¿Es realmente peligrosa una rata que se cruzó por la calle? ¿Un trueno lejano a la ciudad? ¿Está puesta en riesgo la vida de una persona cuando viaja en un tren atestado de gente? Estas son algunas de las preguntas que podría formular alguien quien jamás ha sufrido una fobia. Y, en esencia, el hecho de que se plantee dichos interrogantes es más que comprensible —¡y lógico!—; porque si hay algo que advierte quien observa esta patología desde fuera es la “falta de lógica” en ese temor. En otras palabras, el miedo que el fóbico puede sentir a un objeto determinado es, a ojos ajenos, inofensivo.
Sin embargo, un hecho que tiende a obviarse es que las personas que sufren una fobia específica son conscientes del desajuste de su temor respecto a la amenaza real; pero, no obstante, al enfrentarse al objeto en cuestión, una avalancha de sensaciones físicas desagradables y de pensamientos catastróficos les invaden en el tiempo que dura un chasquido. Para abordar este tema, primero debemos destacar que, aunque el fóbico esté sobredimensionando las consecuencias de una amenaza, hay que tener cuidado de no invalidar su malestar. El conjunto de mecanismos que despliega una persona para evitar ese objeto temido interfiere con su vida de modo drástico, mermando en muchas de sus áreas vitales, por lo que es necesario ser comprensivos con ellos y su sufrimiento.
En línea con el objetivo de entender mejor a quienes sufren esta psicopatología, nos preguntamos: ¿por qué las fobias hacen que las personas perciban peligros donde no los hay?
¿Qué es una fobia?
En primera instancia, debemos saber que la fobia implica un miedo o ansiedad intensa e inmediata por un objeto o situación específica. Algunas de las más habituales son las alturas, la sangre, la administración de una inyección o un animal.
Eso sí, para ser considerada como tal, la fobia debe persistir durante un período más o menos prolongado de tiempo —manuales diagnóstico como el DSM-5 sugieren que debe perdurar por seis o más meses— y, sobre todo, debe estar acompañada por una evitación sistemática de todas las posibles situaciones en las que la persona podría toparse con el objeto temido. Por ejemplo, el célebre paciente de Sigmund Freud, el pequeño Hans, padecía de una fobia a los caballos a principios del siglo XX. En aquél entonces, era habitual que los caballos estuvieran presentes a toda hora en las calles. De tal forma, el niño evitaba toda situación en la que podría encontrarse un caballo, lo cual evidentemente se le hacía muy difícil; una evitación que a la larga acababa generándole altos niveles de sufrimiento.
Esto lleva a enfatizar otro factor acerca de las fobias, y es que éstas repercuten negativamente en múltiples dimensiones de la vida de una persona. Alguien que padece una fobia situacional a quedar atrapado en un ascensor, pero cuya oficina se encuentra en un noveno piso, deberá utilizar las escaleras todos los días para llegar al trabajo. Es evidente que la fobia repercutirá en el ámbito laboral, pero así también podría hacerlo en sus relaciones sociales (por ejemplo, acarrear dificultades a la hora de compaginar los horarios con su pareja para llegar temprano al trabajo), entre otras áreas. Ahora bien: ¿a qué se debe que algunas personas padezcan miedos intensos a circunstancias como éstas que, aparentemente, son inofensivas? Veámoslo a continuación.
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¿Por qué le tememos a peligros inexistentes?
Para poder cavar dentro de las causas de una fobia, hace falta acudir a una explicación multifactorial. Esto quiere decir que no todas las fobias se originan por una experiencia traumática infantil protagonizada por determinado objeto o animal. La investigación científica indica que, si bien éstas son causas posibles, existen otros factores que pueden explicar por qué algunas personas experimentan un temor intenso a objetos no amenazantes.
Otras maneras de desplegar una fobia están basadas en el aprendizaje de las historias y experiencias de los demás (lo que en inglés se denomina aprendizaje vicario) o por información negativa proveniente del medio. Por tal razón, la cultura popular ha favorecido que muchas personas desarrollen fobias específicas a ciertos personajes, animales o circunstancias cuyo peligro real es mucho menor al caracterizado, como ocurre en el caso de tomar un vuelo de avión —hay demasiadas películas sobre catástrofes aéreas que apoyan esta imagen—; o como sucede respecto a las arañas y los payasos.
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El rol de la amígdala en la fobia
A nivel neurobiológico, ¿cómo consigue la fobia hacernos sentir tal pavor ante ciertos estímulos? Pues bien, aunque son muchas las estructuras implicadas en este proceso, es clave el rol de la amígdala para dar explicación a las respuestas de miedo. Esta estructura se encarga de procesar estímulos emocionales en general, y particularmente de estímulos que desencadenan respuestas de miedo.
La amígdala puede brindar una respuesta rápida, universal y estereotipada a estímulos universales peligrosos, sin que haya necesidad de darle un procesamiento cognitivo complejo, con el objetivo de actuar de manera eficaz ante amenazas presentes. En caso de requerir un procesamiento más elaborado, puede enviar esa información hacia la corteza cerebral.
Lo que ocurre con las fobias es que se genera una mayor actividad de esta área cuando se detecta el estímulo que fue aprendido como peligroso (la aguja, la araña, etcétera), actividad mayor en comparación a otros estímulos desagradables. Además, el procesamiento del objeto o situación fóbica parece ser, en esencia, automático. Cuando las personas mantienen su atención en la imagen fóbica, se produce una activación de una red de estructuras —como la corteza orbitofrontal, la ínsula anterior y la corteza cingulada anterior—, pero cuando su atención no se dirige hacia el estímulo fóbico, prepondera la activación de la amígdala.
Javier Ares Arranz
Javier Ares Arranz
Psicólogo especialista en Depresión, Ansiedad y Pareja.
Esta evidencia podría ser útil para argumentar la situación desde la cual partimos: si bien las fobias nos hacen ver peligro donde no lo hay (ahora sabemos, por la alta activación de nuestra amígdala y otras estructuras), las personas que sufren una fobia sienten un temor desmedido respecto al objeto en cuestión de segundos incluso sin ser conscientes al respecto. Es por ese motivo que es importante ser empáticos con ellos, comprender su dolor, y acompañar en la medida de lo posible a que esas personas accedan a un tratamiento con un profesional de la salud mental.