Durante décadas, la imagen del soldado marcado psicológicamente por la experiencia de matar en combate ha dominado tanto la investigación científica como la percepción social. Numerosos estudios han documentado las graves secuelas mentales que pueden sufrir quienes participan en conflictos bélicos, como el trastorno por estrés postraumático (TEPT), la depresión, la ansiedad y el abuso de sustancias.
Las guerras recientes, como las de Irak y Afganistán, han mostrado que un porcentaje significativo de veteranos requiere atención en salud mental tras su regreso, y se ha asumido que el acto de quitar una vida es uno de los factores más traumáticos para un soldado. Sin embargo, un nuevo y exhaustivo estudio realizado con más de 14.000 veteranos noruegos desafía esta creencia generalizada. Sus resultados sugieren que matar en combate no daña necesariamente la salud mental de todos los soldados, y que el contexto en el que ocurre este acto es determinante.
Así, la alineación entre las expectativas de la misión, las normas del grupo y el propio acto de matar puede marcar la diferencia entre sufrir o no secuelas psicológicas. Este hallazgo abre un debate fundamental sobre los verdaderos factores de riesgo en la salud mental de los militares y obliga a repensar algunas de las ideas más arraigadas sobre la guerra y sus consecuencias.
El mito del daño psicológico automático al matar
El contexto en el que un soldado mata durante una guerra es determinante para entender las consecuencias psicológicas que puede experimentar. El reciente estudio noruego revela que no es el acto de matar en sí mismo lo que daña la salud mental, sino la percepción de si ese acto estaba justificado y alineado con las normas del grupo y los objetivos de la misión. Por ejemplo, los veteranos noruegos que sirvieron en Afganistán, donde el combate era esperado y las reglas de enfrentamiento estaban claras, no mostraron mayor prevalencia de trastornos mentales tras haber matado en combate. En cambio, los soldados desplegados en Líbano, en una misión de mantenimiento de la paz donde el uso de la fuerza letal no era el objetivo principal, sí presentaron más síntomas de depresión, TEPT y una menor calidad de vida cuando se vieron obligados a matar.
Este hallazgo coincide con investigaciones previas que subrayan la importancia de la responsabilidad percibida y la justificación moral en la aparición de secuelas psicológicas. Cuando un soldado siente que su acción está respaldada por las normas del grupo y la misión, el impacto emocional negativo se reduce considerablemente. Por el contrario, si percibe que ha violado esas normas, la culpa y el malestar pueden ser mucho mayores. Así, la clave no está solo en el acto, sino en el significado y el contexto que lo rodean.
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El estudio noruego sobre los militares
El estudio noruego sobre el impacto psicológico de matar en combate se distingue por su rigor metodológico y su enfoque exhaustivo en dos contextos militares muy diferentes: las misiones en Afganistán y en Líbano. Liderado por el psicólogo clínico Andreas Espetvedt Nordstrand y un equipo de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología (NTNU), el trabajo incluyó a todos los veteranos noruegos que sirvieron en ambos escenarios, sumando más de 14.600 participantes: 10.605 de Líbano y 4.053 de Afganistán. Aunque solo una minoría admitió haber matado en combate, el tamaño de la muestra permitió analizar en detalle las consecuencias psicológicas de este acto.
Los investigadores identificaron a los soldados que habían matado y evaluaron su salud mental tras el servicio, empleando indicadores como el trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión, insomnio, ansiedad, consumo de alcohol y calidad de vida. Se compararon los resultados entre quienes habían matado y quienes no, y entre los dos contextos de misión. La investigación controló también la exposición a otros traumas para aislar el efecto específico de matar en combate. Los análisis estadísticos fueron verificados por varios especialistas para garantizar la solidez de los resultados y minimizar sesgos, lo que refuerza la fiabilidad de las conclusiones obtenidas.
Resultados principales: Afganistán y el Líbano
Los resultados del estudio noruego arrojan una diferencia notable entre los veteranos que sirvieron en Afganistán y aquellos desplegados en Líbano, lo que pone de relieve el papel fundamental del contexto de la misión en la salud mental de los soldados que han matado en combate. En Afganistán, los militares sabían que se enfrentaban a una misión de combate, con reglas de enfrentamiento claras y la expectativa de que la violencia letal podía ser necesaria.
