Somatización: Tu cuerpo grita el dolor que tu mente calla

Así es como funciona la somatización en el día a día de quien la sufre.

Somatización: Tu cuerpo grita el dolor que tu mente calla
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“Tranquila, yo puedo con todo eso.” “No, esa discusión en el trabajo no me afectó.” “Solo tengo un poco de ansiedad, nada grave.”

Pero su cuerpo dice otra cosa.

Dolor de cabeza, tensión en el cuello, ardor en el estómago, brotes en la piel, insomnio. Te suena, ¿verdad?

Esto es lo que pasa cuando tu cuerpo se vuelve un parlante de tus heridas emocionales. Hoy hablaremos sobre qué es la somatización, qué dice de ti y qué puedes hacer para gestionar o transformar el mensaje que viene a darte.

La somatización tiene una misión: cuando el cuerpo se convierte en portavoz

La somatización es la manera en que el cuerpo expresa lo que la mente no logra procesar. Se trata de síntomas físicos que aparecen sin una causa médica clara, pero con una raíz emocional. No son imaginarios: el dolor, la fatiga o el malestar son reales. Solo que, detrás, hay una historia que no se ha contado del todo.

Según diversos estudios revisados por profesionales como la Dra. Liji Thomas, la somatización puede presentarse de muchas formas: dolores persistentes, molestias digestivas, mareos, tensión muscular, alteraciones en la piel, palpitaciones o insomnio.

En algunos casos se agrupa dentro de trastornos específicos, como el Trastorno de Síntomas Somáticos o la Ansiedad por Enfermedad, donde la preocupación y la angustia toman el control de la atención.

Pero, más allá de los nombres clínicos, es importante entender que la somatización tiene una función: avisarte. Tu cuerpo no te está castigando ni exagerando, sino tratando de equilibrarte.

Cuando llevas tiempo acumulando estrés, rabia, miedo o tristeza sin espacio para expresarlos, el cuerpo asume el trabajo de hacerlo por ti. Es su forma de pedirte una pausa o una revisión más profunda.

Lo que puede haber detrás de la somatización

No hay una sola causa. Detrás de los síntomas físicos sin explicación médica hay muchas posibles raíces. Algunas personas tienen una sensibilidad biológica mayor al dolor o una tendencia genética que amplifica la percepción del malestar. Pero también influyen factores emocionales, experiencias pasadas y contextos sociales.

Por ejemplo, quienes crecieron en entornos donde mostrar vulnerabilidad se consideraba una debilidad suelen aprender a “aguantar” todo. Esa represión emocional se acumula y, con el tiempo, el cuerpo empieza a hablar. En otros casos, la somatización puede ser una forma inconsciente de pedir ayuda cuando no se sabe cómo hacerlo con palabras.

Es importante dejar claro que las personas con síntomas somáticos persistentes no inventan su dolor, sino que viven una angustia real que consume tiempo, energía y relaciones. Muchas veces, los médicos no encuentran una causa orgánica y eso genera más frustración, porque el malestar continúa.

También influyen los factores culturales. En muchas sociedades, hablar de dolor físico es más aceptado que hablar de tristeza, ansiedad o miedo, por eso el cuerpo se convierte en el mensajero más legítimo que tenemos. El problema aparece cuando esas señales se ignoran una y otra vez, y los síntomas se vuelven crónicos.

Cómo empezar a gestionar ese “aviso” del cuerpo

La clave no está en silenciar al cuerpo, sino en aprender a escucharlo de otra manera. Cada síntoma puede ser una invitación a revisar algo dentro de nosotros. No hace falta intentar buscar una causa exacta para cada dolor, pero sí es importante desarrollar una relación más consciente con tu cuerpo y tus emociones.

A continuación, algunas formas de empezar a hacerlo:

1. Haz pausas para sentir

Vivimos corriendo, y cuando por fin paramos, lo hacemos para distraernos, no para sentir. Tu cuerpo necesita que lo escuches, así que dedica unos minutos al día a revisar cómo te sientes físicamente: ¿hay tensión? ¿un nudo en el estómago? ¿excesivo cansancio? Pregúntate qué ha pasado en tu día que podría estar relacionado.

