“Por qué me gusta sufrir” es un pensamiento muy recurrente en la mente de toda persona. Es algo normal, propio de personas sin problema alguno. El sufrimiento es algo que nos seduce, que se vuelve hasta adictivo y, a pesar que pudiera parecer innecesario, le atribuimos alguna que otra utilidad en base a nuestro contexto sociocultural.
Hay quienes sufren como forma para llamar la atención de los demás, otros para demostrar lo mucho que se esfuerza y, también, los hay que no quieren sentir malestar, pero no son capaces de huir de él.
Hoy vamos a explorar la compleja cuestión de por qué a veces parece que a las personas nos gusta sufrir, a pesar de lo evidentemente desagradable que es. ¡Vamos allá!
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¿Por qué a veces nos gusta sufrir?
Se supone que las personas tratamos de evitar el malestar emocional. El sufrimiento psicológico es algo que, en teoría, nos produce aversión, nos empuja a alejarnos de él. Parece que adaptativamente tendría sentido que, cuando pasamos por una mala racha, intentemos hacer todo lo posible para salir de ella porque, si no, ¿qué sentido tiene estar sufriendo si no es para espabilarnos y buscar una solución a ello?
Pero la realidad es muy distinta a lo que la razón nos dicta. Más de uno se habrá dicho “por qué me gusta sufrir”, en el sentido de que a veces le da demasiadas vueltas a algo por lo que no puede hacer nada para cambiarlo o que recuerda una y otra vez algo malo que le pasó en el pasado, algo que a pesar de que ya se superó en su momento sigue vivo en su mente. El individuo vuelve a recordar en un claro ejemplo de masoquismo emocional, frustrándose y sintiendo las mismas emociones negativas que en ese entonces sintió.
Por sorprendente que pueda parecernos, a todos nos “gusta” sufrir. Nuestra naturaleza humana nos empuja en más de una ocasión a pensar más en lo malo que en lo bueno que ha sucedido en nuestras vidas, culpa mayormente del famoso sesgo de negatividad.
Difícilmente encontraremos a nadie que le haya pasado solo cosas buenas o solo cosas malas, pues la vida es una montaña rusa y siempre hay momentos más bonitos y otros más feos, pero para nuestra desgracia los segundos eclipsan a los segundos, les roban el protagonismo y por ello quedamos atrapados en una vorágine de negatividad.
También pasa que si no tenemos problemas, nuestra mente se asegura de encontrar uno. Pensemos en una persona del primer mundo que tiene la gran suerte de tener de todo: luz eléctrica, agua caliente, comida, trabajo, seguridad social… tiene todas sus necesidades satisfechas, no hay nada por lo que preocuparse…
Pues bien, nuestra mente se asegurará de hacer que ignoremos por completo todo lo que muchas personas en países en vías de desarrollo ansían y que pensemos en cosillas que no son nada graves, pero que se convertirán así en nuestra mente.
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Dejar de sufrir es más fácil de lo que creemos
Se ha visto que, en personas sin psicopatología, los secretos de la felicidad no son tan secretos. La investigación científica, unida con cierto ápice de sentido común, ha ido pavimentando el camino de lo que debemos hacer las personas para ser felices. Sí, suena más fácil de lo que es y ciertamente las cosas no son tan simples, pero no son pocos los hábitos cotidianos que podríamos introducir en nuestro día a día que mejorarían mucho nuestra forma de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos, pero no los hacemos.
El secreto es que la felicidad seguirá siendo un secreto para ti si tu cabeza está en donde no debería, que es el pasado, y no piensa en el presente. Si vas a pensar en el pasado, que al menos sea pensando en lo bueno, pero esto supone un esfuerzo cognitivo muy intenso pues luchar contra el sesgo de negatividad y la rumiación es complicado. Pero lo cierto es que si no dejas pasar lo que ya ha pasado, no dejarás de sufrir, una idea que es prácticamente de sentido común pero la mayoría de los mortales no parece que seamos capaces de aplicar.
No son pocos los estudios que demuestran que son muchas las estrategias comportamentales, baratas y asequibles, que nos dirigen hacia un mayor disfrute de la vida, más paz interior, más felicidad y mayor bienestar psicológico, como la práctica regular de ejercicio, la meditación, la respiración consciente y muchas más.
Por ejemplo, el ejercicio está demostrado que hace que se liberen sustancias químicas en nuestra cerebro, las famosas endorfinas, que contribuyen a entrar en un estado de bienestar físico y emocional. Pero pese a todo esto, la mayoría de la población sigue sin practicar deporte con regularidad. Saben lo muy bueno para su salud que es el deporte, y que seguramente se sentirían mejor haciéndolo, pero no lo hacen.
Otro caso lo tenemos en las diversas formas de meditación. Si bien no son la panacea, son muchos los estudios que apuntan los beneficios que supone para nuestra salud mental la práctica regular de este tipo de técnicas que, incluso, se han visto casi tan efectivas como ciertos antidepresivos para ayudar a la remisión de la sintomatología depresiva. La meditación nos brinda calma y paz interior pero, a pesar de ello, casi nadie medita ni hace yoga.