En este entorno, el acto de matar no se asoció con un mayor riesgo de sufrir trastornos mentales como depresión, trastorno de estrés postraumático, insomnio o un descenso en la calidad de vida. Los investigadores no encontraron diferencias significativas en estos indicadores entre quienes habían matado y quienes no, lo que sugiere que la preparación, las expectativas y la aceptación grupal amortiguaron el posible impacto psicológico negativo.
En contraste, los veteranos de Líbano, cuya misión era principalmente de mantenimiento de la paz y donde el uso de la fuerza letal no era el objetivo central, sí mostraron una mayor prevalencia de problemas psicológicos cuando se vieron obligados a matar. Estos soldados presentaron más síntomas de depresión, TEPT y menor calidad de vida, además de un mayor consumo de alcohol en comparación con sus compañeros que no habían matado. La diferencia entre ambos grupos no se explica por una mayor exposición a otros traumas, sino por el desajuste entre las expectativas de la misión y el acto de matar. Así, el estudio subraya que la alineación entre el contexto, las normas del grupo y la acción es clave para entender las consecuencias psicológicas de la guerra.
El papel del contexto, normas y expectativas en la guerra
El contexto, las normas del grupo y las expectativas de la misión emergen como factores determinantes en el impacto psicológico que tiene matar en combate sobre los soldados. El estudio noruego demuestra que cuando el acto de matar está alineado con las reglas de enfrentamiento y las expectativas del grupo, como ocurrió en Afganistán, los soldados rara vez experimentan consecuencias negativas en su salud mental. En cambio, cuando existe un desajuste entre lo que se espera de la misión y el uso de la fuerza letal, como en las misiones de paz en Líbano, el riesgo de sufrir depresión, trastorno de estrés postraumático o una menor calidad de vida aumenta notablemente.
Según los autores, las normas del grupo-definidas por las reglas de enfrentamiento y los objetivos de la misión-actúan como marco moral y psicológico. Si un soldado percibe que su acción está justificada y respaldada por el grupo, es menos probable que sienta culpa o remordimiento. Por el contrario, si siente que ha violado esas normas, el impacto emocional es mucho mayor. La mentalidad con la que los soldados afrontan la misión también es clave: quienes están preparados y esperan enfrentarse a situaciones de combate procesan de manera diferente el acto de matar respecto a quienes parten con una mentalidad de mantenimiento de la paz.
Estos hallazgos desafían la idea tradicional de que matar en combate es intrínsecamente traumático. Más bien, subrayan la importancia de preparar a los soldados, establecer reglas claras y ofrecer apoyo social tras el regreso, para minimizar el riesgo de daños psicológicos asociados a su experiencia en la guerra.
¿Qué implica esto?
Las implicaciones del estudio noruego son profundas y desafían creencias arraigadas tanto en la ciencia como en la sociedad sobre el impacto psicológico de matar en combate. Los autores subrayan que no existe un daño automático ni universal: el contexto, la preparación y la alineación con las normas del grupo son factores decisivos. El psicólogo Andreas Espetvedt Nordstrand destaca que “matar a otra persona no parece ir en contra de la naturaleza humana, y no necesariamente daña la salud mental de quien lo hace”. Esto contradice la idea extendida de que quitar una vida genera inevitablemente una “herida moral” o un trauma duradero.
El estudio también señala la importancia de establecer reglas de enfrentamiento claras y expectativas realistas antes de enviar soldados a misiones armadas. Cuando los militares comprenden y aceptan las normas y el propósito de la misión, es menos probable que experimenten culpa o sufrimiento psicológico tras matar en combate. Por el contrario, la confusión sobre el rol, la falta de preparación o la percepción de haber violado normas grupales aumentan el riesgo de secuelas mentales.
Estas conclusiones no solo afectan a los ejércitos, sino que también invitan a reflexionar sobre otras profesiones en las que el uso de la fuerza letal puede ser necesario, como la policía. Finalmente, los autores llaman a un debate informado y libre de tabúes sobre este fenómeno, subrayando la responsabilidad colectiva y política de proteger la salud mental de quienes cumplen funciones armadas en nombre de la sociedad.
El estudio noruego demuestra que matar en combate no daña automáticamente la salud mental de los soldados: el contexto, las expectativas y las normas del grupo son determinantes. Cuando el acto se percibe como justificado y alineado con la misión, no suele generar secuelas. Estos hallazgos cuestionan creencias previas y abren nuevas perspectivas sobre la salud mental militar.


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