Este pequeño ejercicio no es una técnica complicada, sino una forma de conexión. Ponerle nombre a lo que sientes ayuda a tu cuerpo a no tener que hacerlo por ti.

2. Valida tu malestar, aunque no tenga una “razón lógica”

Tendemos a minimizar lo que sentimos porque “no es tan grave” o “hay gente que está peor”, pero si tu cuerpo te está hablando es porque necesita atención. No hace falta justificar el cansancio, el dolor o la ansiedad, a veces basta con reconocer que existe.

Cuando aceptas el malestar sin juzgarlo, el cuerpo se relaja y deja de luchar por ser escuchado. Esa validación ya es, en sí misma, un acto terapéutico.

3. Cuida la relación entre cuerpo y emoción

No puedes separar una cosa de la otra. Lo que piensas y sientes se refleja en tu cuerpo, y lo que tu cuerpo experimenta influye en tu estado emocional.

Practicar técnicas de conciencia corporal, como la respiración consciente, el yoga o incluso caminar sin música, puede ayudarte a reconectar con esa relación olvidada.

También puedes explorar terapias que fusionen lo físico y lo emocional, como la terapia corporal integrativa o la fisioterapia emocional. Son enfoques donde el cuerpo se entiende como parte activa del proceso de sanación, no solo como un “objeto” que se repara.

4. Aprende a poner límites

Muchos síntomas somáticos aparecen cuando te exiges demasiado o priorizas siempre a los demás. El cuerpo, entonces, se convierte en la única forma que tiene tu mente de decir “basta”.

Si notas que los dolores o la fatiga se intensifican cuando estás sobrecargado o en relaciones exigentes, ese es un mensaje claro. En estos casos, los límites bien puestos previenen el agotamiento emocional y físico, porque te permiten sostenerte de forma más equilibrada.

5. Busca acompañamiento profesional cuando lo necesites

Hay momentos en los que entender lo que el cuerpo intenta decir se vuelve difícil. Un psicólogo o psiquiatra especializado en somatizaciones puede ayudarte a identificar las emociones y patrones que se esconden detrás de tus síntomas.

Además, un buen acompañamiento médico asegura que se descarten causas físicas antes de atribuirlo todo al plano emocional.

El trabajo conjunto entre profesionales de la salud mental y física suele ser el enfoque más efectivo, porque reconoce que el cuerpo y la mente son parte del mismo sistema. A veces, solo con sentirte comprendido y validado, el cuerpo comienza a aflojar su tensión.

El cuerpo como espejo de lo que no decimos

Cada dolor, cada molestia que vuelve una y otra vez, puede ser una pista de algo que necesita ser atendido. Tal vez ese ardor en el estómago te hable de un enfado retenido, o el dolor de espalda de una carga emocional que llevas hace tiempo. Y, claro, no todo malestar físico tiene una causa emocional, pero cuando los médicos no encuentran una explicación y el cuerpo sigue hablando, vale la pena escucharlo con más atención.

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El cuerpo no miente. Puede callar durante un tiempo, adaptarse, aguantar, pero cuando no puede más, encuentra la forma de hacerse escuchar. Aprender a leer esos mensajes es profundamente transformador.

La somatización, al final, no es un enemigo a combatir, sino una forma de comunicación que hemos olvidado interpretar. Es la voz más honesta de nuestro propio sistema interno, recordándonos que no hay salud física sin bienestar emocional. Y, a veces, el primer paso para sanar empieza con algo tan sencillo como detenerse y escuchar.

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  • Noyes R, Stuart S, Watson DB, Langbehn DR (2006). «Distinguishing between hypochondriasis and somatization disorder: a review of the existing literature». Psychother Psychosom 75 (5): 270-81.
  • What is Somatization? (2019, 30 abril). News-Medical.

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Avance Psicólogos. (2025, octubre 14). Somatización: Tu cuerpo grita el dolor que tu mente calla. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/clinica/somatizacion-cuerpo-grita-dolor-que-mente-calla

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