Desde “chistes inocentes” hasta dar por sentado que una mujer desconoce sobre cierto tema por el mero hecho de serlo: la violencia de género opera con una sutileza tal que resulta impactante lo habituados que estamos a ejercer y sufrir este tipo de violencia en nuestra sociedad. Esto ha llevado a muchas mujeres a alzar sus voces y denunciar cuán naturalizados están los micromachismos y muchas otras aseveraciones basadas en las relaciones asimétricas de género. La violencia de género puede adoptar formas distintas: física, verbal, psíquica, sexual, social, económica. En todas ellas, la violencia de género ocasiona efectos psicológicos severos en las víctimas, tanto en el corto como en el largo plazo. Por este motivo, en este artículo desarrollaremos cuáles son las principales consecuencias de este tipo de comportamiento violento.
Violencia de género: ¿qué es?
En primera instancia, es importante determinar qué se entiende por violencia de género. Este tema ha sido abordado desde distintas perspectivas a lo largo de las últimas décadas. Por ejemplo, la ONU definió la violencia de género a fines del siglo pasado como “todo acto de violencia sexista que tiene como resultado posible o real un daño físico, sexual o psíquico”. Se trata de una definición globalmente aceptada y que ha sido referenciada en diversos artículos durante el último tiempo.
No obstante, muchas autoras en los años más recientes han notado que las definiciones más promulgadas tanto en ámbitos académicos como populares tienden a la búsqueda de explicaciones individuales para el maltrato hacia las mujeres. Esto quiere decir que se suelen elaborar hipótesis acerca de qué lleva a un maltratador a convertirse en tal, por ejemplo, sosteniendo que está relacionado a psicopatologías, rasgos de personalidad agresivos, falta de control del enojo o una primera infancia marcada por los malos tratos de sus padres.
Sin embargo, estas acepciones del término desmerecen a la cultura y a los valores sociales como factores determinantes de la violencia hacia las mujeres. Los mandatos sociales, las instituciones que refuerzan las conductas estereotipadas y las relaciones de poder consiguen que muchas personas reproduzcan este tipo de violencia una y otra vez, incluso sin cuestionárselo. Esto no justifica la responsabilidad de los agresores, sino que resalta el hecho de que la violencia de género no es resultado de los actos de un “caso aislado”, un “loco” o un “enfermo mental”, sino que nace de una sociedad y cultura que dispone sistemáticamente de la violencia como recurso disponible para ejercer el control sobre las mujeres. En ese sentido, Francisca Expósito lanza en un artículo publicado en 2011 la consigna: “Ni agresivos ni psicópatas”. El maltrato hacia la mujer no es un fenómeno aislado ni descontextualizado, sino que tiene raíz en la estructura mayor que acabamos de describir.
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Los efectos psicológicos de la violencia de género
Incluso cuando la violencia se ejerce bajo una modalidad relativamente sutil o que podría pasar desapercibida, los efectos psicológicos son significativos. A continuación, veremos cuáles son los efectos psicológicos que más se han reportado en el ámbito de la investigación.
1. Baja autoestima
Las mujeres maltratadas, a causa de la violencia, han desarrollado un autoconcepto negativo sobre sí mismas. Tienden a minusvalorar sus necesidades, opiniones, emociones, pensamientos y proyectos. Pensemos que comportarse de forma sumisa en las relaciones donde prima la agresión hacia ellas —en general, relaciones de pareja; pero también familiares o laborales— es una manera de evadir un potencial castigo por parte del maltratador. Tal como indica Expósito, son estrategias que en las relaciones de violencia son adaptativas, pero que, sin embargo, en las relaciones normales se tornan un obstáculo.
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2. Hipervigilancia
La hipervigilancia es una secuela característica de la violencia de género. Cuando a una mujer se le trató peyorativamente por cada acción que llevaba a cabo en una relación, es habitual que haya desarrollado cierta tendencia a querer controlar cada uno de sus movimientos para no cometer ningún error o para no causarle un daño a los demás. El problema reside en que este mecanismo puede llevarla a comportarse de forma desadaptativa en otros entornos —por ejemplo, siendo muy perfeccionista y/o severa con su propia persona—, incluso cuando este estado de alerta ya no es más necesario. Se trata de uno de los efectos que más perdura en el tiempo y del que puede ser muy difícil desarraigarse.
