descripción. ¿Qué es cultura? Es una idea de amplia interpretabilidad, aunque se coincide en que es aquello que incluye conductas y características asociadas a un tipo de sociedad, una etnia o, incluso, un grupo de edad o género determinado. Mayormente la idea de cultura se la relaciona con el concepto de pueblo o de grupo étnico, incluyendo en ello tradiciones, costumbres, visiones del mundo, lenguas y también religión.
La cultura se “adquiere” mediante la interacción con diferentes instituciones sociales como la familia, el grupo de amigos, la escuela y otros grupos humanos y formales que influyen en nuestro conocimiento de un tipo de sociedad. Estas influencias repercuten en nuestra personalidad, puesto que las normas sociales tienen un importante efecto en la idiosincrasia de cada individuo, mediando en aspectos tan personales como la indumentaria y el tipo de relaciones que puede establecer con personas según su género.
En caso de haberse criado en el seno de la misma cultura de origen familiar, el conjunto de normas sociales y aspectos culturales adquieren mucha estabilidad. La persona no siente que su identidad choque con cómo es la sociedad porque forma parte de ella y rara vez se plantea que esto pueda destacar. En cambio, si una persona forma parte de dos culturas a la vez, o su familia es de una cultura y él o ella nació en otra siente cómo sus valores, normas sociales y creencias pueden entrar en conflicto, sobre todo si las dos culturas que forman parte de su identidad son demasiado antagónicas.
Ser un individuo que siente que forma parte de varias realidades culturales puede ser emocionalmente difícil e, incluso, padecer malestar psicológico en función de si una de las dos culturas tiene fuertes estereotipos hacia la otra o la tiende a rechazar. La persona siente que no puede ir por el mundo diciendo que es dos cosas a la vez, que tiene que escoger porque cree que nunca va a ser aceptado plenamente en ninguno de los dos lados. Es difícil convencer a la sociedad de que se puede formar parte de dos culturas al 100% si se habla en términos de mitad de una cultura y mitad de otra.
Cabe decir que no todo tiene por qué ser negativo. En un mundo cada vez más globalizado y en el que se va asumiendo que pocas personas son “puras” culturalmente, las identidades bi y pluriculturales son cada vez más aceptadas y bien valoradas. Lejos de ver a las personas con una cultura de origen y de acogida distintas como individuos a medio camino entre dos mundos, se va aceptando cada vez más la idea de que se puede ser plenamente ciudadano de dos sociedades distintas.
Tener dos culturas como propias muchas veces es sinónimo de hablar como mínimo dos idiomas, entender la visión de dos países, aprender a valorar las tradiciones de dos sociedades con cosas en común y cosas que las distingue. Incluso se puede formar parte de dos culturas con religiones muy distintas y adquirir creencias de ambos credos, teniendo una comprensión más profunda de los mismos y permitiendo también desarrollar un pensamiento más reflexivo y crítico.
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Biculturalidad y lengua
A lo largo de la historia la lengua se ha considerado el aspecto esencial de toda cultura. Ha sido tan importante que en muchas ocasiones, especialmente desde posiciones nacionalistas y pannacionalistas, el dominio territorial de una lengua se ha tratado como sinónimo de esa cultura y, también, de país y nación.
Si bien este punto de vista no es del todo apropiada a la realidad porque en un mismo dominio idiomático pueden existir varias identidades regionales, sea como sea es innegable que toda cultura o grupo étnico se identifica más o menos con una lengua y, dentro de ella, con un acento o dialecto característico.
La lengua es de los aspectos más importantes de toda cultura porque es la herramienta oral con la que la gente interactúa con otras personas en su misma sociedad. El idioma refuerza los lazos entre las personas quienes dominan dicho idioma, un vínculo cultural que fortalece la idea de endogrupo. Si este hecho ya es importante entre las personas que viven en el lugar donde esa lengua es “propia”, lo es todavía más entre las personas que conforman su diáspora fuera de su tierra natal.
La diáspora de una comunidad idiomática se conforma por todas aquellas personas cuya lengua materna es un idioma determinado que no coincide con la lengua del lugar en el que han ido a parar. Una persona que, por ejemplo, habla español estando en Londres y que se encuentra con otra que también lo habla es muy probable que interactúen, que se sientan como parte de una misma comunidad, sobre todo si proceden del mismo país hispano. Se sentirán parte del mismo grupo y compartirán sus experiencias como personas de lengua materna española pero que viven en un entorno anglófono.
Saber dos idiomas es algo positivo, siempre y cuando se tenga un dominio equivalente y alto en ambos. Este equilibrio ideal es muy complicado de conseguir puesto que para conservar una lengua siempre es necesario hablarla, aun incluso siendo la lengua materna. Una persona de lengua materna distinta a la del lugar de acogida, en caso de que no se relacione con los miembros de esa comunidad idiomática nueva, difícilmente la va a aprender, mientras que si esa misma persona hace todo lo posible para aprender el nuevo idioma pero evitando usar su lengua materna, es probable que acabe perdiendo fluidez.
Este difícil equilibrio es el que enfrentan muchas personas con identidad bicultural. Siempre sentirá que tiene más dominio en una u otra lengua, y que la otra la está dejando de lado. Si la que está dejando de lado la lengua materna, siente como que está dejando atrás la cultura de sus antepasados, mientras que si la que no le parece dominar del todo es la nueva, se puede frustrar al sentir que no está adaptándose y, aunque en el currículum se valore el bilingüismo, un extranjero que no domina la lengua del país en el que vive es visto como un desadaptado, perdiendo opciones de empleo.