Los trastornos alimenticios, también conocidos como Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son enfermedades graves que trastocan de forma crónica las conductas dietéticas del paciente, a veces con efectos fatales. Cuando pensamos en estas entidades clínicas, lo primero que nos viene a la cabeza son la anorexia y la bulimia, pero en realidad existen otros cuadros asociados a la ingesta calórica reconocidos a nivel internacional.
Por ejemplo, recientemente se han incluido dentro de los TCA la pica, el síndrome de la rumia, el trastorno por evitación/restricción de la ingesta de alimentos y el trastorno alimentario compulsivo (binge-eating disorder), entre otros. Los problemas alimentarios ya no radican solo en no comer o vomitar, pues hacerlo en exceso por periodos de tiempo muy concretos, contar calorías en todo momento o rumiar la comida y luego escupirla también son entidades clínicas que deben ser tenidas en cuenta.
Más allá de términos psiquiátricos, cabe destacar que del 1 al 2% de las mujeres y del 0,2 al 0,4% de los hombres del mundo padecen trastornos alimentarios, sobre todo en forma de anorexia y bulimia. Es necesario normalizar estas enfermedades y hablar de ellas de forma abierta para que el paciente pueda recibir la ayuda necesaria sin estigmas, pero nunca podemos perder de vista que los Trastornos de la Conducta Alimentaria son extremadamente peligrosos. Aquí te contamos por qué.
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El diagnóstico de los Trastornos de la Conducta Alimentaria
Antes de exponer el pronóstico de algunos Trastornos de la Conducta Alimentaria, es necesario definirlos. Tal y como indica la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, los TCA son afecciones graves de salud mental, que implican problemas serios sobre cómo se piensa sobre la comida y la conducta dietética individual en el día a día.
Por ahora, se incluyen dentro de este grupo las entidades clínicas ya citadas, pero no aquellas relacionadas con la obesidad o derivadas de otros factores (como el embarazo o el alcoholismo).
La Asociación Estadounidense de Psicología (APA) edita cada cierto tiempo su Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, que sienta cátedra en lo que al diagnóstico de enfermedades psiquiátricas se refiere. Según la quinta edición, publicada en el año 2013, la anorexia nerviosa se diagnostica con base en los siguientes criterios:
- Restricción de la ingesta calórica relativa a las necesidades fisiológicas, lo cual deriva en un índice de masa corporal (IMC) por debajo de lo esperado, teniendo en cuenta la edad, sexo, salud física y trayectoria del desarrollo del paciente.
- Miedo intenso a ganar peso o “volverse gordo”. También se engloban en esta categoría aquellas conductas que interfieren con la ganancia de peso.
- Alteración en la forma en que se experimenta el peso o la forma corporal. Falta de reconocimiento de la gravedad y lo problemático del bajo peso corporal.
Además, los trastornos como la anorexia nerviosa pueden clasificarse de leves a extremos según el Índice de Masa Corporal (IMC) y también en base a las conductas del paciente (de tipo restrictivo o de tipo compulsivo/purga). El resto de TCAs siguen criterios diagnósticos igual de férreos y también se escinden en diversas categorías: por ejemplo, la gravedad de la bulimia se cuantifica en torno al número de episodios compensatorios (laxantes, diuréticos, vómitos autoinflingidos,etc) que realiza el paciente, de 1 a 14 a la semana.
¿Por qué son tan peligrosos los TCAs?
En primer lugar, queremos dejar claro que los TCAs tienen solución, siempre y cuando se acuda con presteza a la clínica y se busque ayuda, tanto de profesionales como del núcleo familiar. No es nuestra intención generar miedo en un paciente con un trastorno alimenticio, pues se ha demostrado miles de veces que es posible salir del ciclo destructivo que suponen estas entidades clínicas.
De todas formas, tampoco podemos obviar la realidad: según clínicas profesionales, la anorexia nerviosa es la enfermedad psiquiátrica con mayor tasa de mortalidad en todo el mundo, por encima de la esquizofrenia, la ansiedad crónica, los trastornos depresivos mayores y toda entidad clínica psicológica que se te ocurra. Se estima que, ni más ni menos, 2 de cada 10 pacientes no tratados terminan muriendo a causa de su condición, ya sea por suicidio o por consecuencias fisiológicas.
No es para menos: la anorexia y la bulimia impiden el correcto funcionamiento del organismo en todos los sentidos, ya que sin energía, las células no pueden continuar con sus reacciones metabólicas necesarias para la existencia. La ingesta calórica reducida a un mínimo provoca osteoporosis (por resorción de calcio), pérdida del tono muscular, problemas gastrointestinales, anomalías electrolíticas, daños renales y, en última instancia, patologías cardíacas que pueden llevar a la muerte.
Además de los efectos nocivos de los TCAs sobre el organismo, también es necesario destacar que el proceso de curación es muy lento y costoso a nivel emocional. Estudios clínicos como "Current approach to eating disorders: a clinical update" afirman que, tras 9 años de atención profesional, la mitad (50%) de los pacientes con anorexia nerviosa alcanzan una remisión completa de su condición, eso sin contar los efectos permanentes del trastorno a nivel fisiológico.
Los resultados para la bulimia son algo más alentadores, ya que se estima que hasta el 75% (o más) de los pacientes se recuperan completamente en algún momento, lo que se refleja en una tasa de mortalidad bastante menos elevada. El síndrome rumiante, la pica y otras condiciones no presentan resultados concluyentes a largo plazo en todos los casos, pero también se asocian a un mejor pronóstico.
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Estas patologías tienen solución, pero deben atajarse rápido
En general, se estima que el pronóstico es peor cuanto más tarde se diagnostique el trastorno, más bajo sea el Índice de Masa Corporal (IMC) y más enfermedades asociadas presente el paciente, como depresión, ansiedad y otras entidades clínicas. Por todas estas razones, la conclusión queda más que clara: ante un Trastorno de la Conducta Alimentaria, cada segundo cuenta. Por eso es importante buscar ayuda profesional cuanto antes.
A medida que se han ido estudiando estas condiciones, el ser humano se ha dado cuenta de que comer por comer alimentos sin energía de forma repetida, contar calorías en todo momento, escupir la comida después de masticarla o aplicar mecanismos compensatorios para no engordar tras alimentarse no son conductas normales. Más allá de vómitos y falta de ingesta de alimento, si te has visto reflejado/a en estas líneas, acude con presteza a terapia.