Cuando se habla de salud mental, es común caer en el error de asumir que los trastornos psicológicos tienen que ver fundamentalmente con la manera en la que experimentamos las emociones.
Aunque no cabe duda de que lo emocional es un elemento muy importante para entender la mente humana, este no está desconectado del resto de procesos psicológicos; entre ellos, los que nos permiten crear predicciones sobre lo que pasará basándonos en nuestros conocimientos acerca de cómo funciona el mundo. Nuestro lado racional y el de las emociones no están totalmente separados, y esto se ve claramente en cómo nos afecta la incertidumbre.
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¿Cómo gestionamos la falta de información?
Aunque hayamos bautizado a nuestra propia especie Homo sapiens, eso no significa que estemos predestinados a ser personas sabias. Todo lo contrario: nacemos sin saber prácticamente nada, y si no hacemos nada para remediarlo, permanecemos en ese estado de total ignorancia.
Es a través del aprendizaje (deliberado o no consciente) como vamos incorporando conocimiento a nuestra manera de comportarnos y de tomar decisiones. Sin embargo, por muy rápidamente que vayamos aprendiendo, nunca llegamos a saberlo todo; poco a poco nos podemos permitir ir respondiendo a las preguntas que nos formulamos, pero casi siempre, estas respuestas tienen asociadas muchas más preguntas.
Es por eso que nuestra manera de pensar y de interactuar con el entorno está siempre ligada a una tensión entre lo que sabemos y lo que desconocemos.
Son muchas las investigaciones basadas en neuroimagen que muestra un interesante patrón: en situaciones de incertidumbre, nuestro cerebro tiende a estar más activo. Este hecho se corresponde con una teoría que cada vez cobra más fuerza: que el encéfalo ha ido evolucionando como un conjunto de órganos que intenta minimizar la incertidumbre permitiéndonos comportarnos según unas predicciones lo más certeras posibles.
No solo somos incapaces de saberlo todo, sino que nuestra manera de pensar ha evolucionado como resultado de esa constante falta de información. Estamos hechos para lidiar con la incertidumbre, más que para acumular conocimiento.
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La ansiedad ante la falta de respuestas
La ansiedad es otra de las muestras de que nuestra mente cuenta con recursos para lidiar con la incertidumbre. Puede que el hecho de estar ansiosos resulte desagradable, pero si la capacidad de sentirnos así está presente en prácticamente todas las personas (por no decir todos los mamíferos) es por algo.
Este mecanismo nos predispone a prestar más atención a nuestro entorno para detectar cuanto antes las primeras señales de que algo va mal o de que si no nos damos prisa perderemos una oportunidad valiosa, y nos permite reaccionar rápidamente poniendo en marcha nuestros músculos.
Dicho de otro modo, los mecanismos psicológicos y biológicos que nos llevan a estar ansiosos existen porque de manera innata intentamos predecir lo que ocurrirá, dado que no lo podemos saber del todo.
Así pues… ¿Es la ansiedad un fenómeno emocional, o uno vinculado a cómo gestionamos la información? Posiblemente, al hablar sobre ella pierda sentido diferenciar claramente esos dos conceptos.
Sin embargo, no todas las maneras de lidiar con la incertidumbre y sus consecuencias emocionales son igual de eficaces. Si bien la ansiedad en sí es natural y no tiene por qué ser un problema, si se dan determinadas circunstancias puede llevarnos a pasarlo muy mal, generando un sufrimiento innecesario o incluso una psicopatología (los conocidos como trastornos de ansiedad).
En otras situaciones la ansiedad no nos genera un sufrimiento muy intenso, pero en vez de orientarnos hacia la resolución de un problema nos bloquea, haciendo que nos cueste mucho dejar de pensar en algo que nos obsesiona y tomar una decisión acerca de qué debemos de hacer para pasar página. En muchos casos, el miedo al fracaso juega un papel importante en ello.
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La importancia de la visión a corto y a largo plazo
Si algo está claro acerca de las estrategias que funcionan a la hora de gestionar la incertidumbre, es que es importante seguir un orden, de modo que no tengamos que enfrentarnos a un enorme conjunto de interrogantes cada vez que nos planteamos qué hacer para mejorar nuestra situación.
Es decir: la clave está en asumir que desconocer muchas cosas a la vez no es algo malo, y que en vez de obsesionarnos con lo que no sabemos, nos conviene tener como referencia una secuencia de acciones que nos permitan ir reduciendo la incertidumbre, centrándonos en una de ellas cada vez.
No hace falta dar una respuesta definitiva a cada uno de los interrogantes, sino una lo suficientemente sólida y consistente como para podernos permitir centrar nuestra atención a otros asuntos que también nos importan y que no deberíamos “dejar aparcados” de manera indefinida.
Es por eso que hay que combinar una visión a corto plazo con otra a largo plazo. A corto plazo debemos centrar nuestra atención a aquello que sabemos que podemos hacer ahora para mejorar nuestra calidad de vida en algún sentido, pero sin ceder a lo que únicamente nos da un alivio momentáneo (por ejemplo, distracciones, comer sin tener hambre de verdad, etc.) sin permitirnos avanzar hacia nuestras metas más ambiciosas.
Muchas de estas maneras de gestionar la incertidumbre pueden ser vistas como una inversión, literal o metafóricamente. Esforzarnos en estudiar algo que nos interesa, hacer un estudio de mercado antes de lanzar nuestra empresa, comparar varios seguros de salud antes de decidirnos por uno, observar detenidamente la zona en la que valoramos comprar un piso… son experiencias que además de resultar estimulantes, combinan la aceptación de que no podemos predecir totalmente lo que pasará, por un lado, y la idea de que si ponemos el foco en ciertos temas importantes para nosotros, ese mismo día podemos sentirnos mejor con nuestro futuro, por el otro.
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