“Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.”
—Eduardo Galeano
Existe una larga historia de generaciones y de siglos a través de los cuales se ha legitimado la desigualdad entre hombres y mujeres, siempre fundamentada en una miríada de argumentos: teológicos, psicológicos, morales e incluso biológicos.
Esta forma de pensar ha consagrado múltiples formas de trato aberrante hacia la mujer, tratos encubiertos y alimentados en la más estricta privacidad, sin embargo, a día de hoy resulta francamente imposible seguir ocultando esta realidad.
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Primeros acercamientos a la violencia de género
Es muy común que hablando de este tema se confundan términos y se mezclen significados, por eso en primer lugar deberíamos diferenciar la dicotomía entre violencia y agresividad, para evitar ofrecer juicios de valor y hacer ciertas atribuciones estereotipadas.
Agresividad y violencia
Entendemos pues como agresividad aquella capacidad innata y adaptativa del ser humano que garantiza su propia supervivencia, mientras que el concepto de violencia responde a un conjunto de valores sociales asociados a la agresividad, de manera que en este caso estamos frente a una conducta desadaptativa y aprendida socialmente.
Cuando una mujer víctima de violencia de género requiere intervención profesional se deben tener en cuenta un grupo de particularidades para no caer en la trampa de banalizar su experiencia, ofrecer aportaciones que involuntariamente la culpabilicen o que despierten en ella cierta sensación de incomprensión.
Características de la violencia de género
- El suceso violento no es el resultado de un hecho aislado, ya que se produce de manera sistemática.
- Suelen ser invisibles, es decir, aparecen en un entorno privado y son las mismas mujeres las que se esconden presas del pánico que les genera tener que exponer su realidad.
- Muchas veces el agresor ofrece una imagen impecable hacia la sociedad, lo que por desgracia convierte la situación en un estado difícil de creer o comprender.
- Existe en las víctimas la sensación de que las circunstancias que están viviendo no resultan tan graves como para manifestarlas públicamente, hecho que conlleva una dificultad añadida en el momento de buscar ayuda externa.
- Todo este engranaje es fruto de una auténtica desigualdad entre hombres y mujeres derivada del código patriarcal que aún a día de hoy resuena entre la sociedad. Este código es el mismo que conduce al agresor a utilizar mecanismos de control y condena sobre la mujer.
¿Cómo transcurre el funcionamiento de la violencia de género?
La violencia en el seno de una relación no aparece de la noche a la mañana, se pasea por un sinfín de encrucijadas antes de que la víctima pueda identificar el calvario que le deparará el vínculo con su agresor. Según la psicóloga estadounidense Leonor Walker, la violencia discurre a través de un ciclo compuesto por tres fases.
Cuando una mujer entra en las entrañas de este círculo es cuando deja de visualizar alternativas de huida posibles y se encuentra presa de la situación. Se genera en ella una disonancia cognitiva entre el disfrute vivido en la relación y el malestar sin nombre que padece, porque al contrario de lo que se suele pensar no se dan sólo gritos, insultos, amenazas y golpes, hay también ternura, cariño y dulces detalles que hacen florecer en la mujer el pensamiento de haber encontrado por fin al hombre de su vida.
Primera fase: aumento de la tensión en la pareja
En la primera fase del ciclo el malestar sin nombre empieza a cobrar vida, se percibe un aumento de la tensión entre ambos miembros, se establecen tímidos indicios de lo que posteriormente será la agresión, tales como gritos y pequeñas peleas. La mujer acepta estos abusos como legítimamente dirigidos a ella porque piensa que puede ser merecedora de tal agresión.
La persona agredida trata de buscar un sinfín de excusas y razones para comprender lo que está sucediendo, hasta el punto de suponer que ella misma por su conducta o actitud es quien ha provocado la ira de su agresor, y lo que más perpetúa el ciclo, tiende a pensar que con el tiempo podrá cambiar el comportamiento de su pareja, hecho que en ningún caso se cumple.
Esta fase puede llegar a tener una duración de días, semanas, meses o incluso años antes no se desencadenan incidentes de agresión mayores. En la perspectiva del hombre, éste cada vez se encuentra más sensible, todo le molesta, se irrita con suma facilidad, y se enoja por cosas objetivamente insignificantes.
Segunda fase: la furia se desata
En la segunda fase propuesta por L. Walker se experimenta una descarga irrefrenable de las tensiones que se han venido acumulando durante el transcurso de la fase anterior. Hay una falta de dominio sobre la conducta totalmente destructiva, la mujer acepta que la ira de su agresor está fuera de control pero no puede hacer nada por calmarla, es en esta fase cuando surge la agresión física o la total destrucción psicológica.
El agresor es el único que puede poner fin a este estado. Su duración se sitúa alrededor de 2 a 24 horas, durante las cuales se culpa a la mujer de todo lo sucedido. Cabe destacar que es en este momento cuando la mujer es completamente susceptible y está abierta a recibir ayuda profesional debido al gran temor que siente por volver a ser maltratada.
Tercera fase: arrepentimiento del agresor
En la tercera y última fase antes de volver a iniciar todo el ciclo, se experimenta un estado de arrepentimiento profundo por parte del agresor, el cual aprovecha la vulnerabilidad de la víctima para ofrecerle dóciles dosis de cariño y atención, mostrando en todo momento un comportamiento y una actitud de aflicción y remordimiento interno.
Es en este momento donde se perpetúa todo el ciclo de la violencia, la mujer se siente nuevamente amada y feliz, lo que conlleva a situarse en una posición de plena confianza hacia su agresor. La duración de esta etapa denota una brevedad menor que la primera fase pero superior a la segunda, por lo que intentar ofrecer ayuda en este momento no brindará ningún resultado positivo, la mujer vuelve a estar profundamente enamorada y supeditada a la voluntad de su agresor. A medida que se va repitiendo el ciclo esta tercera fase tiende a minimizarse hasta que acaba por desaparecer, momento en que la Luna de Miel llega a su fin.
Algunas conclusiones
La sensación de que no hay salida
La repetición de estos ciclos es lo que suele conducir a un aumento de la violencia, lo que se traduce en un mayor peligro para la mujer, la cual empieza a pensar que no hay alternativa ni salida posible, sumergiéndose así en la más profunda rendición. Lo cierto es que, en ocasiones, acontecimientos impactantes o traumáticos dejan anclado a quien los padece en el día o época en que acontecieron, activándose así un estado de shock que puede paralizar toda la vida en un segundo.
Denuncias que se acaban retirando
Es también la reiterada sucesión de estos ciclos el motivo por el cual muchas mujeres tienden a retirar las denuncias interpuestas e incluso muchas desean volver con sus agresores para retomar la relación, situación que la mayoría de la sociedad no llega a comprender jamás.
Sobre el Día contra la violencia de género
No debemos promover el no a la violencia de género un único día al año, debe ser un altavoz constante para llegar a aquellos oídos que han perdido toda voluntad de seguir adelante, el primer paso debe ser hacernos conocedores de cómo se teje y evoluciona esta tela que envuelve sutilmente a su víctima.
“Más de treinta mil mujeres aparecen como víctimas de violencia de género en el conjunto de las 32.023 denuncias presentadas en los órganos judiciales. Se incrementaron en más de un 9 por ciento las solicitudes de órdenes de protección. La presidenta del Observatorio, Ángeles Carmona, entiende que el incremento de denuncias y de condenas puede revelar una mayor conciencia social e institucional en torno a la violencia machista”
(Comunicación Poder Judicial, 19 de Octubre de 2015)