3. Ansiedad
La ansiedad es un mecanismo que nos permite anticiparnos a situaciones futuras gracias a la activación de una serie de reacciones fisiológicas, experiencias y expresiones emocionales que devienen de nuestra evolución cuando nos encontramos frente a un peligro. En un contexto donde prima la violencia, sentir ansiedad puede ser fundamental para asegurar la propia supervivencia. Sin embargo, cuando una mujer sufrió violencia de género por un período prolongado de tiempo, es posible que la ansiedad se desencadene posteriormente sin necesidad de que haya un estímulo amenazante cerca.
4. Trastorno de estrés postraumático
En relación estrecha con la ansiedad, el trastorno de estrés postraumático (TEPT) es uno de los principales trastornos que sufren las víctimas de violencia de género. En general, se presenta tras uno o varios sucesos traumáticos en la vida de la persona. Qué es traumático y qué no lo es varía en cada sujeto, pero un punto en común es que ponen en peligro la salud física y/o psíquica de una persona, desencadenando consecuencias como respuestas emocionales muy intensas o la imposibilidad de procesar correctamente la información.
Las víctimas que sufren TEPT suelen reexperimentar mediante reacciones fisiológicas, pensamientos e imágenes vívidas la situación traumática. Al mismo tiempo, puede que se muestren anestesiadas emocionalmente, desapegadas, desrealizadas —es decir, como si estuvieran desconectadas del mundo que les rodea— o que sufran un episodio de despersonalización, sintiendo su cuerpo “como si no fuera suyo”. Vivir con TEPT puede ser muy difícil y doloroso, pero también puede ser tratado con eficacia por un equipo de profesionales de la salud mental.
5. Depresión
Múltiples investigaciones han arribado a la conclusión de que la violencia (tanto psicológica como física) es un factor de riesgo muy importante para la depresión en mujeres. Los síntomas de la depresión son notorios cuando una persona tiene dificultades para levantarse de la cama o salir de su casa, mantener el aseo personal; también cuando deja de realizar aquellas actividades de las que solía disfrutar o tiene pensamientos de ruina acerca de sí misma y su vida de forma recurrente. La rumiación es muy habitual en las personas deprimidas y es un hábito que las retiene de llevar a cabo acciones concretas que podrían suponer una mejora para su salud mental.
La depresión puede desencadenarse durante el momento en el que se sufre violencia de género, pero también puede originarse luego, cuando la mujer ha conseguido salir con vida de esa relación tan hostil. Afortunadamente, existen muchos tratamientos breves y efectivos para los síntomas depresivos en esta población.
6. Abuso de alcohol y sustancias
Por último, otra consecuencia que sufren muchas mujeres debido a la violencia de género que se ejerce sobre ellas es el uso de estrategias de afrontamiento dañinas en el mediano y largo plazo para una situación tan delicada. Es habitual que tiendan a abusar de sustancias psicoactivas o que desarrollen adicciones de tipo conductuales con tal de suprimir los efectos psicológicos que conlleva el maltrato.
La importancia de pedir ayuda en casos de violencia de género
Salir de una situación de abuso o violencia de género es muy complicado, ya que el poder que se ejerce sobre las víctimas de forma sostenida en el tiempo consigue que, por una parte, éstas internalicen la violencia que reciben. Por ejemplo, podrían justificar los actos del agresor o negar el daño que sufren. Por otro lado, es difícil ya que existe una amenaza real hacia la integridad de la víctima en los casos de violencia de género. Es lógico que muchas mujeres teman cortar una relación con un sujeto agresivo por temor a su reacción.
Bety Coppola Zamarripa
Bety Coppola Zamarripa
LICENCIADA EN PSICOLOGIA CLINICA Y GENERAL
Por este motivo, desde nuestro lugar, creemos que es primordial resaltar que un gran número de países, provincias y jurisdicciones cuentan con líneas telefónicas para pedir ayuda en casos de violencia de género. Del otro lado siempre hay un profesional, con estudios y experiencia, formado y dispuesto a acompañar a las víctimas. Además, los psicoterapeutas, médicos, psiquiatras, y otros profesionales de la salud mental pueden ayudar a una mujer a salir adelante y atender a los efectos psicológicos que el maltrato ha causado.