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La rumiación, un clásico
Un ejemplo clásico de ese peculiar gusto a sufrir lo tenemos en la rumiación. Este fenómeno psicológico consiste en que centremos nuestro foco de atención en algo y no seamos capaces de despegarnos, por regla general de una idea o recuerdo negativo. El recuerdo constante de ese pensamiento negativo nos provoca estrés y malestar pero, a pesar de que consciente y racionalmente sabemos que para sentirnos mejor deberíamos dejar de pensar en ello, somos incapaces de cortar por lo sano y detener el bucle.
Es una situación bastante paradójica pues, a pesar de que el pensamiento es algo dinámico que cambia constantemente, al manifestarse este fenómeno se vuelve en un proceso estático, encerrado en un bucle casi infinito.
Se nos viene a la mente una idea, nos produce malestar, desarrollamos nuevos pensamientos asociados a la misma, volvemos a pensar en esa idea y agravamos más el malestar. Nuestro pensamiento adopta un patrón automatizado y repetitivo, haciendo que todas las ideas que se nos vengan a la mente sean relacionadas con la idea problema principal.
La rumiación es un claro ejemplo de fenómeno que expone que nos gusta sufrir pues, con ella, se evidencia que buscamos cualquier cosa para recordarnos el pensamiento que nos provoca malestar. Como consecuencia de ello, no solo sentimos gran malestar provocado por nosotros mismos sino que, también, perdemos la capacidad de concentración y nos limita enormemente en nuestra vida cotidiana en caso de repetirse varias veces a lo largo del día.
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Sufrir nos hace sentirnos vivos
A veces sucede que el motivo por el que nos gusta sufrir tiene más que ver con el deseo de sentirse vivo. El masoquismo no únicamente implica disfrutar del dolor físico, sino también puede extrapolarse al plano de lo emocional.
Hay personas que gustan de sentir emociones negativas, como la tristeza o la ira por el simple hecho de que eso es preferible a no sentir absolutamente nada.
Si en tu vida no ves por ningún sitio la posibilidad de ser feliz, entonces prefieres estar triste y sentir que sigues vivo que no sentir nada como un vegetal.
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El sufrimiento es esfuerzo
En el mundo occidental tenemos muy extendida la creencia de que para disfrutar más adelante es necesario sufrir ahora. En inglés esta idea tiene hasta rima: “no pain, no gain” (sin dolor no hay ganancias). El mito de que para conseguir todo en esta vida es necesario poner un gran sacrificio nos ha hecho creer que incluso es necesario sufrir en situaciones en las que no es necesario realmente. Es el mensaje principal de la meritocracia: esfuérzate y conseguirás lo que quieras, aunque te duela.
Suele pasar que hay veces que sabemos que para conseguir algo en el trabajo o en nuestra vida personal no necesitamos deslomarnos, pero aún así lo hacemos para demostrar al resto del mundo lo mucho que queremos aquello que nos proponemos. Percibimos el sufrimiento como esfuerzo y creemos que cuanto más nos esforcemos más nos mereceremos aquello que tanto ansiamos.
Prueba de todo esto basta con verlo en un gimnasio. A ver, es cierto que para lucir un cuerpo esculpido cual dios griego es necesario invertir horas y sacrificar parte de nuestro ocio, pero lo que se ve en los clubs de fitness roza lo surrealista, criticado incluso por los propios entrenadores especializados. Los templos del culto al cuerpo, esos lugares donde la máxima del “no pain, no gain” es su filosofía, encontramos a personas que hacen más de lo que realmente necesitan para estar en forma.
¿Cómo? Pues, por ejemplo, el clásico de tirar las mancuernas al suelo con la máxima fuerza posible para demostrar el mucho peso que han levantado, hacer las repeticiones más rápido de lo necesario para construir músculo, gritar a pleno pulmón demostrando lo “mucho” que les ha costado levantar una barra… ese tipo de cosas.
Sufrir nos convierte en el centro de atención
También puede pasar que en realidad ese sufrimiento "nos guste" porque hace que nos convirtamos en el centro de atención. Muchas personas que padecen algún tipo de problemática, física o psicológica, reciben atención, muestras de apoyo, más amor u otros reforzadores que hacen que el cambio, aunque esté en sus manos, sea menos atractivo.
He aquí una razón por la que algunas personas no nos interese dejar de sufrir, porque de hacerlo puede que perdiéramos ese cuidado o, como mínimo, importancia de la que gozamos cuando contamos nuestras penas o evidenciamos nuestro sufrimiento.
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Una reflexión final
Nos gusta el drama, nos gusta sufrir, nos gusta que nos compadezcan, nos gusta sentir emociones fuertes aunque duelan… y, a veces, nos olvidamos de que la vida es muy corta, de que solo tenemos una para vivirla y que si no disfrutamos ahora, ¿cuándo?
Cierto que el sufrimiento es una parte inevitable de la vida pero no nos debemos aferrar a él como si fuera algo fundamental en nuestra existencia. Recordar una y otra vez las cosas que nos hicieron daño del pasado nos impide vivir el presente, un presente que puede ser la clave para disfrutar de un gran futuro.