En el mundo de la psicología social, los experimentos de Milgram son considerados de los más importantes. Estos investigan aspectos como la obediencia a la autoridad. Fueron desarrollados entre los años 1961 y 1963 después de las sentencias realizadas a ciertas personas por los crímenes contra la humanidad.
A lo largo de este artículo explicaremos los puntos principales del experimento de Milgram con el fin de poder ahondar en términos como obediencia y desobediencia. Profundizaremos en los resultados que se obtuvieron y se han intentado replicar en diversas ocasiones y, por último, hablaremos sobre la repercusión de los estudios y resultados obtenidos.
El experimento de Milgram
Stanley Milgram llevó a cabo en la época de los 60 algunos de los estudios considerados más importantes de la psicología social. La principal fuente de inspiración y motivación fueron los juicios de Nuremberg en los que se sentenciaron los crímenes y abusos contra la humanidad llevados a cabo durante la Segunda Guerra Mundial.
En estos experimentos, Milgram pretendía dar respuesta a preguntas relacionadas con la obediencia a la autoridad. Se cuestionaba hasta qué punto las personas están dispuestas a acatar y cumplir órdenes, incluso si esto implica dañar o herir a otros seres humanos.
Desarrollo del estudio
Se reclutó a 40 personas voluntarias mediante un anuncio de periódico en el que se buscaba a personas que quisieran participar en un estudio de “memoria y aprendizaje”. Se ofrecía una recompensa económica que se obtendría independientemente de los resultados obtenidos.
Se definieron tres roles: la autoridad (investigador), el maestro (objeto de estudio) y el aprendiz (víctima que en realidad formaba parte del estudio). Todos los participantes fueron asignados como maestros. El maestro debía preguntar al aprendiz y administrar descargas eléctricas cuando este respondiera de forma errónea.
Las descargas eran simuladas pero el participante lo desconocía, de la misma forma que desconocía que los “aprendices” eran actores que formaban parte del estudio. Se repitió la misma situación de forma individual con cada participante.
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Obediencia y desobediencia
Los resultados obtenidos se alejaron mucho de las expectativas que se habían creado inicialmente y, de hecho, supusieron un gran impacto. En cierta medida, también desplegaron cierta alarma.
Se observó que, a pesar de escuchar gritos de dolor (que en realidad eran grabaciones puesto que las “víctimas” no sufrieron ningún tipo de daño), gran parte de los participantes continuaban administrando descargas cada vez más fuertes porque así se lo indicaba la autoridad.
Todos los participantes llegaron al punto de descargas en el cual “el aprendiz” no daba señales de estar consciente (300 voltios). Lo más sorprendente es que un 65% de los participantes llegaron hasta el final aplicando 450 voltios. Se pudo observar malestar y estrés en algunos participantes desde los 75 voltios, pero ninguno de ellos se detuvo hasta los 300.
Cuando expresaban inconformidad, recibían las siguientes respuestas por parte de la autoridad: “Continúe, por favor”, “es necesario que continúe”, “es completamente esencial que continúe” y “no tiene otra opción, debe continuar”. Si se negaban a continuar después de la última frase, el experimento se detenía.
El valor de la desobediencia según el experimento de Milgram
No deja de ser sorprendente e impactante observar que, aunque los participantes sentían un elevado malestar emocional por la administración de las descargas, seguían obedeciendo a la autoridad. Son diversas las interpretaciones que se han realizado sobre estos resultados.
También son bastantes las réplicas que se han intentando hacer sobre el estudio con el objetivo de poder minimizar ciertos sesgos. Sin embargo, incluso teniendo en cuenta las modificaciones, los resultados obtenidos no han sido significativamente diferentes.
A continuación se mencionan algunas de las principales conclusiones e interpretaciones que se han realizado:
- Existe una tendencia a confiar ciegamente en figuras de autoridad.
- Cuanta más proximidad hay con la autoridad, más obediencia.
- El prestigio que se le concede a la autoridad es un factor relevante.
- Cuanto menos contacto con la víctima, más fácil es caer en la cosificación.
- Al saber que la responsabilidad es del investigador, el participante obedece.
- La suma de todos estos factores tiene más peso que la propia consciencia.
¿Tiene algún sentido la obediencia?
Desde la psicología social se explica que la obediencia puede tener cierto sentido adaptativo. Como especie, hemos acabado interiorizando que obedecer a la autoridad, cuando la consideramos competente, puede tener grandes beneficios para la supervivencia y el bienestar del grupo.
Sin embargo, a pesar de que la jerarquía y la obediencia puedan facilitar algunos procesos grupales o sociales, no podemos obviar los peligros de caer en la obediencia ciega. Debemos tener presente que a nivel individual podemos caer ante la presión de grupo y acabar realizando determinadas conductas que consideramos inadecuadas.
¿Qué pasa entonces con la desobediencia?
La desobediencia social, junto con la resistencia a la autoridad, han sido esenciales en determinados momentos de la historia puesto que han permitido promover y luchar por la justicia social.
En este sentido, es elemental entender que la obediencia ciega conlleva enormes peligros. Podemos apreciar una gran cantidad de movimientos sociales que nacen de la desobediencia y que han supuesto importantísimos cambios.
Tanto los movimientos a favor de los derechos civiles como las resistencias a regímenes autoritarios son grandes ejemplos que ponen de manifiesto la importancia de poder resignificar la desobediencia. Esta puede ser en muchas ocasiones sinónimo de juicio crítico en lugar de un mal a erradicar.
Repercusión de los estudios de Milgram
Consideramos importante hacer una breve reflexión final que quizá aplica más a nuestro día a día. Parece que cuando hablamos de obediencia ciega y desobediencia solo afecta a grandes movimientos sociales o momentos históricos concretos. Sin embargo, es importante que, como sociedad, nos planteemos dónde empieza todo esto.
Sin duda, la respuesta es: en la infancia. En términos generales, se tiende a imponer y esperar obediencia por parte de los infantes y quizá es interesante plantearse que, de este modo, no se fomenta el espíritu crítico, el hacerse responsable de las propias decisiones ni la toma de decisiones.