Desde que la psicoterapia trabaja con las adicciones, siempre ha existido la sospecha de que es la experiencia de traumas durante la infancia uno de los factores predisponentes a sufrir adicciones de adulto.
No son pocas las personas que fueron abusadas sexualmente o fueron víctimas de negligencia parental que, llegada la adultez, tienen un severo problema de consumo de sustancias o han caido en adicciones comportamentales como el juego, el sexo o la comida.
La relación entre el trauma y las adicciones ha sido abordada especialmente investigada durante los últimos 20 años, llegándose a unas cuantas conclusiones muy valiosas al respecto.
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La relación entre el trauma y las adicciones
Desde hace tiempo se ha tenido la sospecha de que el trauma infantil predispone a caer en adicciones de adulto, algo que ha acabado siendo confirmado por la ciencia. Numerosos estudios han establecido una relación entre padecer experiencias traumáticas durante la infancia y presentar comportamiento adictivo en la edad adulta, una temática que lleva desde hace 20 años despertando el interés de la comunidad especializada.
Uno de los estudios más notables que confirmó esta relación fue la investigación de Felitti y colegas (1998). En su trabajo se refirieron al trauma como “Experiencias Adversas en la Infancia” (EAI), definidas como experiencias traumáticas vividas antes de haber cumplido los 18 años. Entre estas EAI se encontrarían el abuso físico, emocional y sexual, la negligencia parental, la pérdida de un progenitor, presenciar violencia de pareja íntima y/o convivir con un familiar con trastorno mental.
El trabajo de Felitti et al., es ya un clásico y en él explicaron que, a medida que aumentaba el número de EAI, aumentaba también el riesgo de consumir sustancias en la edad adulta. Durante los más de 20 años posteriores a este trabajo, las investigaciones fundamentadas en la idea de las EAI han encontrado una relación fuerte en tener múltiples experiencias traumáticas infantiles y desarrollar adicción en la adultez. Sea cual sea el tipo de adicción en la que se ponga el foco, todo apunta a que a más EAI, más riesgo hay de padecer adicción de adulto.
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Desregulación del sistema del estrés
Sufrir experiencias traumáticas durante la niñez puede repercutir de múltiples maneras en el individuo. Los efectos varían de persona en persona, dependiendo de factores tales como el tipo de trauma, duración de la experiencia traumática, edad en la que se padeció, género y presencia o ausencia de un cuidador comprensivo. La herencia también influye, habiendo diferencias individuales en cuanto de predispuesto genéticamente se es a mostrar resiliencia ante los acontecimientos desagradables.
El impacto específico del trauma infantil es complejo y cada individuo lo vive de forma única; no obstante, sí que es posible encontrar un efecto común en forma de desregulación del sistema de estrés. Este sistema se rige en gran medida por el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA), conjunto de estructuras cuya misión es preparar al organismo para responder eficazmente ante situaciones vividas como amenazantes.
Cuando se nos presenta un peligro o factor estresante, el eje HPA y otros sistemas asociados nos preparan para llevar a cabo una conducta de lucha o huida. Para ello, se liberan diferentes hormonas del estrés, entre ellas la adrenalina y los glucocorticoides, que inducen a cambios a nivel fisiológico: aumenta la presión arterial, se incrementa la frecuencia cardíaca, se acelera la respiración, hay hiperactividad y, en definitiva, se produce una sensación de alarma.
Entre estos cambios fisiológicos también están el envío de sangre y energía a los músculos y áreas cerebrales que puedan resultar útiles para luchar o huir. Se priorizan las estructuras cerebrales que puedan ofrecer asistencia inmediata y faciliten acciones rápidas y poco pensadas, a diferencia de la corteza prefrontal, más lenta, y que controla el funcionamiento ejecutivo y la autorregulación. Son las respuestas automáticas, no las profundamente meditadas, las que nos ayudan a responder rápidamente ante una situación en la que los segundos pueden marcar la diferencia entre vivir y morir.
El problema es que el sistema del estrés actúa en contra nuestra si es activado constantemente, como es el caso de las situaciones traumáticas persistentes en las que la amenaza nunca se llega a resolver (por ejemplo, abusos sexuales por años). El individuo está expuesto a una situación desagradable constantemente, un trauma infantil prolongado que provoca estrés crónico. Esto acaba provocando la desregulación del sistema del estrés.
Si el eje HPA está constantemente activado, significa que habrá también un aumento prolongado de las hormonas del estrés y los efectos neurofisiológicos que lo acompañan. Esto hace que los niños y niñas que padecen situaciones de abuso y otras formas de trauma acaben presentando niveles muy elevados de ansiedad, hipervigilancia, excitación y estado de alerta continuos.
La infancia es un período de desarrollo, unos años en los que el cuerpo del pequeño está todavía formándose. Por ello, la desregulación del sistema del estrés a causa de trauma es especialmente crítica durante la infancia. Esta situación disfuncional puede provocar efectos sumamente perjudiciales sobre el sistema inmunológico, las habilidades de regulación emocional, el desarrollo cognitivo y el funcionamiento ejecutivo y, por si no fuera poco, también incrementa el riesgo de padecer enfermedades neurodegenerativas.
El trauma a edades tempranas puede alterar la regulación de las hormonas oxitocina y serotonina. La primera está implicada en el apego y la intimidad emocional, mientras que la segunda influye sobre el estado de ánimo haciéndolo más positivo. Que haya alteración en la liberación de estas hormonas durante la infancia se traduce en problemas de apego e incremento en el riesgo de padecer depresión.
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El núcleo del vínculo entre el trauma y el trastorno adictivo
El principal motivo por el que las personas, con o sin psicopatología o historial de traumas, toman drogas se debe a sus efectos psicológicos inmediatos. Cuando tomamos drogas o realizamos conductas gratificantes, uno de los primeros efectos que notamos es que nos provocan placer y, posteriormente, reducen nuestro malestar. El primer efecto se puede entender como un refuerzo positivo, mientras que el segundo es un refuerzo negativo.
En búsqueda de la calma
En el caso de las personas con historial de traumas, con sistemas de estrés desregulados, las drogas les ofrecen un alivio de su hiperactividad crónica y la ansiedad. Dicho en palabras más simples, les calman los nervios. Sustancias neurodepresoras como el alcohol, los opioides, las benzodiacepinas y el cannabis tienen efectos calmantes e incluso tienen la capacidad de ralentizar el sistema nervioso central.
También debemos hablar del juego, en especial de las máquinas tragaperras. Estos aparatos tienen luces de colores y sonidos llamativos, estímulos hipnóticos que inducen a sus jugadores a una especie de trance que les ayuda a olvidar su malestar e ignorar a las personas a su alrededor. Los ludópatas, cuando juegan, se olvidan de todo lo que no sea la máquina.
Las personas con historial de trauma son más vulnerables a la adicción porque el consumo de sustancias y la realización de determinadas conductas les ayuda a regular su estado de ánimo. Tomando drogas evitan los pensamientos intrusivos, se reduce su ansiedad y baja el nivel de excitación. Consumiendo sustancias e incurriendo en ciertos tipos de conductas adictivas entran en un estado de entumecimiento y aparente calma, un estado temporal y que no soluciona el problema de fondo que les hace sentirse mal.
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En búsqueda de la activación
Pero no todas las personas con trauma toman las mismas drogas ni por lo mismo. Muchas tienen una reacción distinta y, en vez de hiperactivación, acaban disociando o empleando estrategias de despersonalización. Estas personas se sienten crónicamente entumecidas, desconectadas de la realidad. Pueden llegar incluso a no sentir emoción alguna, como si estuvieran apagadas.
Estas personas no desean calmarse, sino todo lo contrario. Desean sentir un incremento de energía y del estado de alerta, dejar de estar en modo OFF. Por este motivo tomarían drogas con efectos estimulantes, como la cocaína, las anfetaminas, la nicotina o las drogas sintéticas. Además, conductas como la autolesión no suicida, el sexo y el juego puede sacar a este tipo de personas de estados de entumecimeinti y permitirles experimentar sensaciones, aunque tampoco les sirve para solucionar el problema de fondo.
Conclusión
Así pues, las personas con historial de traumas son más vulnerables a la adicción debido, principalmente, a que las drogas y las conductas gratificantes modifican el estado de ánimo, variando si se consumen para calmar los nervios o para sentir algo. Las conductas adictivas pueden ser el mejor intento de un individuo para hacer frente a las consecuencias biológicas y neurobiológicas del trauma infantil, tanto si es hiperactivación o si es despersonalización.
Teniendo en cuenta esto, el tratamiento de la adicción requerirá, en primer lugar, conocer qué efecto ha ejercido sobre el paciente la experiencia de un trauma pasado. El paciente tomará drogas o hará conductas gratificantes para sentirse bien, algo compartido también con las personas que no son adictas. La cuestión clave es saber qué tipo de droga consume o qué conducta adictiva realiza, sabiendo si lo hace para reducir su ansiedad o para tener sensaciones, y relacionarlo con los traumas infantiles que han hecho que, una vez adulto, presente este tipo de comportamientos patológicos.
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